MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS

MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS (COMUNIDAD CATOLICA, APOSTOLICA Y ROMANA).

MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS ES UNA COMUNIDAD EN LA CUAL TODOS LOS MIEMBROS NOS REUNIMOS DIARIAMENTE (NOCHE Y DIA) PARA VENERAR A LA MADRE DEL REDENTOR DEL MUNDO. TE INVITAMOS A COMPARTIR CON NOSOTROS LAS GRANDEZAS QUE SOLO ELLA NOS SABE DAR. MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS. RUEGA POR NOSOTROS. AMEN. EN EL SIGUIENTE LINK PODRAS CONOCER MAS SOBRE NUESTRA COMUNIDAD; http://mariamedianera.ning.com

domingo, 17 de enero de 2010

CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA






CATECISMO
DE LA IGLESIA CATÓLICA








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Prólogo






“PADRE, ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo” (Jn 17, 3). “Dios, nuestro Salvador... quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2, 3-4). “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4, 12), sino el nombre de JESÚS.









I LA VIDA DEL HOMBRE: CONOCER Y AMAR A DIOS







1Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que envió como Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos. En El y por El, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por tanto los herederos de su vida bienaventurada.









2Para que esta llamada resuene en toda la tierra, Cristo envió a los apóstoles que había escogido, dándoles el mandato de anunciar el Evangelio: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). Fortalecidos con esta misión, los apóstoles “salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16, 20).









3Quienes con la ayuda de Dios han acogido el llamamiento de Cristo y han respondido libremente a ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la Buena Nueva. Este tesoro recibido de los apóstoles ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración. 1









II TRANSMITIR LA FE: LA CATEQUESIS







4Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de los esfuerzos realizados en la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios a fin de que, por la fe, tengan la vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo. 2









5La catequesis es una educación en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana”. 3









6Sin confundirse con ellos, la catequesis se articula dentro de un cierto número de elementos de la misión pastoral de la Iglesia, que tienen un aspecto catequético, que preparan para la catequesis o que derivan de ella: primer anuncio del Evangelio o predicación misionera para suscitar la fe; búsqueda de razones para creer; experiencia de vida cristiana: celebración de los sacramentos; integración en la comunidad eclesial; testimonio apostólico y misionero. 4









7“La catequesis está unida íntimamente a toda la vida de la Iglesia. No sólo la extensión geográfica y el aumento numérico de la Iglesia, sino también y más aún su crecimiento interior, su correspondencia con el designio de Dios dependen esencialmente de ella”. 5









8Los períodos de renovación de la Iglesia son también tiempos fuertes de la catequesis. Así, en la gran época de los Padres de la Iglesia, vemos a santos obispos consagrar una parte importante de su ministerio a la catequesis. Es la época de san Cirilo de Jerusalén y de san Juan Crisóstomo, de san Ambrosio y de san Agustín, y de muchos otros Padres cuyas obras catequéticas siguen siendo modelos.









9El ministerio de la catequesis saca energías siempre nuevas de los concilios. El Concilio de Trento constituye a este respecto un ejemplo digno de ser destacado: dio a la catequesis una prioridad en sus constituciones y sus decretos; de él nació el Catecismo Romano que lleva también su nombre y que constituye una obra de primer orden como resumen de la doctrina cristiana; este Concilio suscitó en la Iglesia una organización notable de la catequesis; promovió, gracias a santos obispos y teólogos como san Pedro Canisio, san Carlos Borromeo, santo Toribio de Mogrovejo, san Roberto Belarmino, la publicación de numerosos catecismos.



10No es extraño, por ello, que, en el dinamismo del Concilio Vaticano II (que el Papa Pablo VI consideraba como el gran catecismo de los tiempos modernos), la catequesis de la Iglesia haya atraído de nuevo la atención. El “Directorio general de la catequesis” de 1971, las sesiones del Sínodo de los Obispos consagradas a la evangelización (1974) y a la catequesis (1977), las exhortaciones apostólicas correspondientes, “Evangelii nuntiandi” (1975) y “Catechesi tradendae” (1979), dan testimonio de ello. La sesión extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985 pidió “que sea redactado un catecismo o compendio de toda la doctrina católica tanto sobre la fe como sobre la moral”. 6 El Santo Padre, Juan Pablo II, hizo suyo este deseo emitido por el Sínodo de los Obispos reconociendo que “responde totalmente a una verdadera necesidad de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares”. 7 El Papa dispuso todo lo necesario para que se realizara la petición de los padres sinodales.









III FIN Y DESTINATARIOS DE ESTE CATECISMO







11Este catecismo tiene por fin presentar una exposición orgánica y sintética de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina católica, tanto sobre la fe como sobre la moral, a la luz del Concilio Vaticano II y del conjunto de la Tradición de la Iglesia. Sus fuentes principales son la Sagrada Escritura, los Santos Padres, la Liturgia y el Magisterio de la Iglesia. Está destinado a servir “como un punto de referencia para los catecismos o compendios que sean compuestos en los diversos países”. 8









12El presente catecismo está destinado principalmente a los responsables de la catequesis: en primer lugar a los obispos, en cuanto doctores de la fe y pastores de la Iglesia. Les es ofrecido como instrumento en la realización de su tarea de enseñar al Pueblo de Dios. A través de los obispos, se dirige a los redactores de catecismos, a los sacerdotes y a los catequistas. Será también de útil lectura para todos los demás fieles cristianos.








IVLA ESTRUCTURA DEL “CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA”









13El plan de este catecismo se inspira en la gran tradición de los catecismos, los cuales articulan la catequesis en torno a cuatro “pilares”: la profesión de la fe bautismal (el Símbolo), los Sacramentos de la fe, la vida de fe (los Mandamientos), la oración del creyente (el Padre Nuestro).









Primera parte: La profesión de la fe







14Los que por la fe y el Bautismo pertenecen a Cristo deben confesar su fe bautismal delante de los hombres. 9 Para esto, el catecismo expone en primer lugar en qué consiste la Revelación por la que Dios se dirige y se da al hombre, y la fe, por la cual el hombre responde a Dios (Primera sección). El Símbolo de la fe resume los dones que Dios hace al hombre como Autor de todo bien, como Redentor, como Santificador y los articula en torno a los “tres capítulos” de nuestro Bautismo -la fe en un solo Dios: el Padre Todopoderoso, el Creador; y Jesucristo, su Hijo, nuestro Señor y Salvador; y el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia (Segunda sección).









Segunda parte: Los sacramentos de la fe







15La segunda parte del catecismo expone cómo la salvación de Dios, realizada una vez por todas por Cristo Jesús y por el Espíritu Santo, se hace presente en las acciones sagradas de la liturgia de la Iglesia (Primera sección), particularmente en los siete sacramentos (Segunda sección).









Tercera parte: La vida de fe







16La tercera parte del catecismo presenta el fin último del hombre, creado a imagen de Dios: la bienaventuranza, y los caminos para llegar a ella: mediante un obrar recto y libre, con la ayuda de la ley y de la gracia de Dios (Primera sección); mediante un obrar que realiza el doble mandamiento de la caridad, desarrollado en los diez Mandamientos de Dios (Segunda sección).









Cuarta parte: La oración en la vida de la fe







17La última parte del catecismo trata del sentido y la importancia de la oración en la vida de los creyentes (Primera sección). Se cierra con un breve comentario de las siete peticiones de la oración del Señor (Segunda sección). En ellas, en efecto, encontramos la suma de los bienes que debemos esperar y que nuestro Padre celestial quiere concedernos.








VINDICACIONES PRACTICAS PARA EL USO DE ESTE CATECISMO


18Este catecismo está concebido como una exposición orgánica de toda la fe católica. Es preciso, por tanto, leerlo como una unidad. Numerosas referencias en el interior del texto y el índice analítico al final del volumen permiten ver cada tema en su vinculación con el conjunto de la fe.









19Con frecuencia, los textos de la Sagrada Escritura no son citados literalmente, sino indicando sólo la referencia (mediante cf). Para una inteligencia más profunda de esos pasajes, es preciso recurrir a los textos mismos. Estas referencias bíblicas son un instrumento de trabajo para la catequesis.









20Cuando, en ciertos pasajes, se emplea letra pequeña, con ello se indica que se trata de puntualizaciones de tipo histórico, apologético o de exposiciones doctrinales complementarias.









21Las citas, en letra pequeña, de fuentes patrísticas, litúrgicas, magisteriales o hagiográficas tienen como fin enriquecer la exposición doctrinal. Con frecuencia estos textos han sido escogidos con miras a un uso directamente catequético.









22Al final de cada unidad temática, una serie de textos breves resumen en fórmulas condensadas lo esencial de la enseñanza. Estos “resúmenes” tienen como finalidad ofrecer sugerencias para fórmulas sintéticas y memorizables en la catequesis de cada lugar.









VI LAS NECESARIAS ADAPTACIONES







23El acento de este catecismo se pone en la exposición doctrinal. Quiere, en efecto, ayudar a profundizar el conocimiento de la fe. Por lo mismo está orientado a la maduración de esta fe, su enraizamiento en la vida y su irradiación en el testimonio. 10









24Por su misma finalidad, este catecismo no se propone realizar las adaptaciones del contenido y de los métodos catequéticos que exigen las diferencias de culturas, de edades, de la vida espiritual, de situaciones sociales y eclesiales de aquellos a quienes se dirige la catequesis. Estas indispensables adaptaciones corresponden a catecismos propios de cada lugar, y más aún a aquellos que toman a su cargo instruir a los fieles:








El que enseña debe “hacerse todo a todos” (1 Co 9, 22), para ganarlos a todos para Jesucristo...¡Sobre todo que no se imagine que le ha sido confiada una sola clase de almas, y que, por consiguiente, le es lícito enseñar y formar igualmente a todos los fieles en la verdadera piedad, con un único método y siempre el mismo! Que sepa bien que unos son, en Jesucristo, como niños recién nacidos, otros como adolescentes, otros finalmente como poseedores ya de todas sus fuerzas... Los que son llamados al ministerio de la predicación deben, al transmitir la enseñanza del misterio de la fe y de las reglas de las costumbres, acomodar sus palabras al espíritu y a la inteligencia de sus oyentes. 11









25Por encima de todo, la Caridad. Para concluir esta presentación es oportuno recordar el principio pastoral que enuncia el Catecismo Romano:








Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo se debe siempre hacer aparecer el Amor de Nuestro Señor, a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro término que el Amor. 12









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Primera Parte -
LA PROFESIÓN DE LA FE








Primera sección:
“CREO” - “CREEMOS”








26Cuando profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo: “Creo” o “Creemos”. Antes de exponer la fe de la Iglesia tal como es confesada en el Credo, celebrada en la Liturgia, vivida en la práctica de los Mandamientos y en la oración, nos preguntamos qué significa “creer”. La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida. Por ello consideramos primeramente esta búsqueda del hombre (Capítulo primero), a continuación la Revelación divina, por la cual Dios viene al encuentro del hombre (Capítulo segundo), y finalmente la respuesta de la fe (Capítulo tercero).









Capítulo primero:
EL HOMBRE ES “CAPAZ” DE DIOS








IEL DESEO DE DIOS

27El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar:








La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador. 1








355; 1701
1718









28De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso:








El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17, 26-28).








843; 2566
2095 - 2109









29Pero esta “unión íntima y vital con Dios” 2 puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos: 3 la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas, 4 el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes de pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios 5 y huye ante su llamada. 6








2123 - 2128
398









30“Se alegre el corazón de los que buscan a Dios” (Sal 105, 3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, “un corazón recto”, y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.








Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que, revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el testimonio de que tú resistes a los soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti. 7








2567
845
368









IILAS VÍAS DE ACCESO AL CONOCIMIENTO DE DIOS







31Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios descubre ciertas “vías” para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama también “pruebas de la existencia de Dios”, no en el sentido de las pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de “argumentos convergentes y convincentes” que permiten llegar a verdaderas certezas.









Estas “vías” para acercarse a Dios tienen como punto de partida la creación: el mundo material y la persona humana.









32El mundo: A partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y de la belleza del mundo se puede conocer a Dios como origen y fin del universo.








San Pablo afirma refiriéndose a los paganos: “Lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad” (Rm 1, 19-20). 8








Y san Agustín: “Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo... interroga a todas estas realidades. Todas te responden: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es una profesión (‘confessio’). Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza (‘Pulcher’), no sujeta a cambio?”. 9








54; 337









33El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En estas aperturas, percibe signos de su alma espiritual. La “semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia”,10 su alma, no puede tener origen más que en Dios.








2500
1730
; 1776
1703
366









34El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que participan de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por estas diversas “vías”, el hombre puede acceder al conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa primera y el fin último de todo, “y que todos llaman Dios”. 11








199









35Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en su intimidad, Dios ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger en la fe esa revelación. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón humana.








50









III EL CONOCIMIENTO DE DIOS SEGÚN LA IGLESIA







36“La santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas”. 12 Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado “a imagen de Dios”. 13









37Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón:








A pesar de que la razón humana, hablando simplemente, pueda verdaderamente, por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia, así como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas, sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que en semejantes materias los hombres se persuadan fácilmente de la falsedad o al menos de la incertidumbre de las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas. 14









38Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre “las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error”. 15









IV¿CÓMO HABLAR DE DIOS?

39Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres. Esta convicción está en la base de su diálogo con las otras religiones, con la filosofía y las ciencias, y también con los no creyentes y los ateos.









40Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. No podemos nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y según nuestro modo humano limitado de conocer y de pensar.









41Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especialmente el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Las múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su belleza) reflejan, por tanto, la perfección infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus criaturas, “pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor” (Sb 13, 5).









42Dios trasciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir al Dios “que está por encima de todo nombre y más allá de todo entendimiento, el invisible y fuera de todo alcance” 16 con nuestras representaciones humanas. Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios.









43Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad. Es preciso recordar, en efecto, que “entre el Creador y la criatura no se puede señalar una semejanza tal que la desemejanza entre ellos no sea mayor todavía”,17 y que “nosotros no podemos captar de Dios lo que El es, sino solamente lo que no es y cómo los otros seres se sitúan con relación a El”. 18









RESUMEN






44El hombre es por naturaleza y por vocación un ser religioso. Viniendo de Dios y yendo hacia Dios, el hombre no vive una vida plenamente humana si no vive libremente su vínculo con Dios.








45El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en quien encuentra su dicha. “Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, no habrá ya para mí penas ni pruebas, y mi vida, toda llena de ti, será plena”. 19








46Cuando el hombre escucha el mensaje de las criaturas y la voz de su conciencia, entonces puede alcanzar la certeza de la existencia de Dios, causa y fin de todo.








47La Iglesia enseña que el Dios único y verdadero, nuestro Creador y Señor, puede ser conocido con certeza por sus obras, gracias a la luz natural de la razón humana. 20








48Nosotros podemos realmente nombrar a Dios partiendo de las múltiples perfecciones de las criaturas, semejanzas del Dios infinitamente perfecto, aunque nuestro lenguaje limitado no agote su misterio.








49“Sin el Creador la criatura se diluye”. 21 He aquí por qué los creyentes saben que son impulsados por el amor de Cristo a llevar la luz del Dios vivo a los que no le conocen o le rechazan.









Capítulo segundo:
DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE








50Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina. 1 Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo.




Artículo 1LA REVELACIÓN DE DIOS



I DIOS REVELA SU DESIGNIO AMOROSO









51“Dispuso Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen partícipes de la naturaleza divina”. 2









52Dios, que “habita una luz inaccesible” (1 Tm 6, 16), quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos. 3 Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas.









53El designio divino de la revelación se realiza a la vez “mediante acciones y palabras”, íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente. 4 Este designio comporta una “pedagogía divina” particular: Dios se comunica gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del Verbo encarnado, Jesucristo.








San Ireneo de Lyón habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina bajo la imagen de un mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre: “El Verbo de Dios ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre, según la voluntad del Padre”. 5









II LAS ETAPAS DE LA REVELACIÓN









Desde el origen, Dios se da a conocer









54“Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio”. 6 Los invitó a una comunión íntima con El revistiéndolos de una gracia y de una justicia resplandecientes.









55Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros primeros padres. Dios, en efecto, “después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras”. 7








Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte Reiteraste, además, tu alianza a los hombres. 8









La alianza con Noé









56Una vez rota la unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde el comienzo salvar a la humanidad a través de una serie de etapas. La alianza con Noé después del diluvio 9 expresa el principio de la Economía divina con las “naciones”, es decir, con los hombres agrupados “según sus países, cada uno según su lengua, y según sus clanes” (Gn 10, 5). 10









57Este orden a la vez cósmico, social y religioso de la pluralidad de las naciones, 11 está destinado a limitar el orgullo de una humanidad caída que, unánime en su perversidad, 13 quisiera hacer por sí misma su unidad a la manera de Babel. 14 Pero, a causa del pecado, 15 el politeísmo así como la idolatría de la nación y de su jefe son una amenaza constante de vuelta al paganismo para esta economía aún no definitiva.









58La alianza con Noé permanece en vigor mientras dura el tiempo de las naciones, 16 hasta la proclamación universal del Evangelio. La Biblia venera algunas grandes figuras de las “naciones”, como “Abel el justo”, el rey-sacerdote Melquisedec, 17 figura de Cristo, 18 o los justos “Noé, Daniel y Job” (Ez 14, 14). De esta manera, la Escritura expresa qué altura de santidad pueden alcanzar los que viven según la alianza de Noé en la espera de que Cristo “reúna en uno a todos los hijos de Dios dispersos” (Jn 11, 52).









Dios elige a Abraham









59Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abram llamándolo “fuera de su tierra, de su patria y de su casa”,19 para hacer de él “Abraham”, es decir, “el padre de una multitud de naciones” (Gn 17, 5): “En ti serán benditas todas las naciones de la tierra”(Gn 12, 3 (LXX). 20









60El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección, 21 llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de la Iglesia; 22 ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes. 23

61Los patriarcas, los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento han sido y serán siempre venerados como santos en todas las tradiciones litúrgicas de la Iglesia.









Dios forma a su pueblo Israel









62Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo salvándolo de la esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley, para que lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez justo, y para que esperase al Salvador prometido. 24









63Israel es el pueblo sacerdotal de Dios, 25 el que “lleva el Nombre del Señor” (Dt 28, 10). Es el pueblo de aquellos “a quienes Dios habló primero”,26 el pueblo de los “hermanos mayores” en la fe de Abraham.









64Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres, 27 y que será grabada en los corazones. 28 Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la purificación de todas sus infidelidades, 29 una salvación que incluirá a todas las naciones. 30 Serán sobre todo los pobres y los humildes del Señor 31 quienes mantendrán esta esperanza. Las mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester conservaron viva la esperanza de la salvación de Israel. De ellas la figura más pura es María. 32









III CRISTO JESÚS, “MEDIADOR Y PLENITUD DE TODA LA REVELACIÓN”








III CRISTO JESÚS, “MEDIADOR Y PLENITUD DE TODA LA REVELACIÓN”33









Dios ha dicho todo en su Verbo









65“De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo” (Hb 1, 1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En El lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. San Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1, 1-2:








Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar... porque lo que hablaba antes en partes a los Profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad. 34









No habrá otra revelación









66“La economía cristiana, por ser alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo”. 35 Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.









67A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas “privadas”, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de “mejorar” o “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.









La fe cristiana no puede aceptar “revelaciones” que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes “revelaciones”.









RESUMEN








68Por amor, Dios se ha revelado y se ha entregado al hombre. De este modo da una respuesta definitiva y sobreabundante a las cuestiones que el hombre se plantea sobre el sentido y la finalidad de su vida.








69Dios se ha revelado al hombre comunicándole gradualmente su propio Misterio mediante obras y palabras.

70Más allá del testimonio que Dios da de sí mismo en las cosas creadas, se manifestó a nuestros primeros padres. Les habló y, después de la caída, les prometió la salvación, 36 y les ofreció su alianza.








71Dios selló con Noé una alianza eterna entre Él y todos los seres vivientes. 37 Esta alianza durará tanto como dure el mundo.








72Dios eligió a Abraham y selló una alianza con él y su descendencia. De él formó a su pueblo, al que reveló su ley por medio de Moisés. Lo preparó por los profetas para acoger la salvación destinada a toda la humanidad.








73Dios se ha revelado plenamente enviando a su propio Hijo, en quien ha establecido su alianza para siempre. El Hijo es la Palabra definitiva del Padre, de manera que no habrá ya otra Revelación después de Él.









Artículo 2LA TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA







74Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2, 4), es decir, al conocimiento de Cristo Jesús. 38 Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo:








Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades. 39









I LA TRADICIÓN APOSTÓLICA









75“Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que El mismo cumplió y promulgó con su voz”. 40









La predicación apostólica...









76La transmisión del Evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:









oralmente: “los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó”;









por escrito: “los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo”. 41









... continuada en la sucesión apostólica









77“Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, ‘dejándoles su cargo en el magisterio’”. 42 En efecto, “la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos”. 43









78Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo, es llamada la Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, “la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree”. 44 “Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora”. 45









79Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: “Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los creyentes en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo”. 46








II LA RELACIÓN ENTRE LA TRADICIÓN Y LA SAGRADA ESCRITURA

Una fuente común...









80La Tradición y la Sagrada Escritura “están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin”. 47 Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos “para siempre hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).









... dos modos distintos de transmisión









81“La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo”.









“La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación”.









82De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación, “no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción”. 48









Tradición apostólica y tradiciones eclesiales









83La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva.









Es preciso distinguir de ella las “tradiciones” teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.









III LA INTERPRETACIÓN DEL DEPOSITO DE LA FE









El depósito de la fe confiado a la totalidad de la Iglesia









84“El depósito sagrado”49 de la fe (depositum fidei), contenido en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura, fue confiado por los apóstoles al conjunto de la Iglesia. “Fiel a dicho depósito, todo el pueblo santo, unido a sus pastores, persevera constantemente en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones, de modo que se cree una particular concordia entre pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida”. 50









El Magisterio de la Iglesia









85“El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo”,51 es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma.









86“El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar solamente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído”. 52









87Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus apóstoles: “El que a vosotros escucha a mí me escucha” (Lc 10, 16), 53 reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas.



Los dogmas de la fe









88El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo necesario.








888-892;
2032-2040









89Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para acoger la luz de los dogmas de la fe. 54









90Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la Revelación del Misterio de Cristo. 55 “Existe un orden o ‘jerarquía’ de las verdades de la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana”. 56









El sentido sobrenatural de la fe









91Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los instruye 57 y los conduce “a la verdad completa” (Jn 16, 13).









92“La totalidad de los fieles... no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando ‘desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos’ muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral”. 58









93“El Espíritu de la verdad suscita y sostiene este sentido de la fe. Con él, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del Magisterio..., se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre, la profundiza con un juicio recto y la aplica cada día más plenamente en la vida”. 59









El crecimiento en la inteligencia de la fe









94Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las realidades como de las palabras del depósito de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia:









¾“Cuando los fieles las contemplan y estudian meditándolas en su corazón”;60 es en particular la investigación teológica la que debe “profundizar en el conocimiento de la verdad revelada”. 61









¾ Cuando los fieles “comprenden internamente los misterios que viven”;62 “Divina eloquia cum legente crescunt” (“la comprensión de las palabras divinas crece con su reiterada lectura”). 63









¾“Cuando las proclaman los obispos, que con la sucesión apostólica reciben un carisma de la verdad”. 64









95“La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas”. 65









RESUMEN






96Lo que Cristo confió a los apóstoles, éstos lo transmitieron por su predicación y por escrito, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a todas las generaciones hasta el retorno glorioso de Cristo.








97“La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un único depósito sagrado de la palabra de Dios”,66 en el cual, como en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas.








98“La Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree”. 67



99En virtud de su sentido sobrenatural de la fe, todo el Pueblo de Dios no cesa de acoger el don de la Revelación divina, de penetrarla más profundamente y de vivirla de modo más pleno.








100El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de la Iglesia, al Papa y a los obispos en comunión con él.









Artículo 3LA SAGRADA ESCRITURA







I CRISTO, PALABRA ÚNICA DE LA SAGRADA ESCRITURA









101En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas: “La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres”. 68









102A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se dice en plenitud: 69








Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo. 70









103Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. 71









104En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza, 72 porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la “Palabra de Dios” (1 Ts 2, 13). “En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos”. 73









II INSPIRACIÓN Y VERDAD DE LA SAGRADA ESCRITURA









105Dios es el autor de la Sagrada Escritura. “Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo”.









“La santa madre Iglesia, según la fe de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia”. 74









106Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. “En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería”. 75









107Los libros inspirados enseñan la verdad. “Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra”. 76









108Sin embargo, la fe cristiana no es una “religión del Libro”. El cristianismo es la religión de la “Palabra” de Dios, “no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo”. 77 Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas. 78









III EL ESPÍRITU SANTO, INTERPRETE DE LA ESCRITURA



109En la Sagrada Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres. Por tanto, para interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores humanos quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos mediante sus palabras. 79









110Para descubrir la intención de los autores sagrados es preciso tener en cuenta las condiciones de su tiempo y de su cultura, los “géneros literarios” usados en aquella época, las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo. “Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios”. 80









111Pero, dado que la Sagrada Escritura es inspirada, hay otro principio de la recta interpretación, no menos importante que el precedente, y sin el cual la Escritura sería letra muerta: “La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita”. 81









El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró. 82









1121. Prestar una gran atención “al contenido y a la unidad de toda la Escritura”. En efecto, por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua. 83








El corazón 84 de Cristo designa la Sagrada Escritura que hace conocer el corazón de Cristo. Este corazón estaba cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión, porque los que en adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías. 85









1132. Leer la Escritura en “la Tradición viva de toda la Iglesia”. Según un adagio de los Padres, “Sacra Scriptura principalius est in corde Ecclesiae quam in materialibus instrumentis scripta” (“La Sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos”). En efecto, la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la Escritura. 86









1143. Estar atento “a la analogía de la fe”. 87 Por “analogía de la fe” entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación.









El sentido de la Escritura









115Según una antigua tradición, se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura: el sentido literal y el sentido espiritual; este último se subdivide en sentido alegórico, moral y anagógico. La concordancia profunda de los cuatro sentidos asegura toda su riqueza a la lectura viva de la Escritura en la Iglesia.









116El sentido literal. Es el sentido significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la exégesis que sigue las reglas de la justa interpretación. “Omnes sensus (sc. sacrae Scripturae) fundentur super litteralem”. (“Todos los sentidos de la Sagrada Escritura se fundan sobre el sentido literal”). 88








110-114









117El sentido espiritual. Gracias a la unidad del designio de Dios, no solamente el texto de la Escritura, sino también las realidades y los acontecimientos de que habla pueden ser signos.

1.El sentido alegórico. Podemos adquirir una comprensión más profunda de los acontecimientos reconociendo su significación en Cristo; así, el paso del mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y por ello del Bautismo.
89

2.El sentido moral. Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos a un obrar justo. Fueron escritos “para nuestra instrucción” (1 Co 10, 11). 90

3.El sentido anagógico. Podemos ver realidades y acontecimientos en su significación eterna, que nos conduce (en griego: “anagoge”) hacia nuestra Patria. Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén celeste. 91









118Un dístico medieval resume la significación de los cuatro sentidos:

“Littera gesta docet, quid credas allegoria,
Moralis quid agas, quo tendas anagogia.”
91b
(La letra enseña los hechos,
la alegoría lo que has de creer,
el sentido moral lo que has de hacer,
y la anagogia a dónde has de tender).









119“A los exegetas toca aplicar estas normas en su trabajo para ir penetrando y exponiendo el sentido de la Sagrada Escritura, de modo que con dicho estudio pueda madurar el juicio de la Iglesia. Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la Palabra de Dios”:92









Ego vero Evangelio non crederem, nisi me catholicae Ecclesiae commoveret auctoritas. (No creería en el Evangelio, si no me moviera a ello la autoridad de la Iglesia católica). 93









V EL CANON DE LAS ESCRITURAS









120La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos. 94 Esta lista integral es llamada “Canon” de las Escrituras. Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos (45 si se cuentan Jr y Lm como uno solo), y 27 para el Nuevo: 95








Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, los dos libros de Samuel, los dos libros de los Reyes, los dos libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías, Tobías, Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, Job, los Salmos, los Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las Lamentaciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías para el Antiguo Testamento;








los Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, los Hechos de los Apóstoles, las cartas de Pablo a los Romanos, la primera y segunda a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, la primera y la segunda a los Tesalonicenses, la primera y la segunda a Timoteo, a Tito, a Filemón, la carta a los Hebreos, la carta de Santiago, la primera y la segunda de Pedro, las tres cartas de Juan, la carta de Judas y el Apocalipsis para el Nuevo Testamento.



El Antiguo Testamento









121El Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son divinamente inspirados y conservan un valor permanente, 96 porque la Antigua Alianza no ha sido revocada.









122En efecto, “el fin principal de la economía antigua era preparar la venida de Cristo, redentor universal”. “Aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros”, los libros del Antiguo Testamento dan testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios: “Contienen enseñanzas sublimes sobre Dios y una sabiduría salvadora acerca del hombre, encierran tesoros de oración y esconden el misterio de nuestra salvación”. 97









123Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como verdadera Palabra de Dios. La Iglesia ha rechazado siempre vigorosamente la idea de prescindir del Antiguo Testamento so pretexto de que el Nuevo lo habría hecho caduco (marcionismo).









El Nuevo Testamento









124“La Palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento”. 98 Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación divina. Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación, así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo. 99









125Los Evangelios son el corazón de todas las Escrituras “por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador”. 100









126En la formación de los Evangelios se pueden distinguir tres etapas:









1. La vida y la enseñanza de Jesús. La Iglesia mantiene firmemente que los cuatro evangelios, “cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día en que fue levantado al cielo”.









2. La tradición oral. “Los apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad”.









3. Los evangelios escritos. “Los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, conservando por fin la forma de proclamación, de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús”. 101









127El Evangelio cuadriforme ocupa en la Iglesia un lugar único; de ello dan testimonio la veneración de que lo rodea la liturgia y el atractivo incomparable que ha ejercido en todo tiempo sobre los santos:








No hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa y más espléndida que el texto del Evangelio. Ved y retened lo que nuestro Señor y Maestro, Cristo, ha enseñado mediante sus palabras y realizado mediante sus obras. 102








Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mis oraciones; en él encuentro todo lo que es necesario a mi pobre alma. En él descubro siempre nuevas luces, sentidos escondidos y misteriosos. 103









La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento









128La Iglesia, ya en los tiempos apostólicos, 104 y después constantemente en su tradición, esclareció la unidad del plan divino en los dos Testamentos gracias a la tipología. Esta reconoce, en las obras de Dios en la Antigua Alianza, prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona de su Hijo encarnado.









129Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado. Esta lectura tipológica manifiesta el contenido inagotable del Antiguo Testamento. Ella no debe hacer olvidar que el Antiguo Testamento conserva su valor propio de revelación que nuestro Señor mismo reafirmó. 105 Por otra parte, el Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz del Antiguo. La catequesis cristiana primitiva recurrirá constantemente a él. 106 Según un viejo adagio, el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo: “Novum in Vetere latet et in Novo Vetus patet”. 107









130La tipología significa un dinamismo que se orienta al cumplimiento del plan divino cuando “Dios sea todo en todos” (1 Co 15, 28). Así la vocación de los patriarcas y el éxodo de Egipto, por ejemplo, no pierden su valor propio en el plan de Dios por el hecho de que son al mismo tiempo etapas intermedias.









V LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA









131“Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual”. 108 “Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura”. 109



132“La Escritura debe ser el alma de la teología. El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado, la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad”. 110









133La Iglesia “recomienda insistentemente a todos los fieles... la lectura asidua de la Escritura para que adquieran ‘la ciencia suprema de Jesucristo’ (Flp 3, 8), ‘pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo’ (San Jerónimo)”. 111









RESUMEN








134Toda la Escritura divina es un libro y este libro es Cristo, “porque toda la Escritura divina habla de Cristo, y toda la Escritura divina se cumple en Cristo”. 112








135“La Sagrada Escritura contiene la Palabra de Dios y, en cuanto inspirada, es realmente Palabra de Dios”. 113








136Dios es el Autor de la Sagrada Escritura porque inspira a sus autores humanos: actúa en ellos y por ellos. Da así la seguridad de que sus escritos enseñan sin error la verdad salvífica. 114








137La interpretación de las Escrituras inspiradas debe estar sobre todo atenta a lo que Dios quiere revelar por medio de los autores sagrados para nuestra salvación. Lo que viene del Espíritu sólo es plenamente percibido por la acción del Espíritu. 115








138La Iglesia recibe y venera como inspirados los cuarenta y seis libros del Antiguo Testamento y los veintisiete del Nuevo.








139Los cuatro evangelios ocupan un lugar central, pues su centro es Cristo Jesús.








140La unidad de los dos Testamentos se deriva de la unidad del plan de Dios y de su Revelación. El Antiguo Testamento prepara el Nuevo mientras que éste da cumplimiento al Antiguo; los dos se esclarecen mutuamente; los dos son verdadera Palabra de Dios.








141“La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo”: 116 aquélla y éste alimentan y rigen toda la vida cristiana. “Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero”(Sal 119, 105). 117









Capítulo tercero:
LA RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS








142Por su revelación, “Dios invisible habla a los hombres como a amigos, movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunión consigo y en ella recibirlos”. 1 La respuesta adecuada a esta invitación es la fe.









143Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela. 2 La Sagrada Escritura llama “obediencia de la fe” a esta respuesta del hombre a Dios que revela. 3









Artículo 1CREO




















I LA OBEDIENCIA DE LA FE









144Obedecer (“ob-audire”) en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma.









Abraham, “el padre de todos los creyentes”









145La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados, insiste particularmente en la fe de Abraham: “Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba” (Hb 11, 8). 4 Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida. 5 Por la fe, a Sara se otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio. 6









146Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven” (Hb 11, 1). “Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia” (Rm 4, 3). 7 Gracias a esta “fe poderosa” 8 , Abraham vino a ser “el padre de todos los creyentes” (Rm 4, 11.18). 9









147El Antiguo Testamento es rico en testimonios acerca de esta fe. La carta a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar de los antiguos, por la cual “fueron alabados” (Hb 11, 2.39). Sin embargo, “Dios tenía ya dispuesto algo mejor”: la gracia de creer en su Hijo Jesús, “el que inicia y consuma la fe” (Hb 11, 40; 12, 2).









María: “Dichosa la que ha creído”









148La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que “nada es imposible para Dios” (Lc 1, 37), 10 y dando su asentimiento: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Isabel la saludó: “¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1, 45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada. 11









149Durante toda su vida, y hasta su última prueba, 12 cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el “cumplimiento” de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe.









II “YO SE EN QUIEN TENGO PUESTA MI FE” (2 Tm 1, 12)









Creer sólo en Dios









150La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que El ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que El dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura. 13









Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios









151Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que El ha enviado, “su Hijo amado”, en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1, 11). Dios nos ha dicho que le escuchemos. 14 El Señor mismo dice a sus discípulos: “Creed en Dios, creed también en mí” (Jn 14, 1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, El lo ha contado” (Jn 1, 18). Porque “ha visto al Padre” (Jn 6, 46), El es único en conocerlo y en poderlo revelar. 15









Creer en el Espíritu Santo



152No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque “nadie puede decir: ‘Jesús es Señor’ sino bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Co 12, 3). “El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios... Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Co 2, 10-11). Sólo Dios conoce a Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios.









La Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.









III LAS CARACTERÍSTICAS DE LA FE









La fe es una gracia









153Cuando san Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido “de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos” (Mt 16, 17). 16 La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por El. “Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede ‘a todos gusto en aceptar y creer la verdad’”. 17









La fe es un acto humano









154Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por El reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad “presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela”18 y entrar así en comunión íntima con El.









155En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina: “Creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia”. 19









La fe y la inteligencia









156El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos “a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos”. “Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación”. 20 Los milagros de Cristo y de los santos, 21 las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad “son signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos”, “motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu”. 22









157La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero “la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural”. 23 “Diez mil dificultades no hacen una sola duda”. 24









158“La fe trata de comprender”: 25 es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre “los ojos del corazón” (Ef 1, 18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, “para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones”. 26 Así, según el adagio de san Agustín, 27 “creo para comprender y comprendo para creer mejor”.









159Fe y ciencia. “A pesar de que la fe esté por encima de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas. Puesto que el mismo Dios que revela los misterios y comunica la fe ha hecho descender en el espíritu humano la luz de la razón, Dios no podría negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás a lo verdadero”. 28 “Por eso, la investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente científico y según las normas morales, nunca estará realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios. Más aún, quien con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar lo escondido de las cosas, aun sin saberlo, está como guiado por la mano de Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo que son”. 29









La libertad de la fe









160“El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza”. 30 “Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados por su conciencia, pero no coaccionados... Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús”. 31 En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, El no forzó jamás a nadie. “Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino... crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia El”. 32









La necesidad de la fe



161Creer en Cristo Jesús y en Aquel que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación. 33 “Puesto que ‘sin la fe... es imposible agradar a Dios’ (Hb 11, 6) y llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella y nadie, a no ser que ‘haya perseverado en ella hasta el fin’ (Mt 10, 22; 24, 13), obtendrá la vida eterna”. 34









La perseverancia en la fe









162La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; san Pablo advierte de ello a Timoteo: “Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe” (1 Tm 1, 18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la aumente; 35 debe “actuar por la caridad” (Ga 5, 6),36 ser sostenida por la esperanza 37 y estar enraizada en la fe de la Iglesia.









La fe, comienzo de la vida eterna









163La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios “cara a cara” (1 Co 13, 12), “tal cual es” (1 Jn 3, 2). La fe es, pues, ya el comienzo de la vida eterna:








Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día. 38









164Ahora, sin embargo, “caminamos en la fe y no en la visión” (2 Co 5, 7), y conocemos a Dios “como en un espejo, de una manera confusa..., imperfecta” (1 Co 13, 12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación.









165Entonces es cuando debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, “esperando contra toda esperanza” (Rm 4, 18); la Virgen María que, en “la peregrinación de la fe”,39 llegó hasta la “noche de la fe”40 participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: “También nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe” (Hb 12, 1-2).









Artículo 2CREEMOS







166La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a los demás de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.









167“Creo”:41 Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. “Creemos”:42 Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: “creo”, “creemos”.









I “MIRA, SEÑOR, LA FE DE TU IGLESIA”









168La Iglesia es la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La Iglesia es la primera que, en todas partes, confiesa al Señor (“Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia, ¾A Tí te confiesa la Santa Iglesia por toda la tierra”¾ cantamos en el Te Deum), 43 y con ella y en ella somos impulsados y llevados a confesar también : “creo”, “creemos”. Por medio de la Iglesia recibimos la fe y la vida nueva en Cristo por el bautismo. En el Ritual Romano, el ministro del bautismo pregunta al catecúmeno: “¿Qué pides a la Iglesia de Dios?” Y la respuesta es: “La fe”. “¿Qué te da la fe?” “La vida eterna”.









169La salvación viene sólo de Dios; pero como recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre: “Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación”. 44 Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe.









II EL LENGUAJE DE LA FE









170No creemos en las fórmulas, sino en las realidades que éstas expresan y que la fe nos permite “tocar”. “El acto (de fe) del creyente no se detiene en el enunciado, sino en la realidad (enunciada)”. 45 Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda de las formulaciones de la fe. Estas permiten expresar y transmitir la fe, celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más.



171La Iglesia, que es “columna y fundamento de la verdad”(1 Tm 3, 15), guarda fielmente “la fe transmitida a los santos de una vez para siempre” (Judas 3). Ella es la que guarda la memoria de las palabras de Cristo, la que transmite de generación en generación la confesión de fe de los apóstoles. Como una madre que enseña a sus hijos a hablar y con ello a comprender y a comunicar, la Iglesia, nuestra Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia y la vida de la fe.









III UNA SOLA FE









172Desde siglos, a través de muchas lenguas, culturas, pueblos y naciones, la Iglesia no cesa de confesar su única fe, recibida de un solo Señor, transmitida por un solo bautismo, enraizada en la convicción de que todos los hombres no tienen más que un solo Dios y Padre. 46 San Ireneo de Lyón, testigo de esta fe, declara:









173“La Iglesia, en efecto, aunque dispersa por el mundo entero hasta los confines de la tierra, habiendo recibido de los apóstoles y de sus discípulos la fe... guarda (esta predicación y esta fe) con cuidado, como no habitando más que una sola casa, cree en ella de una manera idéntica, como no teniendo más que una sola alma y un solo corazón, la predica, la enseña y la transmite con una voz unánime, como no poseyendo más que una sola boca”. 47









174“Porque, si las lenguas difieren a través del mundo, el contenido de la Tradición es uno e idéntico. Y ni las Iglesias establecidas en Germania tienen otra fe u otra Tradición, ni las que están entre los iberos, ni las que están entre los celtas, ni las de Oriente, de Egipto, de Libia, ni las que están establecidas en el centro del mundo...”. 48 “El mensaje de la Iglesia es, pues, verídico y sólido, ya que en ella aparece un solo camino de salvación a través del mundo entero”. 49









175“Esta fe que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu de Dios, como un contenido de gran valor encerrado en un vaso excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer el vaso mismo que la contiene”. 50








RESUMEN








176La fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras.








177“Creer” entraña, pues, una doble referencia: a la persona y a la verdad; a la verdad por confianza en la persona que la atestigua.








178No debemos creer en ningún otro que no sea Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.








179La fe es un don sobrenatural de Dios. Para creer, el hombre necesita los auxilios interiores del Espíritu Santo.








180“Creer” es un acto humano, consciente y libre, que corresponde a la dignidad de la persona humana.








181“Creer” es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la madre de todos los creyentes. “Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por madre”. 51








182“Creemos todas aquellas cosas que se contienen en la Palabra de Dios escrita o transmitida y son propuestas por la Iglesia... para ser creídas como divinamente reveladas”. 52








183La fe es necesaria para la salvación. El Señor mismo lo afirma: “El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16, 16).



184“La fe es un gusto anticipado del conocimiento que nos hará bienaventurados en la vida futura”. 53








EL CREDO







Símbolo de los Apóstoles Credo de Nicea-Constantinopla









Creo en Dios, Creo en un solo Dios









Padre Todopoderoso, Padre Todopoderoso,









Creador del cielo y de la tierra.Creador del cielo y de la tierra, de
todo lo visible y lo invisible.









Creo en Jesucristo, su único Hijo, Creo en un solo Señor, Jesucristo,
Nuestro Señor, Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los
siglos: Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres, y
por nuestra salvación bajó del cielo,









que fue concebido por obra y y por obra del Espíritu Santo se
gracia del Espíritu Santo, encarnó de María, la Virgen, y se
nació de Santa María Virgen, hizo hombre;









padeció bajo el poder de Poncio y por nuestra causa fue crucificado
Pilato, en tiempos de Poncio Pilato;
fue crucificado, padeció
muerto y sepultado, y fue sepultado,









descendió a los infiernos, y resucitó al tercer día, según las
al tercer día resucitó de entre Escrituras,
los muertos,









subió a los cielos y subió al cielo
y está sentado a la derechay está sentado a la derecha del Padre;
de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a y de nuevo vendrá con gloria para
juzgar a vivos y muertos. juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Creo en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo recibe
una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.









la santa Iglesia católica, Creo en la Iglesia, que es una,
la comunión de los santos, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo Bautismo
el perdón de los pecados, para el perdón de los pecados.
la resurrección de la carne Espero la resurrección de los muertos
y la vida eterna y la vida del mundo futuro.
Amén. Amén.









Segunda sección:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

LOS SIMBOLOS DE LA FE








185Quien dice “Yo creo”, dice “Yo me adhiero a lo que nosotros creemos”. La comunión en la fe necesita un lenguaje común de la fe, normativo para todos y que nos una en la misma confesión de fe.









186Desde su origen, la Iglesia apostólica expresó y transmitió su propia fe en fórmulas breves y normativas para todos. 1 Pero muy pronto, la Iglesia quiso también recoger lo esencial de su fe en resúmenes orgánicos y articulados destinados sobre todo a los candidatos al bautismo:








Esta síntesis de la fe no ha sido hecha según las opiniones humanas, sino que de toda la Escritura ha sido recogido lo que hay en ella de más importante, para dar en su integridad la única enseñanza de la fe. Y como el grano de mostaza contiene en un grano muy pequeño gran número de ramas, de igual modo este resumen de la fe encierra en pocas palabras todo el conocimiento de la verdadera piedad contenida en el Antiguo y el Nuevo Testamento. 2









187A estas síntesis de la fe se las llama “profesiones de fe” porque resumen la fe que profesan los cristianos. Se les llama “Credo” por razón de que en ellas la primera palabra es normalmente: “Creo”. Se les denomina igualmente “símbolos de la fe”.









188La palabra griega “symbolon” significaba la mitad de un objeto partido (por ejemplo, un sello) que se presentaba como una señal para darse a conocer. Las partes rotas se ponían juntas para verificar la identidad del portador. El “símbolo de la fe” es, pues, un signo de identificación y de comunión entre los creyentes. “Symbolon” significa también recopilación, colección o sumario. El “símbolo de la fe” es la recopilación de las principales verdades de la fe. De ahí el hecho de que sirva de punto de referencia primero y fundamental de la catequesis.









189La primera “profesión de fe” se hace en el Bautismo. El “símbolo de la fe” es ante todo el símbolo bautismal. Puesto que el Bautismo es dado “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19), las verdades de fe profesadas en el Bautismo son articuladas según su referencia a las tres personas de la Santísima Trinidad.









190El Símbolo se divide, por tanto, en tres partes: “primero habla de la primera Persona divina y de la obra admirable de la creación; a continuación, de la segunda Persona divina y del Misterio de la Redención de los hombres; finalmente, de la tercera Persona divina, fuente y principio de nuestra santificación”. 3 Son “los tres capítulos de nuestro sello (bautismal)”. 4









191“Estas tres partes son distintas aunque están ligadas entre sí. Según una comparación empleada con frecuencia por los Padres, las llamamos artículos. De igual modo, en efecto, que en nuestros miembros hay ciertas articulaciones que los distinguen y los separan, así también, en esta profesión de fe, se ha dado con propiedad y razón el nombre de artículos a las verdades que debemos creer en particular y de una manera distinta”. 5 Según una antigua tradición, atestiguada ya por san Ambrosio, se acostumbra a enumerar doce artículos del Credo, simbolizando con el número de los doce apóstoles el conjunto de la fe apostólica. 6









192A lo largo de los siglos, en respuesta a las necesidades de diferentes épocas, han sido numerosas las profesiones o símbolos de la fe: los símbolos de las diferentes Iglesias apostólicas y antiguas, 7 el Símbolo “Quicumque”, llamado de san Atanasio, 8 las profesiones de fe de ciertos Concilios 9 o de ciertos Papas, como la “fides Damasi”10 o el “Credo del Pueblo de Dios” de Pablo VI (1968).









193Ninguno de los símbolos de las diferentes etapas de la vida de la Iglesia puede ser considerado como superado e inútil. Nos ayudan a captar y profundizar hoy la fe de siempre a través de los diversos resúmenes que de ella se han hecho.









Entre todos los símbolos de la fe, dos ocupan un lugar muy particular en la vida de la Iglesia:









194El Símbolo de los Apóstoles, llamado así porque es considerado con justicia como el resumen fiel de la fe de los apóstoles. Es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma. Su gran autoridad le viene de este hecho: “Es el símbolo que guarda la Iglesia romana, la que fue sede de Pedro, el primero de los apóstoles, y a la cual él llevó la doctrina común”. 11









195El Símbolo llamado de Nicea-Constantinopla debe su gran autoridad al hecho de que es fruto de los dos primeros Concilios ecuménicos (325 y 381). Sigue siendo todavía hoy el símbolo común a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente.



196Nuestra exposición de la fe seguirá el Símbolo de los Apóstoles, que constituye, por así decirlo, “el más antiguo catecismo romano”. No obstante, la exposición será completada con referencias constantes al Símbolo de Nicea-Constantinopla, que con frecuencia es más explícito y más detallado.









197Como en el día de nuestro Bautismo, cuando toda nuestra vida fue confiada “a la regla de doctrina”, 12 acogemos el símbolo de esta fe nuestra que da la vida. Recitar con fe el Credo es entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es entrar también en comunión con toda la Iglesia que nos transmite la fe y en el seno de la cual creemos:








Este símbolo es el sello espiritual, es la meditación de nuestro corazón y el guardián siempre presente, es, con toda certeza, el tesoro de nuestra alma . 13









Capítulo primero:
CREO EN DIOS PADRE








198Nuestra profesión de fe comienza por Dios, porque Dios es “el Primero y el Ultimo” (Is 44, 6), el Principio y el Fin de todo. El Credo comienza por Dios Padre, porque el Padre es la Primera Persona Divina de la Santísima Trinidad; nuestro Símbolo se inicia con la creación del cielo y de la tierra, ya que la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios.









Artículo 1“CREO EN DIOS, PADRE
TODOPODEROSO, CREADOR
DEL CIELO Y DE LA TIERRA”








Párrafo 1CREO EN DIOS









199“Creo en Dios”: Esta primera afirmación de la profesión de fe es también la más fundamental. Todo el Símbolo habla de Dios, y si habla también del hombre y del mundo, lo hace por relación a Dios. Todos los artículos del Credo dependen del primero, así como los mandamientos son explicitaciones del primero. Los demás artículos nos hacen conocer mejor a Dios tal como se reveló progresivamente a los hombres. “Los fieles hacen primero profesión de creer en Dios”. 1









I “CREO EN UN SOLO DIOS”









200Con estas palabras comienza el Símbolo de Nicea-Constantinopla. La confesión de la unicidad de Dios, que tiene su raíz en la Revelación Divina en la Antigua Alianza, es inseparable de la confesión de la existencia de Dios y asimismo también fundamental. Dios es Único: no hay más que un solo Dios: “La fe cristiana confiesa que hay un solo Dios, por naturaleza, por substancia y por esencia”. 2









201A Israel, su elegido, Dios se reveló como el Unico: “Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Dt 6, 4-5). Por los profetas, Dios llama a Israel y a todas las naciones a volverse a El, el Unico: “Volveos a mí y seréis salvados, confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no existe ningún otro... ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua jurará diciendo: ¡Sólo en Dios hay victoria y fuerza!” (Is 45, 22-24). 3









202Jesús mismo confirma que Dios es “el único Señor” y que es preciso amarle con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y todas las fuerzas. 4 Deja al mismo tiempo entender que Él mismo es “el Señor”. 5 Confesar que “Jesús es Señor” es lo propio de la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el Dios Único. Creer en el Espíritu Santo, “que es Señor y dador de vida”, no introduce ninguna división en el Dios único:








Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay un solo verdadero Dios, inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres Personas, pero una Esencia, una Substancia o Naturaleza absolutamente simple. 6









II DIOS REVELA SU NOMBRE









203Dios se reveló a su pueblo Israel dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente.









204Dios se reveló progresivamente y bajo diversos nombres a su pueblo, pero la revelación del Nombre Divino, hecha a Moisés en la teofanía de la zarza ardiente, en el umbral del Éxodo y de la Alianza del Sinaí, demostró ser la revelación fundamental tanto para la Antigua como para la Nueva Alianza.









El Dios vivo


205Dios llama a Moisés desde una zarza que arde sin consumirse. Dios dice a Moisés: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Ex 3, 6). Dios es el Dios de los padres. El que había llamado y guiado a los patriarcas en sus peregrinaciones. Es el Dios fiel y compasivo que se acuerda de ellos y de sus promesas; viene para librar a sus descendientes de la esclavitud. Es el Dios que más allá del espacio y del tiempo lo puede y lo quiere, y que pondrá en obra toda su Omnipotencia para este designio.









“Yo soy el que soy”








Moisés dijo a Dios: “Si voy a los hijos de Israel y les digo: ‘El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros’; cuando me pregunten: ‘¿Cuál es su nombre?’, ¿qué les responderé?” Dijo Dios a Moisés: “Yo soy el que soy”. Y añadió: “Así dirás a los hijos de Israel: ‘Yo soy’ me ha enviado a vosotros... Este es mi nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación” (Ex 3, 13-15).









206Al revelar su nombre misterioso de YHWH, “Yo soy el que es” o “Yo soy el que soy” o también “Yo soy el que Yo soy”, Dios dice quién es y con qué nombre se le debe llamar. Este Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio. Es a la vez un nombre revelado y como el rechazo de un nombre propio, y por esto mismo expresa mejor a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el “Dios escondido” (Is 45, 15), su nombre es inefable, 7 y es el Dios que se acerca a los hombres.









207Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre y para siempre, valedera para el pasado (“Yo soy el Dios de tus padres”, Ex 3, 6) como para el porvenir (“Yo estaré contigo”, Ex 3, 12). Dios, que revela su nombre como “Yo soy”, se revela como el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo para salvarlo.









208Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro 8 delante de la Santidad Divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías exclama: “¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!” (Is 6, 5). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (Lc 5, 8). Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que se descubre pecador delante de Él: “No ejecutaré el ardor de mi cólera... porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo” (Os 11, 9). El apóstol Juan dirá igualmente: “Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo” (1 Jn 3, 19-20).









209Por respeto a su santidad el pueblo de Israel no pronuncia el Nombre de Dios. En la lectura de la Sagrada Escritura, el Nombre revelado es sustituido por el título divino “Señor” (“Adonai”, en griego “Kyrios”). Con este título será aclamada la divinidad de Jesús: “Jesús es Señor”.









“Dios misericordioso y clemente”









210Tras el pecado de Israel, que se apartó de Dios para adorar al becerro de oro, 9 Dios escucha la intercesión de Moisés y acepta marchar en medio de un pueblo infiel, manifestando así su amor. 10 A Moisés, que pide ver su gloria, Dios le responde: “Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad (belleza) y pronunciaré delante de ti el nombre de YHWH” (Ex 33, 18-19). Y el Señor pasa delante de Moisés, y proclama: “YHWH, YHWH, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad” (Ex 34, 5-6). Moisés confiesa entonces que el Señor es un Dios que perdona. 11









211El Nombre divino “Yo soy” o “Él es” expresa la fidelidad de Dios que, a pesar de la infidelidad del pecado de los hombres y del castigo que merece, “mantiene su amor por mil generaciones” (Ex 34, 7). Dios revela que es “rico en misericordia” (Ef 2, 4) llegando hasta dar su propio Hijo. Jesús, dando su vida para librarnos del pecado, revelará que Él mismo lleva el Nombre divino: “Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy” (Jn 8, 28).









Solo Dios ES









212En el transcurso de los siglos, la fe de Israel pudo desarrollar y profundizar las riquezas contenidas en la revelación del Nombre divino. Dios es único; fuera de Él no hay dioses. 12 Dios trasciende el mundo y la historia. Él es quien ha hecho el cielo y la tierra: “Ellos perecen, mas tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan... pero tú siempre el mismo, no tienen fin tus años” (Sal 102, 27-28). En Él “no hay cambios ni sombras de variaciones” (St 1, 17). El es “El que es”, desde siempre y para siempre y por eso permanece siempre fiel a sí mismo y a sus promesas.









213Por tanto, la revelación del Nombre inefable “Yo soy el que soy” contiene la verdad de que sólo Dios ES. En este mismo sentido, ya la traducción de los Setenta y, siguiéndola, la Tradición de la Iglesia han entendido el Nombre divino: Dios es la plenitud del Ser y de toda perfección, sin origen y sin fin. Mientras todas las criaturas han recibido de Él todo su ser y su poseer, El solo es su ser mismo y es por sí mismo todo lo que es.









III DIOS, “EL QUE ES”, ES VERDAD Y AMOR









214Dios, “El que es”, se reveló a Israel como el que es “rico en amor y fidelidad” (Ex 34, 6). Estos dos términos expresan de forma condensada las riquezas del Nombre divino. En todas sus obras, Dios muestra su benevolencia, su bondad, su gracia, su amor; pero también su fiabilidad, su constancia, su fidelidad, su verdad. “Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad” (Sal 138, 2). 13 El es la Verdad, porque “Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1, 5); él es “Amor”, como lo enseña el apóstol Juan (1 Jn 4, 8).


Dios es la Verdad









215“Es verdad el principio de tu palabra, por siempre, todos tus justos juicios” (Sal 119, 160). “Ahora, mi Señor Dios, tú eres Dios, tus palabras son verdad” (2 S 7, 28); por eso las promesas de Dios se realizan siempre. 14 Dios es la Verdad misma, sus palabras no pueden engañar. Por ello el hombre se puede entregar con toda confianza a la verdad y a la fidelidad de la palabra de Dios en todas las cosas. El comienzo del pecado y de la caída del hombre fue una mentira del tentador que indujo a dudar de la palabra de Dios, de su benevolencia y de su fidelidad.









216La verdad de Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y del gobierno del mundo. 15 Dios, único Creador del cielo y de la tierra (cf Sal 115, 15), es el único que puede dar el conocimiento verdadero de todas las cosas creadas en su relación con Él. 16









217Dios es también verdadero cuando se revela: la enseñanza que viene de Dios es “una doctrina de verdad” (Ml 2, 6). Cuando envíe su Hijo al mundo, será para “dar testimonio de la Verdad” (Jn 18, 37): “Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero” (1 Jn 5, 20). 17









Dios es Amor









218A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito. 18 E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo 19 y de perdonarle su infidelidad y sus pecados. 20









219El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo. 21 Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos. 22 Dios ama a su Pueblo más que un esposo a su amada; 23 este amor vencerá incluso las peores infidelidades; 24 llegará hasta el don más precioso: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único”(Jn 3, 16).









220El amor de Dios es “eterno” (Is 54, 8). “Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará” (Is 54, 10). “Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti” (Jr 31, 3).









221Pero san Juan irá todavía más lejos al afirmar: “Dios es Amor” (1 Jn 4, 8.16); el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo; 25 El mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él.









IV CONSECUENCIAS DE LA FE EN EL DIOS ÚNICO









222Creer en Dios, el Único, y amarlo con todo el ser tiene consecuencias inmensas para toda nuestra vida:









223Es reconocer la grandeza y la majestad de Dios: “Sí, Dios es tan grande que supera nuestra ciencia” (Jb 36, 26). Por esto Dios debe ser “el primer servido”. 26









224Es vivir en acción de gracias: Si Dios es el Unico, todo lo que somos y todo lo que poseemos viene de Él: “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Co 4, 7). “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” (Sal 116, 12).









225Es reconocer la unidad y la verdadera dignidad de todos los hombres: Todos han sido hechos “a imagen y semejanza de Dios” (Gn 1, 26).









226Es usar bien de las cosas creadas: La fe en Dios, el Unico, nos lleva a usar de todo lo que no es Él en la medida en que nos acerca a Él, y a separarnos de ello en la medida en que nos aparta de Él: 27








Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me aleja de ti. Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a ti. Señor mío y Dios mío, despójame de mí mismo para darme todo a ti. 28



227Es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad. Una oración de santa Teresa de Jesús lo expresa admirablemente:









Nada te turbe, Nada te espante,
Todo se pasa, Dios no se muda,
La paciencia, Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene / Nada le falta:
Sólo Dios basta.
29









RESUMEN








228“Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el Unico Señor...” (Dt 6, 4; Mc 12, 29). “Es absolutamente necesario que el Ser supremo sea único, es decir, sin igual... Si Dios no es único, no es Dios”. 30








229La fe en Dios nos mueve a volvernos sólo a Él como a nuestro primer origen y nuestro fin último; y a no preferir nada a Él ni sustituirle con nada.








230Dios al revelarse sigue siendo Misterio inefable: “Si lo comprendieras, no sería Dios”. 31








231El Dios de nuestra fe se ha revelado como El que es; se ha dado a conocer como “rico en amor y fidelidad” (Ex 34, 6). Su Ser mismo es Verdad y Amor.









Párrafo 2EL PADRE









I “EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO”









232Los cristianos son bautizados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). Antes responden “Creo” a la triple pregunta que les pide confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: “Fides omnium christianorum in Trinitate consistit” (“La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad”). 32









233Los cristianos son bautizados en “el nombre” del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en “los nombres” de éstos, 33 pues no hay más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.









234El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la “jerarquía de las verdades de fe”. 34 “Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos”. 35









235En este párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es revelado el misterio de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de la fe sobre este misterio (II), y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios Padre realiza su “designio amoroso” de creación, de redención, y de santificación (III).









236Los Padres de la Iglesia distinguen entre la “Theologia” y la “Oikonomia”, designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la “Oikonomia” nos es revelada la “Theologia”; pero inversamente, es la “Theologia”, la que esclarece toda la “Oikonomia”. Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas. La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar.









237La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los “misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto”. 36 Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra creadora y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.









II LA REVELACIÓN DE DIOS COMO TRINIDAD





El Padre revelado por el Hijo









238La invocación de Dios como “Padre” es conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como “padre de los dioses y de los hombres”. En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo. 37 Pues aún más, es Padre en razón de la alianza y del don de la Ley a Israel, su “primogénito” (Ex 4, 22). Es llamado también Padre del rey de Israel. 38 Es muy especialmente “el Padre de los pobres”, del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa. 39









239Al designar a Dios con el nombre de “Padre”, el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad trascendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad 40 que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios trasciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Trasciende también la paternidad y la maternidad humanas, 41 aunque sea su origen y medida: 42 Nadie es padre como lo es Dios.









240Jesús ha revelado que Dios es “Padre” en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo Único, el cual eternamente es Hijo sólo en relación a su Padre: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11, 27).









241Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como “el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios” (Jn 1, 1), como “la imagen del Dios invisible” (Col 1, 15), como “el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia” (Hb 1, 3).









242Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es “consubstancial” al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó “al Hijo Unico de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre”. 43









El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu









243Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de “otro Paráclito” (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación 44 y “por los profetas” (Credo de Nicea-Constantinopla), estará ahora junto a los discípulos y en ellos, 45 para enseñarles 46 y conducirlos “hasta la verdad completa” (Jn 16, 13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.









244El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre. 47 El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús, 48 revela en plenitud el misterio de la Santísima Trinidad.









245La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio Ecuménico en el año 381 en Constantinopla: “Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre”. 49 La Iglesia reconoce así al Padre como “la fuente y el origen de toda la divinidad”. 50 Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: “El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma substancia y también de la misma naturaleza. Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el Espíritu del Padre y del Hijo”. 51 El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: “Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”. 52









246La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu “procede del Padre y del Hijo (filioque)”. El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: “El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración... Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente” .53









247La afirmación del filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa san León la había ya confesado dogmáticamente el año 447 54 antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el Concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo de Nicea-Constantinopla por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.









248La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como “salido del Padre” (Jn 15, 26), esa tradición afirma que éste procede del Padre por el Hijo. 55 La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice “de manera legítima y razonable”,56 porque el orden eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que “principio sin principio”,57 pero también que, en cuanto Padre del Hijo Unico, sea con él “el único principio del que procede el Espíritu Santo”. 58 Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.









III LA SANTISIMA TRINIDAD EN LA DOCTRINA DE LA FE









La formación del dogma trinitario

249La verdad revelada de la Santísima Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en la liturgia eucarística: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Co 13, 13). 59









250Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano.









251Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: “substancia”, “persona” o “hipóstasis”, “relación”, etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos destinados también a significar en adelante un Misterio inefable, “infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana”. 60









252La Iglesia utiliza el término “substancia” (traducido a veces también por “esencia” o por “naturaleza”) para designar el ser divino en su unidad; el término “persona” o “hipóstasis” para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el término “relación” para designar el hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.









El dogma de la Santísima Trinidad









253La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: “la Trinidad consubstancial”. 61 Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: “El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza”. 62 “Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina”. 63









254Las personas divinas son realmente distintas entre sí. “Dios es único pero no solitario”. 64 “Padre”, “Hijo”, “Espíritu Santo” no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: “El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo”. 65 Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: “El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede”. 66 La Unidad divina es Trina.









255Las personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las personas entre sí, puesto que no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: “En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia”. 67 En efecto, “todo es uno (en ellos) donde no existe oposición de relación”. 68 “A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo”. 69









256A los catecúmenos de Constantinopla, san Gregorio Nacianceno, llamado también “el Teólogo”, confía este resumen de la fe trinitaria:








Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje... Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero... Dios los Tres considerados en conjunto... No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo... 70









IV LAS OBRAS DIVINAS Y LAS MISIONES TRINITARIAS









257“O lux beata Trinitas et principalis Unitas!” (“¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencial!”). 71 Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el “designio benevolente” 72 que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado, “predestinándonos a la adopción filial en él”(Ef 1, 4-5), es decir, “a reproducir la imagen de su Hijo” (Rm 8, 29), gracias al “Espíritu de adopción filial” (Rm 8, 15). Este designio es una “gracia dada antes de todos los siglos” (2 Tm 1, 9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia. 73









258Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación. 74 “El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio”.75 Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento:76 “uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas”. 77 Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas.









259Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae 78 y el Espíritu lo mueve. 79









260El fin último de toda la economía divina es el acceso de las criaturas a la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad. 80 Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: “Si alguno me ama — dice el Señor — guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14, 23).








Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora. 81









RESUMEN



261El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo.








262La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es consubstancial al Padre, es decir, que es en él y con él el mismo y único Dios.








263La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo, 82 y por el Hijo “de junto al Padre” (Jn 15, 26), revela que él es con ellos el mismo Dios único. “Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”.








264“El Espíritu Santo procede del Padre en cuanto fuente primera y, por el don eterno de éste al Hijo, del Padre y del Hijo en comunión”. 83








265Por la gracia del bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna. 84








266“La fe católica es ésta: que veneremos un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las personas, ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad”. 85








267Las personas divinas, inseparables en su ser, son también inseparables en su obrar. Pero en la única operación divina cada una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo en las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo.









Párrafo 3EL TODOPODEROSO









268De todos los atributos divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el Símbolo: confesarla tiene un gran alcance para nuestra vida. Creemos que esa omnipotencia es universal, porque Dios, que ha creado todo, 86 rige todo y lo puede todo; es amorosa, porque Dios es nuestro Padre; 87 es misteriosa, porque sólo la fe puede descubrirla cuando “se manifiesta en la debilidad” (2 Co 12, 9). 88









“Todo lo que El quiere, lo hace” (Sal 115, 3)









269Las Sagradas Escrituras confiesan con frecuencia el poder universal de Dios. Es llamado “el Poderoso de Jacob” (Gn 49, 24; Is 1, 24), “el Señor de los ejércitos”, “el Fuerte, el Valeroso” (Sal 24, 8-10). Si Dios es Todopoderoso “en el cielo y en la tierra” (Sal 135, 6), es porque Él los ha hecho. Por tanto, nada le es imposible, 89 y dispone de su obra según su voluntad; 90 es el Señor del universo, cuyo orden ha establecido, que le permanece enteramente sometido y disponible; es el Señor de la historia: gobierna los corazones y los acontecimientos según su voluntad: 91 “El actuar con inmenso poder siempre está en tu mano. ¿Quién podrá resistir la fuerza de tu brazo?” (Sb 11, 21).









“Te compadeces de todos porque lo puedes todo” (Sb 11,23)









270Dios es el Padre todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen mutuamente. Muestra, en efecto, su omnipotencia paternal por la manera como cuida de nuestras necesidades; 92 por la adopción filial que nos da (“Yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso”, 2 Co 6, 18); finalmente, por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados.









271La omnipotencia divina no es en modo alguno arbitraria: “En Dios el poder y la esencia, la voluntad y la inteligencia, la sabiduría y la justicia son una sola cosa, de suerte que nada puede haber en el poder divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o en su sabia inteligencia”. 93









El misterio de la aparente impotencia de Dios



272La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es “poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres” (1 Co 1, 24-25). En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre “desplegó el vigor de su fuerza” y manifestó “la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes” (Ef 1, 19-22).









273Sólo la fe puede adherir a las vías misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo. 94 De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó que “nada es imposible para Dios” (Lc 1, 37) y pudo proclamar las grandezas del Señor: “el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es Santo” (Lc 1, 49).









274“Nada es, pues, más propio para afianzar nuestra Fe y nuestra Esperanza que la convicción profundamente arraigada en nuestras almas de que nada es imposible para Dios. Porque todo lo que (el Credo) propondrá luego a nuestra fe, las cosas más grandes, las más incomprensibles, así como las más elevadas por encima de las leyes ordinarias de la naturaleza, en la medida en que nuestra razón tenga la idea de la omnipotencia divina, las admitirá fácilmente y sin vacilación alguna”. 95









RESUMEN








275Con Job, el justo, confesamos: “Sé que eres Todopoderoso: lo que piensas, lo puedes realizar” (Jb 42, 2).








276Fiel al testimonio de la Escritura, la Iglesia dirige con frecuencia su oración al “Dios todopoderoso y eterno” (“omnipotens sempiterne Deus...”), creyendo firmemente que “nada es imposible para Dios” (Gn 18, 14; Lc 1, 37; Mt 19, 26).








277Dios manifiesta su omnipotencia convirtiéndonos de nuestros pecados y restableciéndonos en su amistad por la gracia (“Deus, qui omnipotentiam tuam parcendo maxime et miserando manifestas...”, “Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia...”). 96








278De no ser por nuestra fe en que el amor de Dios es todopoderoso, ¿cómo creer que el Padre nos ha podido crear, el Hijo rescatar, el Espíritu Santo santificar?









Párrafo 4EL CREADOR









279“En el principio, Dios creó el cielo y la tierra” (Gn 1, 1). Con estas palabras solemnes comienza la Sagrada Escritura. El Símbolo de la fe las recoge confesando a Dios Padre Todopoderoso como “el Creador del cielo y de la tierra”, “de todo lo visible y lo invisible”. Hablaremos, pues, primero del Creador, luego de su creación, finalmente de la caída del pecado de la que Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a levantarnos.









280La creación es el fundamento de “todos los designios salvíficos de Dios”, “el comienzo de la historia de la salvación” 97 que culmina en Cristo. Inversamente, el Misterio de Cristo es la luz decisiva sobre el Misterio de la creación; revela el fin en vista del cual, “al principio, Dios creó el cielo y la tierra” (Gn 1, 1): desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo. 98









281Por esto, las lecturas de la Noche Pascual, celebración de la creación nueva en Cristo, comienzan con el relato de la creación; de igual modo, en la liturgia bizantina, el relato de la creación constituye siempre la primera lectura de las vigilias de las grandes fiestas del Señor. Según el testimonio de los antiguos, la instrucción de los catecúmenos para el bautismo sigue el mismo camino. 99









I LA CATEQUESIS SOBRE LA CREACIÓN









282La catequesis sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a los fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta de la fe cristiana a la pregunta básica que los hombres de todos los tiempos se han formulado: “¿De dónde venimos?” “¿A dónde vamos?” “¿Cuál es nuestro origen?” “¿Cuál es nuestro fin?” “¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?” Las dos cuestiones, la del origen y la del fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orientación de nuestra vida y nuestro obrar.









283La cuestión sobre los orígenes del mundo y del hombre es objeto de numerosas investigaciones científicas que han enriquecido magníficamente nuestros conocimientos sobre la edad y las dimensiones del cosmos, el devenir de las formas vivientes, la aparición del hombre. Estos descubrimientos nos invitan a admirar más la grandeza del Creador, a darle gracias por todas sus obras y por la inteligencia y la sabiduría que da a los sabios e investigadores. Con Salomón, éstos pueden decir: “Fue él quien me concedió el conocimiento verdadero de cuanto existe, quien me dio a conocer la estructura del mundo y las propiedades de los elementos... porque la que todo lo hizo, la Sabiduría, me lo enseñó” (Sb 7, 17-21).





284El gran interés que despiertan estas investigaciones está fuertemente estimulado por una cuestión de otro orden, y que supera el dominio propio de las ciencias naturales. No se trata sólo de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos, ni cuándo apareció el hombre, sino más bien de descubrir cuál es el sentido de tal origen: si está gobernado por el azar, un destino ciego, una necesidad anónima, o bien por un Ser trascendente, inteligente y bueno, llamado Dios. Y si el mundo procede de la sabiduría y de la bondad de Dios, ¿por qué existe el mal?, ¿de dónde viene?, ¿quién es responsable de él?, ¿dónde está la posibilidad de liberarse del mal?









285Desde sus comienzos, la fe cristiana se ha visto confrontada a respuestas distintas de las suyas sobre la cuestión de los orígenes. Así, en las religiones y culturas antiguas encontramos numerosos mitos referentes a los orígenes. Algunos filósofos han dicho que todo es Dios, que el mundo es Dios, o que el devenir del mundo es el devenir de Dios (panteísmo); otros han dicho que el mundo es una emanación necesaria de Dios, que brota de esta fuente y retorna a ella; otros han afirmado incluso la existencia de dos principios eternos, el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas, en lucha permanente (dualismo, maniqueísmo); según algunas de estas concepciones, el mundo (al menos el mundo material) sería malo, producto de una caída, y por tanto se ha de rechazar y superar (gnosis); otros admiten que el mundo ha sido hecho por Dios, pero a la manera de un relojero que, una vez hecho, lo habría abandonado a él mismo (deísmo); otros, finalmente, no aceptan ningún origen trascendente del mundo, sino que ven en él el puro juego de una materia que ha existido siempre (materialismo). Todas estas tentativas dan testimonio de la permanencia y de la universalidad de la cuestión de los orígenes. Esta búsqueda es inherente al hombre.









286La inteligencia humana puede ciertamente encontrar por sí misma una respuesta a la cuestión de los orígenes. En efecto, la existencia de Dios Creador puede ser conocida con certeza por sus obras gracias a la luz de la razón humana, 100 aunque este conocimiento es con frecuencia oscurecido y desfigurado por el error. Por eso la fe viene a confirmar y a esclarecer la razón para la justa inteligencia de esta verdad: “Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece” (Hb 11, 3).









287La verdad en la creación es tan importante para toda la vida humana que Dios, en su ternura, quiso revelar a su pueblo todo lo que es saludable conocer a este respecto. Más allá del conocimiento natural que todo hombre puede tener del Creador, 101 Dios reveló progresivamente a Israel el misterio de la creación. El que eligió a los patriarcas, el que hizo salir a Israel de Egipto y que, al escoger a Israel, lo creó y formó, 102 se revela como aquel a quien pertenecen todos los pueblos de la tierra y la tierra entera, como el único Dios que “hizo el cielo y la tierra” (Sal 115, 15; 124, 8; 134, 3).









288Así, la revelación de la creación es inseparable de la revelación y de la realización de la Alianza del Dios único, con su Pueblo. La creación es revelada como el primer paso hacia esta Alianza, como el primero y universal testimonio del amor todopoderoso de Dios. 103 Por eso, la verdad de la creación se expresa con un vigor creciente en el mensaje de los profetas, 104 en la oración de los salmos 105 y de la liturgia, en la reflexión de la sabiduría 106 del Pueblo elegido.









289Entre todas las palabras de la Sagrada Escritura sobre la creación, los tres primeros capítulos del Génesis ocupan un lugar único. Desde el punto de vista literario, estos textos pueden tener diversas fuentes. Los autores inspirados los han colocado al comienzo de la Escritura de suerte que expresan, en su lenguaje solemne, las verdades de la creación, de su origen y de su fin en Dios, de su orden y de su bondad, de la vocación del hombre, finalmente, del drama del pecado y de la esperanza de la salvación. Leídas a la luz de Cristo, en la unidad de la Sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia, estas palabras siguen siendo la fuente principal para la catequesis de los Misterios del “comienzo”: creación, caída, promesa de la salvación.









II LA CREACIÓN: OBRA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD









290“En el principio, Dios creó el cielo y la tierra”: tres cosas se afirman en estas primeras palabras de la Escritura: el Dios eterno ha dado principio a todo lo que existe fuera de Él. Sólo Él es creador (el verbo “crear” -en hebreo “bara”- tiene siempre por sujeto a Dios). La totalidad de lo que existe (expresada por la fórmula “el cielo y la tierra”) depende de Aquel que le da el ser.









291“En el principio existía el Verbo... y el Verbo era Dios... Todo fue hecho por él y sin él nada ha sido hecho” (Jn 1, 1-3). El Nuevo Testamento revela que Dios creó todo por el Verbo Eterno, su Hijo amado. “En él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra... todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia” (Col 1, 16-17). La fe de la Iglesia afirma también la acción creadora del Espíritu Santo: él es el “dador de vida”,107 “el Espíritu Creador”,108 la “Fuente de todo bien”. 109









292La acción creadora del Hijo y del Espíritu, insinuada en el Antiguo Testamento, 110 revelada en la Nueva Alianza, inseparablemente una con la del Padre, es claramente afirmada por la regla de fe de la Iglesia: “Sólo existe un Dios...: es el Padre, es Dios, es el Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha hecho todas las cosas por sí mismo, es decir, por su Verbo y por su Sabiduría”, “por el Hijo y el Espíritu”, que son como “sus manos”. 111 La creación es la obra común de la Santísima Trinidad.









III “EL MUNDO HA SIDO CREADO PARA LA GLORIA DE DIOS”









293La Escritura y la Tradición no cesan de enseñar y celebrar esta verdad fundamental: “El mundo ha sido creado para la gloria de Dios”. 112 Dios ha creado todas las cosas, explica san Buenaventura, “non propter gloriam augendam, sed propter gloriam manifestandam et propter gloriam suam communicandam” (“no para aumentar su gloria, sino para manifestarla y comunicarla”). 113 Porque Dios no tiene otra razón para crear que su amor y su bondad: “Aperta manu clave amoris creaturae prodierunt” (“Abierta su mano con la llave del amor surgieron las criaturas”). 114 Y el Concilio Vaticano I explica:








En su bondad y por su fuerza todopoderosa, no para aumentar su bienaventuranza, ni para adquirir su perfección, sino para manifestarla por los bienes que otorga a sus criaturas, el solo verdadero Dios, en su libérrimo designio, en el comienzo del tiempo, creó de la nada a la vez una y otra criatura, la espiritual y la corporal. 115









294La gloria de Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado. Hacer de nosotros “hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia” (Ef 1, 5-6): “Porque la gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios”. 116 El fin último de la creación es que Dios, “Creador de todos los seres, sea por fin ‘todo en todos’ (1 Co 15, 28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad”. 117









IV EL MISTERIO DE LA CREACIÓN









Dios crea por sabiduría y por amor

295Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría. 118 Este no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad: “Porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad lo que no existía fue creado” (Ap 4, 11). “¡Cuán numerosas son tus obras, Señor! Todas las has hecho con sabiduría” (Sal 104, 24). “Bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas sus obras” (Sal 145, 9).









Dios crea “de la nada”









296Creemos que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear. 119 La creación tampoco es una emanación necesaria de la substancia divina. 120 Dios crea libremente “de la nada”:121









¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un material, hace de él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte de la nada para hacer todo lo que quiere. 122









297La fe en la creación “de la nada” está atestiguada en la Escritura como una verdad llena de promesa y de esperanza. Así la madre de los siete hijos macabeos los alienta al martirio:








Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes... Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia (2 M 7, 22-23.28).









298Puesto que Dios puede crear de la nada, puede por el Espíritu Santo dar la vida del alma a los pecadores creando en ellos un corazón puro, 123 y la vida del cuerpo a los difuntos mediante la Resurrección. El “da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean” (Rm 4, 17). Y puesto que, por su Palabra, pudo hacer resplandecer la luz en las tinieblas, 124 puede también dar la luz de la fe a los que lo ignoran. 125









Dios crea un mundo ordenado y bueno









299Porque Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada: “Tú todo lo dispusiste con medida, número y peso” (Sb 11, 20). Creada en y por el Verbo eterno, “imagen del Dios invisible” (Col 1, 15), la creación está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios, 126 llamado a una relación personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando en la luz del Entendimiento divino, puede entender lo que Dios nos dice por su creación, 127 ciertamente no sin gran esfuerzo y en un espíritu de humildad y de respeto ante el Creador y su obra. 128 Salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad (“Y vio Dios que era bueno... muy bueno”: Gn 1, 4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida la del mundo material. 129









Dios trasciende la creación y está presente en ella









300Dios es infinitamente más grande que todas sus obras: 130 “Su majestad es más alta que los cielos” (Sal 8, 2), “su grandeza no tiene medida” (Sal 145, 3). Pero porque es el Creador soberano y libre, causa primera de todo lo que existe, está presente en lo más íntimo de sus criaturas: “En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28). Según las palabras de san Agustín, Dios es “superior summo meo et interior intimo meo” (“Dios está por encima de lo más alto que hay en mí y está en lo más hondo de mi intimidad”). 131









Dios mantiene y conduce la creación









301Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza:








Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida (Sb 11, 24-26).









V DIOS REALIZA SU DESIGNIO: LA DIVINA PROVIDENCIA









302La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada “en estado de vía” (“in statu viae”) hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección:








Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, “alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con dulzura” (Sb 8, 1). Porque “todo está desnudo y patente a sus ojos” (Hb 4, 13), incluso lo que la acción libre de las criaturas producirá. 132









303El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: “Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza” (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: “si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir” (Ap 3, 7); “hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza” (Pr 19, 21).









304Así vemos al Espíritu Santo, autor principal de la Sagrada Escritura, atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas segundas. Esto no es “una manera de hablar” primitiva, sino un modo profundo de recordar la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la historia y el mundo 133 y de educar así para la confianza en El. La oración de los salmos es la gran escuela de esta confianza. 134



305Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos: “No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?... Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura”(Mt 6, 31-33). 135









La providencia y las causas segundas









306Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios Todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio.









307Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de “someter” la tierra y dominarla. 136 Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación y perfeccionar su armonía, para su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos. 137 Entonces llegan a ser plenamente “colaboradores de Dios” (1 Co 3, 9; 1 Ts 3, 2) y de su Reino. 138









308Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: “Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece” (Flp 2, 13). 139 Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque “sin el Creador la criatura se diluye”; 140 menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia. 141









La providencia y el escándalo del mal









309Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal.









310Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor. 142 Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo “en estado de vía” hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección. 143









311Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. 144 Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien:








Porque el Dios Todopoderoso... por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si El no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal. 145









312Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: “No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios..., aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir... un pueblo numeroso” (Gn 45, 8; 50, 20). 146 Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia, 147 sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien.









313“Todo coopera al bien de los que aman a Dios” (Rm 8, 28). El testimonio de los santos no cesa de confirmar esta verdad:








Así santa Catalina de Siena dice a “los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede”: “Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin”. 148








Y santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”. 149








Y Juliana de Norwich: “Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza que todas las cosas serán para bien... Tú verás que todas las cosas serán para bien” (“Thou shalt see thyself that all MANNER of thing shall be well”). 150









314Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios “cara a cara” (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat 151 definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.









RESUMEN








315En la creación del mundo y del hombre, Dios ofreció el primero y universal testimonio de su amor todopoderoso y de su sabiduría, el primer anuncio de su “designio benevolente” que encuentra su fin en la nueva creación en Cristo.








316Aunque la obra de la creación se atribuya particularmente al Padre, es igualmente verdad de fe que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único e indivisible de la creación.



317Sólo Dios ha creado el universo, libremente, sin ninguna ayuda.








318Ninguna criatura tiene el poder infinito que es necesario para “crear” en el sentido propio de la palabra, es decir, de producir y de dar el ser a lo que no lo tenía en modo alguno (llamar a la existencia de la nada). 152








319Dios creó el mundo para manifestar y comunicar su gloria. La gloria para la que Dios creó a sus criaturas consiste en que tengan parte en su verdad, su bondad y su belleza.








320Dios, que ha creado el universo, lo mantiene en la existencia por su Verbo, “el Hijo que sostiene todo con su palabra poderosa” (Hb 1, 3) y por su Espíritu Creador que da la vida.








321La divina providencia consiste en las disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor todas las criaturas hasta su fin último.








322Cristo nos invita al abandono filial en la providencia de nuestro Padre celestial 153 y el apóstol san Pedro insiste: “Confiadle todas vuestras preocupaciones pues él cuida de vosotros” (1 P 5, 7) .154








323La providencia divina actúa también por la acción de las criaturas. A los seres humanos Dios les concede cooperar libremente en sus designios.








324La permisión divina del mal físico y del mal moral es un misterio que Dios esclarece por su Hijo, Jesucristo, muerto y resucitado para vencer el mal. La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo, por caminos que nosotros sólo conoceremos plenamente en la vida eterna.









Párrafo 5EL CIELO Y LA TIERRA









325El Símbolo de los Apóstoles profesa que Dios es “el Creador del cielo y de la tierra”, y el Símbolo de Nicea-Constantinopla explicita: “...de todo lo visible y lo invisible”.









326En la Sagrada Escritura, la expresión “cielo y tierra” significa: todo lo que existe, la creación entera. Indica también el vínculo que, en el interior de la creación, a la vez une y distingue cielo y tierra: “La tierra”, es el mundo de los hombres. 155 “El cielo” o “los cielos” puede designar el firmamento, 156 pero también el “lugar” propio de Dios: “nuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16), 157 y por consiguiente también el “cielo”, que es la gloria escatológica. Finalmente, la palabra “cielo” indica el “lugar” de las criaturas espirituales los ángeles que rodean a Dios.









327La profesión de fe del IV Concilio de Letrán afirma que Dios, “al comienzo del tiempo, creó a la vez de la nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la mundana; luego, la criatura humana, que participa de las dos realidades, pues está compuesta de espíritu y de cuerpo”. 158









I LOS ÁNGELES









La existencia de los ángeles, una verdad de fe









328La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.



Quiénes son los ángeles









329San Agustín dice respecto a ellos: “Angelus officii nomen est, non naturae. Quaeris nomen huius naturae, spiritus est; quaeris officium, angelus est: ex eo quod est, spiritus est, ex eo quod agit, angelus” (“El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel”). 159 Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan “constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10), son “agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra” (Sal 103, 20).









330En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales 160 e inmortales. 161 Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello. 162









Cristo “con todos sus ángeles”









331Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles...” (Mt 25, 31). Le pertenecen porque fueron creados por y para El: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él” (Col 1, 16). Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación: “¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?” (Hb 1, 14).









332Desde la creación 163 y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización: cierran el paraíso terrenal 164 protegen a Lot, 165 salvan a Agar y a su hijo, 166 detienen la mano de Abraham, 167 la ley es comunicada por su ministerio (cf Hch 7, 53), conducen el pueblo de Dios, 168 anuncian nacimientos 169 y vocaciones, 170 asisten a los profetas, 171 por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el de Jesús. 172









333De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce “a su Primogénito en el mundo, dice: ’adórenle todos los ángeles de Dios’” (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: “Gloria a Dios...” (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús, 173 sirven a Jesús en el desierto, 174 lo reconfortan en la agonía, 175 cuando El habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos 176 como en otro tiempo Israel. 177 Son también los ángeles quienes “evangelizan” (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación, 178 y de la Resurrección 179 de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles, 180 éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor. 181









Los ángeles en la vida de la Iglesia









334De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles. 182









335En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo; 183 invoca su asistencia (así en el “In Paradisum deducant te angeli...” [“Al Paraíso te lleven los ángeles...”] de la liturgia de difuntos, o también en el “Himno querúbico” de la liturgia bizantina) y celebra más particularmente la memoria de ciertos ángeles (san Miguel, san Gabriel, san Rafael, los ángeles custodios).









336Desde su comienzo 184 a la muerte, 185 la vida humana está rodeada de su custodia 186 y de su intercesión. 187 “Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida”. 188 Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.









II EL MUNDO VISIBLE









337Dios mismo es quien ha creado el mundo visible en toda su riqueza, su diversidad y su orden. La Escritura presenta la obra del Creador simbólicamente como una secuencia de seis días “de trabajo” divino que terminan en el “reposo” del día séptimo. 189 El texto sagrado enseña, a propósito de la creación, verdades reveladas por Dios para nuestra salvación 190 que permiten “conocer la naturaleza íntima de todas las criaturas, su valor y su ordenación a la alabanza divina”. 191









338Nada existe que no deba su existencia a Dios creador. El mundo comenzó cuando fue sacado de la nada por la palabra de Dios; todos los seres existentes, toda la naturaleza, toda la historia humana están enraizados en este acontecimiento primordial: es el origen gracias al cual el mundo es constituido, y el tiempo ha comenzado. 192









339Toda criatura posee su bondad y su perfección propias. Para cada una de las obras de los “seis días” se dice: “Y vio Dios que era bueno”. “Por la condición misma de la creación, todas las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden”. 193 Las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarree consecuencias nefastas para los hombres y para su ambiente.



340La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. El sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión: las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse mutuamente.









341La belleza del universo: el orden y la armonía del mundo creado derivan de la diversidad de los seres y de las relaciones que entre ellos existen. El hombre las descubre progresivamente como leyes de la naturaleza que causan la admiración de los sabios. La belleza de la creación refleja la infinita belleza del Creador. Debe inspirar el respeto y la sumisión de la inteligencia del hombre y de su voluntad.









342La jerarquía de las criaturas está expresada por el orden de los “seis días”, que va de lo menos perfecto a lo más perfecto. Dios ama todas sus criaturas, 194 cuida de cada una, incluso de los pajarillos. Pero Jesús dice: “Vosotros valéis más que muchos pajarillos” (Lc 12, 6-7), o también: “¡Cuánto más vale un hombre que una oveja!” (Mt 12, 12).









343 El hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato inspirado lo expresa distinguiendo netamente la creación del hombre y la de las otras criaturas. 195









344Existe una solidaridad entre todas las criaturas por el hecho de que todas tienen el mismo Creador, y que todas están ordenadas a su gloria:








Loado seas por toda criatura, mi Señor,








y en especial loado por el hermano Sol,








que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor








y lleva por los cielos noticia de su autor.








Y por la hermana agua, preciosa en su candor,








que es útil, casta, humilde: ¡loado mi Señor!








Y por la hermana tierra que es toda bendición,








la hermana madre tierra, que da en toda ocasión








las hierbas y los frutos y flores de color,








y nos sustenta y rige: ¡loado mi Señor!








Servidle con ternura y humilde corazón,








agradeced sus dones, cantad su creación.








Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén. 196









345El Sabbat, culminación de la obra de los “seis días”. El texto sagrado dice que “Dios concluyó en el séptimo día la obra que había hecho” y que así “el cielo y la tierra fueron acabados”; Dios, en el séptimo día, “descansó”, santificó y bendijo este día (Gn 2, 1-3). Estas palabras inspiradas son ricas en enseñanzas salvíficas:









346En la creación Dios puso un fundamento y unas leyes que permanecen estables, 197 en los cuales el creyente podrá apoyarse con confianza, y que son para él el signo y garantía de la fidelidad inquebrantable de la Alianza de Dios. 198 Por su parte, el hombre deberá permanecer fiel a este fundamento y respetar las leyes que el Creador ha inscrito en la creación.









347La creación está hecha con miras al Sabbat y, por tanto, al culto y a la adoración de Dios. El culto está inscrito en el orden de la creación. 199 “Operi Dei nihil praeponatur” (“Nada se anteponga a la dedicación a Dios”), dice la regla de san Benito, indicando así el recto orden de las preocupaciones humanas.









348El Sabbat pertenece al corazón de la ley de Israel. Guardar los mandamientos es corresponder a la sabiduría y a la voluntad de Dios, expresadas en su obra de creación.









349El octavo día. Pero para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo día acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva creación. Así, la obra de la creación culmina en una obra todavía más grande: la Redención. La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera. 200









RESUMEN








350Los ángeles son criaturas espirituales que glorifican a Dios sin cesar y que sirven sus designios salvíficos con las otras criaturas: “Ad omnia bona nostra cooperantur angeli” (“Los ángeles cooperan en toda obra buena que hacemos”). 201








351Los ángeles rodean a Cristo, su Señor. Le sirven particularmente en el cumplimiento de su misión salvífica para con los hombres.








352La Iglesia venera a los ángeles que la ayudan en su peregrinar terrestre y protegen a todo ser humano.








353Dios quiso la diversidad de sus criaturas y la bondad peculiar de cada una, su interdependencia y su orden. Destinó todas las criaturas materiales al bien del género humano. El hombre, y toda la creación a través de él, está destinado a la gloria de Dios.



354Respetar las leyes inscritas en la creación y las relaciones que derivan de la naturaleza de las cosas es un principio de sabiduría y un fundamento de la moral.









Párrafo 6EL HOMBRE









355“Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27). El hombre ocupa un lugar único en la creación: “está hecho a imagen de Dios” (I); en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material (II); es creado “hombre y mujer” (III); Dios lo estableció en la amistad con Él (IV).









I “A IMAGEN DE DIOS”









356De todas las criaturas visibles sólo el hombre es “capaz de conocer y amar a su Creador”; 202 es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma”;203 sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad:








¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno. 204









357Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar.









358Dios creó todo para el hombre, 205 pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación:








¿Cuál es, pues, el ser que va a venir a la existencia rodeado de semejante consideración? Es el hombre, grande y admirable figura viviente, más precioso a los ojos de Dios que la creación entera; es el hombre, para él existen el cielo y la tierra y el mar y la totalidad de la creación, y Dios ha dado tanta importancia a su salvación que no ha perdonado a su Hijo único por él. Porque Dios no ha cesado de hacer todo lo posible para que el hombre subiera hasta Él y se sentara a su derecha. 206









359“Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”: 207








San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a saber, Adán y Cristo... El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán, un espíritu que da vida. Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con la cual empezó a vivir... El segundo Adán es aquel que, cuando creó al primero, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma imagen no pereciera. El primer Adán es, en realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, el primero, como él mismo afirma: “Yo soy el primero y yo soy el último”. 208









360Debido a la comunidad de origen, el género humano forma una unidad. Porque Dios “creó, de un solo principio, todo el linaje humano” (Hch 17, 26): 209








Maravillosa visión que nos hace contemplar el género humano en la unidad de su origen en Dios...; en la unidad de su naturaleza, compuesta de igual modo en todos de un cuerpo material y de un alma espiritual; en la unidad de su fin inmediato y de su misión en el mundo; en la unidad de su morada: la tierra, cuyos bienes todos los hombres, por derecho natural, pueden usar para sostener y desarrollar la vida; en la unidad de su fin sobrenatural: Dios mismo a quien todos deben tender; en la unidad de los medios para alcanzar este fin; ... en la unidad de su rescate realizado para todos por Cristo. 210









361“Esta ley de solidaridad humana y de caridad”,211 sin excluir la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos, nos asegura que todos los hombres son verdaderamente hermanos.









II “CORPORE ET ANIMA UNUS”









362La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que “Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2, 7). Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios.









363A menudo, el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana 212 o toda la persona humana. 213 Pero designa también lo que hay de más íntimo en el hombre 214 y de más valor en él, 215 aquello por lo que es particularmente imagen de Dios: “alma” significa el principio espiritual en el hombre.









364El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la “imagen de Dios”: es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu:216








Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y ha de resucitar en el último día. 217










365La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo; 218 es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza.



CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA
CONTINUARA









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