Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos también acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. ¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.
MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS
MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS (COMUNIDAD CATOLICA, APOSTOLICA Y ROMANA).
MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS ES UNA COMUNIDAD EN LA CUAL TODOS LOS MIEMBROS NOS REUNIMOS DIARIAMENTE (NOCHE Y DIA) PARA VENERAR A LA MADRE DEL REDENTOR DEL MUNDO. TE INVITAMOS A COMPARTIR CON NOSOTROS LAS GRANDEZAS QUE SOLO ELLA NOS SABE DAR. MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS. RUEGA POR NOSOTROS. AMEN. EN EL SIGUIENTE LINK PODRAS CONOCER MAS SOBRE NUESTRA COMUNIDAD; http://mariamedianera.ning.com
viernes, 15 de enero de 2010
SOMOS CATOLICOS- EL PAPA VISITA SANTA CLARA (EN DIBUJOS ANIMADOS)
LA IGLESIA NACIENTE-HISTORIA DE LA IGLESIA CATOLICA EN DIBUJOS ANIMADOS
LA SANTA MISA (EXPLICACION DE LA MISA. CARTA DEL CARDENAL NORBERTO RIVERA.
La Santa Misa
Explicación de la misa. Carta del Cardenal Norberto Rivera.
Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio. Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda (I Corintios 9, 16-19).
Estas frases de san Pablo podrían aplicarse a toda la Iglesia. Esto es lo que ha hecho la Iglesia desde sus orígenes: proclamar el Evangelio. Siendo libre, se ha hecho esclava de muchos, servidora abnegada, para ganar para el Evangelio a la mayoría, a los más que ha podido y puede, para entregarles la revelación de Jesucristo que nos descubre el amor y nos abre las puertas de la salvación. El Evangelio es el centro de la primera parte de la Misa: la liturgia de la palabra. La Iglesia proclama solemnemente la Buena Nueva (Eu-angelion: Evangelio) de Jesucristo en la liturgia eucarística.
La Eucaristía es el misterio de la fe y, por tanto, es necesario que la asamblea cristiana de los fieles alimente su fe escuchando la palabra de Dios antes de acercarse a su mesa. Seguimos así una tradición que nace con la Iglesia (Cf Hechos 20, 7-11). El mismo Jesús en la Última Cena enseñó el mandamiento del amor antes de partir el pan con sus apóstoles (Cf Juan 13) o leyó y explicó la palabra de Dios en la Sinagoga (Cf Lucas 4, 16), tal como hacemos hoy en todas las misas del mundo. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña:
La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica:
- la reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal;
- la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.
Liturgia de la Palabra y liturgia eucarística constituyen juntas "un solo acto de culto" (Cf Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium 56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (Cf Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum 21) (Catecismo de la Iglesia Católica 1346).
La liturgia de la Palabra comprende "los escritos de los profetas", es decir, el Antiguo Testamento, y "las memorias de los apóstoles", es decir, sus cartas y los Evangelios; después, la homilía que exhorta a acoger esta palabra como lo que "es verdaderamente, Palabra de Dios" (I Tesalonicenses 2,13), y a ponerla en práctica; vienen luego las intercesiones por todos los hombres, según la palabra del apóstol: "Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constitui-dos en autoridad" (I Timoteo 2,1-2). (Catecismo de la Iglesia Católica 1349).
La lectura se hace desde un lugar destacado, el “ambón”, un puesto algo elevado y bien visible. Cualquier bautizado puede realizar este ministerio litúrgico, pero debe prepararse para hacerlo digna y eficazmente.
La primera lectura casi siempre se toma del Antiguo Testamento. Puede ser un libro histórico, de la ley, de los profetas o de los escritros sapienciales. La Iglesia ha distribuido los principales textos del Antiguo Testamento a lo largo de todo el Año Litúrgico estableciendo así un ciclo catequético que ayuda a conocer a fondo las Sagradas Escrituras. El salmo responsorial, tomado del libro bíblico de los Salmos, reaviva en nosotros sentimientos del salmista y ofrece un versículo que repite toda la asamblea y que, generalmente, ofrece la interpretación cristiana del salmo. Desde la venida de Jesucristo, leemos el Antiguo Testamento a la luz de Cristo, como una profecía ya cumplida. Con el Salmo Responsorial se cierra lo que nos refiere San Lucas en su evangelio: Después les dijo: “Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito acerca de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos’.” Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras (Lucas 24, 44-45). El Nuevo Testamento que vamos a leer a continuación nos va a mostrar el cumplimiento de todo lo anunciado en el Antiguo. Jesucristo, en la liturgia, vuelve a abrir nuestras inteligencias para que comprendamos desde el amor las Sagradas Escrituras. La actitud del cristiano debe ser la de poner atención a las lecturas para captar y penetrar las luces y gracias que el Espíritu Santo le quiere ofrecer en la escucha atenta de la palabra de Dios. Por eso, hay que dar lugar en nuestras vidas a la meditación de las lecturas de la liturgia, siguiendo el ejemplo de la Santísima Virgen que “conservaba todas las cosas en su corazón” (Cf Lucas 2, 19; 2, 51).
Con la lectura del Nuevo Testamento entramos en contacto con la doctrina de los Apóstoles que construyeron los cimientos de la Iglesia, siempre fieles a lo que habían visto y escuchado del Señor. Por tanto, son el vehículo más autorizado para entrar en contacto con la vida y las enseñanzas del Maestro. Por eso, en el tiempo Pascual, los cincuenta días después de la Solemnidad de la Resurrección, la primera lectura se toma del Apocalipsis o de los Hechos de los Apóstoles en lugar del Antiguo Testamento; así se acentúa la importancia determinante que tuvo en la vida de la Iglesia lo que los apóstoles hacían y enseñaban después de la Resurrección de Jesucristo. Las lecturas de las cartas de los apóstoles nos enseñan cómo su doctrina sigue guiando a la Iglesia a través de los tiempos y continúa siendo punto de referen-cia obligado para todo el que quiera ser un buen seguidor de Jesucristo. Los apóstoles son los pilares de la Iglesia y, por ello, decimos que la Iglesia es apostólica (Cf Efesios 2, 20; Apocalipsis 21, 14). El Catecismo de la Iglesia Católica lo explica en el número 857:
La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:
- Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los apósto-les" (Ef 2,20), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo.
- Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito, las sanas palabras oídas a los apóstoles.
- Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, "a los que asisten los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia": “Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio” (Misal Romano).
El segundo sentido de la apostolicidad que anuncia este número del Catecismo tiene un cumplimiento especial en la lectura de las epístolas apostólicas durante la liturgia eucarística: la liturgia guarda y transmite la enseñanza de los apóstoles.
El “Aleluya” es la aclamación de la ciudad futura, Jerusalén (Cf Tobías 13, 16-17), con la que se saluda a Cristo como vencedor de la antigua Babel (Cf Apocalipsis 19, 1-9). El “aleluya” resuena en el rito cristiano mientras el Evangeliario (libro de los santos Evangelios) es llevado al ambón acompañado de los cirios y el incienso. En ese momento, la asamblea se levanta y saluda al Señor que se dirige a nosotros, a cada uno en particular y a toda la Iglesia, con las palabras del Evangelio. El aleluya suele ser cantado, no desde el ambón, como el Salmo, y es repetido por toda la asamblea. Después se canta el versículo señalado por el leccionario y luego se repite el “alelu-ya”. Después de la lectura del Evangelio se puede repetir el “aleluya” cantado por toda la asamblea. Durante la Cuaresma, la Iglesia, peregrina en el desierto en prepara-ción para la Pascua del Señor, renuncia al “aleluya”, canto de la tierra prometida, y entona antes del Evangelio otra alabanza a Cristo adecuada al momento. El día de Pascua, la Iglesia saluda de nuevo con el “aleluya” la resurrección del Señor.
La proclamación del Evangelio. Este momento es uno de los ejes centrales de la Misa, el culmen de la liturgia de la palabra y, por ello, se reviste con una solemnidad especial. El lector del Evangelio, un diácono o un presbítero, se preparan de distinta forma para leer el Evangelio: el presbítero con una oración en secreto que dice mientras hace una reverencia al altar: “purifica, Señor, mis labios y mi corazón, para que anuncie dignamente el Evangelio”; el diácono, sin embargo, recibe la bendición del celebrante principal y se dirige en procesión hasta el ambón. Desde allí proclama el Evangelio, que es siempre un texto (en griego, “perícopa”) tomado de uno de los cuatro evangelios. Comienza con el saludo a la asamblea: “el Señor esté con ustedes” que hace patente la presencia de Cristo en la palabra del Evangelio. Todo el pueblo se pone de pie mirando hacia el ambón. Después, el lector del Evangelio hace la señal de la cruz sobre el Evangelio, la mente, la boca y el corazón. La asamblea se signa con la cruz triple. Al final de la lectura, después de la aclamación a Cristo de todo el pueblo presente (“Gloria a ti, Señor Jesús”), besa el libro en señal de reverencia, igual que se besa el altar al inicio y al final de la Misa.
La homilía. La homilía busca explicar y actualizar los textos sagrados durante la liturgia, pero el hecho de que sea explicación o actualización no quita que lleve una fuerte carga de motivación y de persuasión buscando guiar a los fieles en el mejor seguimiento de Cristo. La deben decir sólo los obispos, los sacerdotes o los diáconos, que son ministros ordenados y, por tanto, representan oficialmente a Cristo presente entre nosotros. Ellos presiden la Liturgia de la Palabra en la Misa. Es obligatoria en todas las misas de domingo y de días festivos y en todas las celebraciones del Bautismo, la Confirmación, el Matrimonio y las Sagradas Órdenes. Se recomienda en los días feriales del tiempo de Adviento, de Cuaresma y de Pascua. Debe ayudar a profundizar la liturgia y, por ello, no puede ser superficial ni quedarse en aspectos puramente sociológicos o políticos. No hay que olvidar que la homilía está incluida en un acto litúrgico, de culto, de oración, y por tanto, no hay que perder ese ambiente espiritual de diálogo con Dios sobre lo que el sacerdote nos está diciendo.
La profesión de fe. Los domingos o los días de las grandes solemnidades, toda la asamblea reunida para celebrar la Eucaristía recita o canta el Credo como profesión de fe después de la homilía. Decir el Credo es renovar el Bautismo, gracias al cual podemos presentarnos ante el altar para participar en el sacrificio eucarístico. El rezo del Credo representa la comunión de fe que existe entre todos los miembros de la Iglesia, todos participan en la Eucaristía porque creen en la misma revelación de Jesucristo. Esta comunión de fe es, al mismo tiempo, comunión con todos los miem-bros del mismo cuerpo.
La oración de los fieles u oración universal cierra la Liturgia de la Palabra. Siguiendo las enseñanzas de san Pablo: Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (I Timoteo 2, 1-4). La asamblea reunida ora por toda la humanidad, por todos los que gobiernan y tienen autoridad, por la paz en el mundo y por las necesidades de la Iglesia. Es un momento importante de la liturgia en que todos los presentes se hacen solidarios con los hombres que padecen necesidad. La oración de los fieles es introducida y concluida por el sacerdote, mientras que las peticiones pueden ser leídas por los miembros de la asamblea. El orden normal de las peticiones suele ser el siguiente: primero se pide por las intenciones de la Iglesia, luego por los gobernan-tes y por la salvación del mundo, después por las personas que tienen especiales necesidades y, finalmente, por la comunidad local reunida en asamblea. En algunas ocasiones especiales, como en los matrimonios, las primeras comuniones, las confir-maciones o las ordenaciones sacerdotales, es aconsejable que los que reciben los sacramentos preparen las peticiones incluyendo en ellas las intenciones que lleven en su corazón sin dejar de lado las intenciones universales. Siempre son oraciones, no interpelaciones morales o momentos de diálogo. La asamblea eucarística siempre acoge las peticiones como un acto de culto pronunciando alguna invocación como: “escúchanos, Señor”, “te rogamos, óyenos”, “Señor, ten piedad de nosotros”, etc.
(APORTACION DE S.MARIA MILAGROSA).
Explicación de la misa. Carta del Cardenal Norberto Rivera.
Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio. Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda (I Corintios 9, 16-19).
Estas frases de san Pablo podrían aplicarse a toda la Iglesia. Esto es lo que ha hecho la Iglesia desde sus orígenes: proclamar el Evangelio. Siendo libre, se ha hecho esclava de muchos, servidora abnegada, para ganar para el Evangelio a la mayoría, a los más que ha podido y puede, para entregarles la revelación de Jesucristo que nos descubre el amor y nos abre las puertas de la salvación. El Evangelio es el centro de la primera parte de la Misa: la liturgia de la palabra. La Iglesia proclama solemnemente la Buena Nueva (Eu-angelion: Evangelio) de Jesucristo en la liturgia eucarística.
La Eucaristía es el misterio de la fe y, por tanto, es necesario que la asamblea cristiana de los fieles alimente su fe escuchando la palabra de Dios antes de acercarse a su mesa. Seguimos así una tradición que nace con la Iglesia (Cf Hechos 20, 7-11). El mismo Jesús en la Última Cena enseñó el mandamiento del amor antes de partir el pan con sus apóstoles (Cf Juan 13) o leyó y explicó la palabra de Dios en la Sinagoga (Cf Lucas 4, 16), tal como hacemos hoy en todas las misas del mundo. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña:
La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica:
- la reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal;
- la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.
Liturgia de la Palabra y liturgia eucarística constituyen juntas "un solo acto de culto" (Cf Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium 56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (Cf Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum 21) (Catecismo de la Iglesia Católica 1346).
La liturgia de la Palabra comprende "los escritos de los profetas", es decir, el Antiguo Testamento, y "las memorias de los apóstoles", es decir, sus cartas y los Evangelios; después, la homilía que exhorta a acoger esta palabra como lo que "es verdaderamente, Palabra de Dios" (I Tesalonicenses 2,13), y a ponerla en práctica; vienen luego las intercesiones por todos los hombres, según la palabra del apóstol: "Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constitui-dos en autoridad" (I Timoteo 2,1-2). (Catecismo de la Iglesia Católica 1349).
La lectura se hace desde un lugar destacado, el “ambón”, un puesto algo elevado y bien visible. Cualquier bautizado puede realizar este ministerio litúrgico, pero debe prepararse para hacerlo digna y eficazmente.
La primera lectura casi siempre se toma del Antiguo Testamento. Puede ser un libro histórico, de la ley, de los profetas o de los escritros sapienciales. La Iglesia ha distribuido los principales textos del Antiguo Testamento a lo largo de todo el Año Litúrgico estableciendo así un ciclo catequético que ayuda a conocer a fondo las Sagradas Escrituras. El salmo responsorial, tomado del libro bíblico de los Salmos, reaviva en nosotros sentimientos del salmista y ofrece un versículo que repite toda la asamblea y que, generalmente, ofrece la interpretación cristiana del salmo. Desde la venida de Jesucristo, leemos el Antiguo Testamento a la luz de Cristo, como una profecía ya cumplida. Con el Salmo Responsorial se cierra lo que nos refiere San Lucas en su evangelio: Después les dijo: “Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito acerca de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos’.” Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras (Lucas 24, 44-45). El Nuevo Testamento que vamos a leer a continuación nos va a mostrar el cumplimiento de todo lo anunciado en el Antiguo. Jesucristo, en la liturgia, vuelve a abrir nuestras inteligencias para que comprendamos desde el amor las Sagradas Escrituras. La actitud del cristiano debe ser la de poner atención a las lecturas para captar y penetrar las luces y gracias que el Espíritu Santo le quiere ofrecer en la escucha atenta de la palabra de Dios. Por eso, hay que dar lugar en nuestras vidas a la meditación de las lecturas de la liturgia, siguiendo el ejemplo de la Santísima Virgen que “conservaba todas las cosas en su corazón” (Cf Lucas 2, 19; 2, 51).
Con la lectura del Nuevo Testamento entramos en contacto con la doctrina de los Apóstoles que construyeron los cimientos de la Iglesia, siempre fieles a lo que habían visto y escuchado del Señor. Por tanto, son el vehículo más autorizado para entrar en contacto con la vida y las enseñanzas del Maestro. Por eso, en el tiempo Pascual, los cincuenta días después de la Solemnidad de la Resurrección, la primera lectura se toma del Apocalipsis o de los Hechos de los Apóstoles en lugar del Antiguo Testamento; así se acentúa la importancia determinante que tuvo en la vida de la Iglesia lo que los apóstoles hacían y enseñaban después de la Resurrección de Jesucristo. Las lecturas de las cartas de los apóstoles nos enseñan cómo su doctrina sigue guiando a la Iglesia a través de los tiempos y continúa siendo punto de referen-cia obligado para todo el que quiera ser un buen seguidor de Jesucristo. Los apóstoles son los pilares de la Iglesia y, por ello, decimos que la Iglesia es apostólica (Cf Efesios 2, 20; Apocalipsis 21, 14). El Catecismo de la Iglesia Católica lo explica en el número 857:
La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:
- Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los apósto-les" (Ef 2,20), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo.
- Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito, las sanas palabras oídas a los apóstoles.
- Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, "a los que asisten los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia": “Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio” (Misal Romano).
El segundo sentido de la apostolicidad que anuncia este número del Catecismo tiene un cumplimiento especial en la lectura de las epístolas apostólicas durante la liturgia eucarística: la liturgia guarda y transmite la enseñanza de los apóstoles.
El “Aleluya” es la aclamación de la ciudad futura, Jerusalén (Cf Tobías 13, 16-17), con la que se saluda a Cristo como vencedor de la antigua Babel (Cf Apocalipsis 19, 1-9). El “aleluya” resuena en el rito cristiano mientras el Evangeliario (libro de los santos Evangelios) es llevado al ambón acompañado de los cirios y el incienso. En ese momento, la asamblea se levanta y saluda al Señor que se dirige a nosotros, a cada uno en particular y a toda la Iglesia, con las palabras del Evangelio. El aleluya suele ser cantado, no desde el ambón, como el Salmo, y es repetido por toda la asamblea. Después se canta el versículo señalado por el leccionario y luego se repite el “alelu-ya”. Después de la lectura del Evangelio se puede repetir el “aleluya” cantado por toda la asamblea. Durante la Cuaresma, la Iglesia, peregrina en el desierto en prepara-ción para la Pascua del Señor, renuncia al “aleluya”, canto de la tierra prometida, y entona antes del Evangelio otra alabanza a Cristo adecuada al momento. El día de Pascua, la Iglesia saluda de nuevo con el “aleluya” la resurrección del Señor.
La proclamación del Evangelio. Este momento es uno de los ejes centrales de la Misa, el culmen de la liturgia de la palabra y, por ello, se reviste con una solemnidad especial. El lector del Evangelio, un diácono o un presbítero, se preparan de distinta forma para leer el Evangelio: el presbítero con una oración en secreto que dice mientras hace una reverencia al altar: “purifica, Señor, mis labios y mi corazón, para que anuncie dignamente el Evangelio”; el diácono, sin embargo, recibe la bendición del celebrante principal y se dirige en procesión hasta el ambón. Desde allí proclama el Evangelio, que es siempre un texto (en griego, “perícopa”) tomado de uno de los cuatro evangelios. Comienza con el saludo a la asamblea: “el Señor esté con ustedes” que hace patente la presencia de Cristo en la palabra del Evangelio. Todo el pueblo se pone de pie mirando hacia el ambón. Después, el lector del Evangelio hace la señal de la cruz sobre el Evangelio, la mente, la boca y el corazón. La asamblea se signa con la cruz triple. Al final de la lectura, después de la aclamación a Cristo de todo el pueblo presente (“Gloria a ti, Señor Jesús”), besa el libro en señal de reverencia, igual que se besa el altar al inicio y al final de la Misa.
La homilía. La homilía busca explicar y actualizar los textos sagrados durante la liturgia, pero el hecho de que sea explicación o actualización no quita que lleve una fuerte carga de motivación y de persuasión buscando guiar a los fieles en el mejor seguimiento de Cristo. La deben decir sólo los obispos, los sacerdotes o los diáconos, que son ministros ordenados y, por tanto, representan oficialmente a Cristo presente entre nosotros. Ellos presiden la Liturgia de la Palabra en la Misa. Es obligatoria en todas las misas de domingo y de días festivos y en todas las celebraciones del Bautismo, la Confirmación, el Matrimonio y las Sagradas Órdenes. Se recomienda en los días feriales del tiempo de Adviento, de Cuaresma y de Pascua. Debe ayudar a profundizar la liturgia y, por ello, no puede ser superficial ni quedarse en aspectos puramente sociológicos o políticos. No hay que olvidar que la homilía está incluida en un acto litúrgico, de culto, de oración, y por tanto, no hay que perder ese ambiente espiritual de diálogo con Dios sobre lo que el sacerdote nos está diciendo.
La profesión de fe. Los domingos o los días de las grandes solemnidades, toda la asamblea reunida para celebrar la Eucaristía recita o canta el Credo como profesión de fe después de la homilía. Decir el Credo es renovar el Bautismo, gracias al cual podemos presentarnos ante el altar para participar en el sacrificio eucarístico. El rezo del Credo representa la comunión de fe que existe entre todos los miembros de la Iglesia, todos participan en la Eucaristía porque creen en la misma revelación de Jesucristo. Esta comunión de fe es, al mismo tiempo, comunión con todos los miem-bros del mismo cuerpo.
La oración de los fieles u oración universal cierra la Liturgia de la Palabra. Siguiendo las enseñanzas de san Pablo: Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (I Timoteo 2, 1-4). La asamblea reunida ora por toda la humanidad, por todos los que gobiernan y tienen autoridad, por la paz en el mundo y por las necesidades de la Iglesia. Es un momento importante de la liturgia en que todos los presentes se hacen solidarios con los hombres que padecen necesidad. La oración de los fieles es introducida y concluida por el sacerdote, mientras que las peticiones pueden ser leídas por los miembros de la asamblea. El orden normal de las peticiones suele ser el siguiente: primero se pide por las intenciones de la Iglesia, luego por los gobernan-tes y por la salvación del mundo, después por las personas que tienen especiales necesidades y, finalmente, por la comunidad local reunida en asamblea. En algunas ocasiones especiales, como en los matrimonios, las primeras comuniones, las confir-maciones o las ordenaciones sacerdotales, es aconsejable que los que reciben los sacramentos preparen las peticiones incluyendo en ellas las intenciones que lleven en su corazón sin dejar de lado las intenciones universales. Siempre son oraciones, no interpelaciones morales o momentos de diálogo. La asamblea eucarística siempre acoge las peticiones como un acto de culto pronunciando alguna invocación como: “escúchanos, Señor”, “te rogamos, óyenos”, “Señor, ten piedad de nosotros”, etc.
(APORTACION DE S.MARIA MILAGROSA).
GESTOS Y SIMBOLOS DE LA CELEBRACION EUCARISTICA
Gestos y Símbolos de la Celebración Eucarística
LOS COLORES
¿Por qué y para qué los diversos colores en la celebración litúrgica?
El color como uno de los elementos visuales más sencillo y eficaces, quiere ayudarnos a celebrar mejor nuestra fe. Su lenguaje simbólico nos ayuda a penetrar mejor en los misterios celebrados:
"La diversidad de colores en las vestiduras sagradas tiene como fin expresar con más eficacia, aún exteriormente tanto las características de los misterios de la fe que se celebran como el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico." (Misal romano - IGMR 307)
Los colores actuales de nuestra celebración:
Actualmente el Misal (IGMR) ofrece este abanico de colores en su distribución del Año Litúrgico:
a) Blanco:
Es el color privilegiado de la fiesta cristiana y el color más adecuado para celebrar:
-La Navidad y la Epifanía
-La Pascua en toda su cincuentena
-Las Fiestas de Cristo y de la Virgen, a no ser que por su cercanía al misterio de la Cruz se indique el uso del rojo. -Fiestas de ángeles y santos que no sean mártires.
-Ritual de la Unción
-Unción y el Viático
b) Rojo:
Es el color elegido para:
-La celebración del Domingo de Pasión (Ramos) y el Viernes Santo, porque remite simbólicamente a la muerte martirial de Cristo.
-En la Fiesta de Pentecostés, porque el Espíritu es fuego y vida.
-Otras celebraciones de la Pasión de Cristo, como la fiesta de la Exaltación de la Cruz.
-Las fiestas de los Apóstoles, Evangelistas y Mártires, por su cercanía ejemplar y testimonial a la Pascua de Cristo.
-La Confirmación (Ritual Nº 20) se puede celebrar con vestiduras rojas o blancas apuntando al misterio del espíritu o a la fiesta de una iniciación cristiana a la Nueva Vida.
c) Verde:
El verde como color de paz, serenidad, esperanza se utiliza para celebrar el Tiempo Ordinario del Año Litúrgico. El Tiempo ordinario son esas 34 semanas en las que no se celebra un misterio concreto de Cristo, sino el conjunto de la Historia de la salvación y sobre todo el misterio semanal del Domingo como Día del Señor.
d) Morado:
Este color que remite a la discreción, penitencia y a veces, dolor, es con el que se distingue la celebración del
-Adviento y la Cuaresma
-las celebraciones penitenciales y las exequias cristianas.
e) Negro:
Que había sido durante los siglos de la Edad Media el color del Adviento y la Cuaresma, ha quedado ahora mucho más discretamente relegado: queda sólo como facultativo en las exequias y demás celebraciones de difuntos.
f) Rosa:
El color rosa, que no había cuajado en la historia para la liturgia, queda también como posible para dos domingos que marcan el centro del Adviento y la Cuaresma: el domingo "Gaudete" (3º de Adviento) y el domingo "Laetare" (4º de Cuaresma).
g) Azul:
Con sus resonancias de cielo y lejanía es desde el siglo pasado un color privilegiado para celebrar en España la solemnidad de la Inmaculada, aunque en el misal romano no aparezca.
EL FUEGO
En nuestras celebraciones:
- Aparece en forma de lámparas y cirios encendidos durante la celebración o delante del sagrario.
Aparte del simbolismo de la luz entra aquí también esa misteriosa realidad que se llama fuego: la llama que se va consumiendo lentamente mientras alumbra, embellece, calienta, dando sentido familiar a la celebración.
- Vigilia de Pascua: Es la celebración que queda enriquecida de modo más explícito con el simbolismo del fuego. La hoguera que arde fuera de la Iglesia y de la que se va a encender el Cirio Pascual remite intensamente al triunfo de la luz sobre la tiniebla, del calor sobre el frío, de la vida sobre la muerte. De allí partirá la procesión con su festivo grito: "Luz de Cristo", y la luz se irá comunicando progresivamente a cada uno de los participantes.
El simbolismo de la luz está realmente muy aprovechado en el lenguaje festivo de la Noche Pascual. Pero en su raíz está el fuego que tiene sus direcciones propias y riquísimas.
Su simbolismo natural
El lenguaje del fuego tiene en nuestra sensibilidad humana y social, una interesante serie de sentidos.
El fuego calienta, consume, quema, ilumina, purifica, es fuente de energía. Es origen de innumerables beneficios para la humanidad, pero también destruye, castiga, asusta y mata. Es un elemento bienhechor pero a la vez peligroso. Un rayo o un incendio pueden generar calamidades enormes. Sin el fuego no podemos vivir, pero puede causarnos también la muerte. No es nada extraño que en torno a este misterioso elemento natural se haya creado todo un simbolismo:
-Para expresar la presencia misma de la divinidad, invisible pero fuerte, incontrolable, purificadora, castigadora,
-o para designar los sentimientos humanos, como la pasión, que está escondida pero que puede alcanzar una fuerza inaudita, para bien o para mal: el amor , el odio, el entusiasmo...etc.
-El fuego es también la imagen del calor familiar, el crepitar de la llama en el hogar ilumina la vida, ahuyenta el frío, da alegría y sensación de bienestar.
En la Revelación:
Para saber toda la densidad de significado que el fuego puede llegar a tener y lo que puede expresar también en nuestras celebraciones, no hay mejor medio que repasar, que de lo que él dicen el Antiguo y Nuevo Testamento.
Ante todo, el fuego sirve para expresar de algún modo lo que es imposible de expresar: la presencia misteriosa de Dios mismo en la historia humana. Recordemos el misterioso episodio de la zarza que arde sin consumirse (Ex 3). Moisés se acerca a un lugar que en seguida reconoce como sagrado, y oye la voz "Yo soy el Dios de Abraham...".
También es con el fuego con el que se simboliza el juicio de Dios, como el fuego que penetra a todo ser existente, lo pone en evidencia, lo purifica o lo castiga. (Véase: Dan. 7,10 ; Gen 19 ; Is 66,16)
EL INCIENSO
¿Qué quiere simbolizar el incienso?
Lo que el incienso quiere significar en nuestra liturgia nos lo han ido explicando los varios documentos con sus explicaciones.
El incienso crea una atmósfera agradable y festiva en torno a lo que se inciensa, a la vez que crea un aire entre misterioso y sagrado por la sutil impalpabilidad de su perfume y de su humo.
Expresa elegantemente el respeto y la reverencia hacia una persona o hacia algún símbolo de Cristo.
Pero más en profundidad indica la actitud de oración y elevación de la mente hacia Dios. Ya el Salmo 140 nos hace decir: "suba mi oración como incienso en tu presencia".
El incienso es símbolo, sobre todo, de la actitud de ofrenda y sacrificio de los creyentes hacia Dios. El incienso une de algún modo a las personas con el altar, con sus dones y sobre todo con Cristo Jesús que se ofrece en sacrificio.
¿A quiénes se inciensa?
-El Misal Romano sugiere con libertad el uso del incienso en estos momentos de la Misa:
Durante la procesión de entrada
Al comienzo de la Misa para incensar el altar
En la procesión y proclamación del evangelio
En el ofertorio, para incensar las ofrendas, el altar, el presidente y el pueblo cristiano
En la ostensión del Pan consagrado y del Cáliz después de la consagración (IGMR 235)
a) Llevar incienso en la procesión de entrada e incensar el altar que va a ser el centro de la celebración eucarística, puede indicar el respeto al lugar, a las personas y al altar, o simplemente significar el tono festivo y sagrado de la acción que empieza. Pero el Misal no da demasiado relieve a este primer gesto: siempre se ha considerado más importante la incensación del altar en el ofertorio.
b) La incensación del evangelio fue entrando a partir del siglo XI como signo de honor y respeto hacia Aquél cuyas palabras vamos a escuchar. El Misal (IGMR 33 y 35) explica por qué en el momento del evangelio se acumulan los signos de especial veneración: el lector ordenado, la postura de pie, el beso y otras muestras de honor entre las que hay que recordar el incienso.
c) El uso del incienso en el ofertorio tiene especial interés. El altar y las ofrendas de pan y vino sobre él se inciensan "para significar de este modo que la oblación de la Iglesia y su oración suben ante el trono de Dios como el incienso" (IGMR 51).
En este momento "también el sacerdote y el pueblo pueden ser incensados". Junto con el pan y el vino ofrecidos sobre el altar, y que son incensados, también el presidente se ofrece a sí mismo, y con él toda la comunidad y así se convierten ellos mismos en ofrenda y sacrificio, unidos e incorporados al sacrificio de Cristo. Son las personas, principalmente, las que vienen a ser simbolizadas como ofrenda y homenaje a Dios, con el gesto del incienso. Si nada más fuera un gesto de honor, se quedaría la asamblea sentada mientras la inciensan. En cambio, se pone de pie para indicar su actitud positiva, comprometida, de unión espiritual con las ofrendas eucarísticas.
d) En la consagración el acto de la incensación manifiesta al Señor mismo. Todas las incensaciones se dirigen a los signos sacramentales de la presencia del Señor: el altar, la cruz, el libro del evangelio, el presidente, la asamblea. Ahora se inciensa el pan y el vino consagrados, el signo central y eficaz de la auto-donación de Cristo.
LA IMPOSICIÓN DE MANOS
En el Nuevo Testamento la acción e imponer sobre la cabeza de uno las manos tiene significados distintos, según el contexto en el que se sitúe. Ante todo puede ser la bendición que uno transmite a otro, invocando sobre él la benevolencia de Dios.
Así , Jesús imponía las manos sobre los niños, orando por ellos.
La despedida de Jesús en su Ascensión , se expresa también con el mismo gesto: "alzando las manos los bendijo" (Lc 24,50).
Es una expresión que muchas veces se relaciona a la curación. Jairo pide a Jesús: "Mi hija está a punto de morir; ven impón tus manos sobre ella para que se cure y viva" (Mc 5,23).
Imponer las manos sobre la cabeza de una persona, significa en muchos otros pasajes, invocar y transmitir sobre ella el don del Espíritu Santo para una misión determinada. Así pasa con los elegidos para el ministerio de diáconos en la comunidad primera: "hicieron oración y les impusieron las manos" (Act 6,6).
Hay dos momentos en la celebración de la Eucaristía en que el gesto simbólico tiene particular énfasis.
Ante todo cuando el presidente, en la Plegaria Eucarística, invoca por primera vez al Espíritu (epíclesis), extendiendo sus manos sobre el pan y el vino: "santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu".
La Bendición Final es el segundo momento en el que el gesto de la imposición adquiere especial énfasis.
Este gesto nos habla también del don de Dios y la mediación eclesial:
Estupendo binomio: la mano y la palabra. Unas manos extendidas hacia una persona o una cosa, y unas palabras que oran o declaran. Las manos elevadas apuntando al don divino, y a la vez mantenidas sobre esta persona o cosa, expresando la aplicación o atribución del mismo don divino a estas criaturas.
La mano poderosa de Dios que bendice, que consagra, que inviste de autoridad, es representada sacramentalmente por la ,mano de un ministro de la Iglesia, extendida con humildad y confianza sobre las personas o los elementos materiales que Dios quiere santificar.
EL SALUDO DE LA PAZ
El Misal describe así el gesto de la paz: Los fieles "imploran la paz y la unidad para la Iglesia y para toda la familia humana, y se expresan mutuamente la caridad, antes de participar de un mismo pan" (IGMR 56b).
a) Se trata de la paz de Cristo: "Mi paz os dejo, mi paz os doy". El saludo y el don del Señor que se comunica a los suyos en la Eucaristía. No una paz que conquistemos nosotros con nuestro esfuerzo, sino que nos concede el Señor.
b) Un gesto de fraternidad cristiana y eucarística: Un gesto que nos hacemos unos a otros antes de atrevernos a acudir a la comunión: para recibir a Cristo nos debemos sentir hermanos y aceptarnos los unos a los otros. Todos somos miembros del mismo Cuerpo, la Iglesia de Cristo. Todos estamos invitados a la misma mesa eucarística. Darnos la paz es un gesto profundamente religioso, además de humano. Está motivado por la fe más que por la amistad: reconocemos a Cristo en el hermano al igual que lo reconocemos en el pan y el vino.
EL SACERDOTE BESA EL LIBRO DE LOS EVANGELIOS
Al hacerlo el sacerdote dice en voz baja: "Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados". Esta frase expresa el deseo de que la Palabra evangélica ejerza su fuerza salvadora perdonando nuestros pecados. Besar el Evangelio es un gesto de fe en la presencia de Cristo que se nos comunica como la Palabra verdadera.
LA SEÑAL DE LA CRUZ
No nos damos mucha cuenta, porque ya estamos acostumbrados a ver la Cruz en la Iglesia, en nuestras casas, pero la Cruz es una verdadera cátedra, desde la que Cristo nos predica siempre la gran lección del cristianismo.
La Cruz resume toda la teología sobre Dios, sobre el misterio de la salvación en Cristo, sobre la vida cristiana.
La Cruz es todo un discurso: Nos presenta a un Dios trascendente pero cercano; un Dios que ha querido vencer el mal con su propio dolor; un Cristo que es juez y Señor, pero a la vez siervo, que ha querido llegar a la entrega total de sí mismo, como imagen plástica del amor y de la condescendencia de Dios; un Cristo que en su Pascua - muerte y resurrección- ha dado al mundo la reconciliación.
Los cristianos con frecuencia hacemos con la mano la señal de la Cruz, o nos la hacen otros, como en el caso del bautismo o de las bendiciones.
Es un gesto sencillo pero lleno de significado. Esta señal de la Cruz es una verdadera confesión de fe: Dios nos ha salvado en la Cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia, de posesión: al hacer sobre nuestra personas este signo es como si dijéramos: "estoy bautizado, pertenezco a Cristo, El es mi Salvador, la cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de mi existencia cristiana...".
Los cristianos debemos reconocer a la Cruz todo su contenido para que no sea un símbolo vacío. Y entonces sí, puede ser un signo que continuamente nos alimente la fe y el estilo de vida que Cristo nos enseñó. Si entendemos la Cruz y nuestro pequeño gesto de la señal de la Cruz es consciente, estaremos continuamente reorientando nuestra vida en la dirección buena.
EL AGUA
El agua es una realidad que ya humanamente tiene muchos valores y sentidos: sacia la sed, limpia, es fuente de vida, origina la fuerza hidráulica...También nos sirve para simbolizar realidades profundas en el terreno religioso la pureza interior, sobre todo. Por eso se encuentran las abluciones o los baños sagrados en todas las culturas y religiones (a orillas del Ganges para los indios, del Nilo para los egipcios, del Jordán para los judíos).
Para los cristianos el agua sirve muy expresivamente para simbolizar lo que Cristo y su salvación son para nosotros: Cristo es el "agua viva" que sacia definitivamente nuestra sed (coloquio con la samaritana: Jn 4); el agua sirve también para describir la presencia vivificante del Espíritu (Jn 7, 37-39) y para anunciar la felicidad el cielo (Apoc 7, 17; 22, 1).
En nuestra liturgia es lógico que también se utilice este simbolismo. A veces se usa el agua sencillamente con una finalidad práctica: por ejemplo en las abluciones de las manos después de ungir con los Santos Oleos o de los vasos empleados en la Eucaristía. Otras veces un gesto que en su origen había sido "práctico" ha adquirido ahora un simbolismo: como la mezcla del agua en el vino, que en siglos pasados era necesario por la excesiva gradación del vino, y que luego adquirió el simbolismo de nuestra humanidad incorporada a la divinidad de Cristo.
Pero el agua tiene muchas veces un sentido simbólico: lavarse las manos para indicar la purificación que el sacerdote más que nadie necesita, o lavar los pies para expresar la actitud de servicio. Sobre todo el agua nos hace celebrar significativamente el Bautismo con el gesto de la inmersión en agua (bautismo significa inmersión" en griego): porque es un sacramento que nos hace sumergirnos sacramentalmente en Cristo, en su muerte y resurrección, y nos engendra a la vida nueva. La aspersión de la comunidad con agua en la Vigilia Pascual, o en el rito de entrada de la Eucaristía dominical, o el santiguarse con agua al entrar en la Iglesia, son recuerdos simbólicos del Bautismo. También el hecho de las casas (de las casas, de los objetos, de las personas) o el gesto de aspersión en las exequías se realicen con agua, quiere prolongar el simbolismo purificador y vitalizador del Bautismo..
En el rito de la Dedicación de iglesias se asperjan con agua las paredes, el altar y finalmente el pueblo cristiano: siempre con la misma intención "bautismal", que coenvuelve a las personas, al edificio y a los objetos de nuestro culto. Todo queda incorporado a la Pascua de Cristo. Otro significado del simbolismo del agua es su cualidad de apagar la sed del hombre. Sed que no es sólo material, sino que muy expresivamente puede referirse s los deseos más profundos del ser humano: la felicidad, la libertad, el amor, etc.
LAS CAMPANAS
Es muy antiguo el uso de objetos metálicos para señalar con su sonido la fiesta o la convocatoria de la comunidad. Desde el sencillo "gong" hasta la técnica evolucionada de los fundidores de campanas o los campanarios eléctricos actuales, las campanas y las campanillas se han utilizado expresivamente en la vida social y en el culto. Son instrumentos de metal, en forma de copa invertida, con un badajo libre.
Cuando los cristianos pudieron construir iglesias, a partir del siglo IV, pronto se habla de torres y campanarios adosados a las iglesias, con campanas que se convertirán rápidamente en un elemento muy expresivo para señalar las fiestas y los ritmos de la celebración cristiana. También dentro de la celebración se utilizaron las campanillas, a partir del siglo XIII, ahora bastante menos necesarias (IGMR 109 deja libre su uso) porque ya la celebración la seguimos más fácilmente, a no ser que se quieran hacer servir, no tanto para avisar de un momento -por ejemplo, la consagración sino para darle simbólicamente realce festivo, como en el Gloria de la Vigilia Pascual.
Los nombres latinos de "signum" o "tintinnabulum" se convierten más tarde, hacia el siglo VI, en el de "vasa campana", seguramente porque las primeras fundiciones derivan de la región italiana de Campania. Las campanas del campanario convocan a la comunidad cristiana, señalan las horas de la celebración (la Misa mayor), de oración (el Angelus o la oración comunitaria de un monasterio), diversos momentos de dolor (la agonía o la defunción) o de alegría (la entrada del nuevo obispo o párroco) y sobre todo con su repique gozoso anuncian las fiestas. Y así se convierten en un "signo hecho sonido" de la identidad de la comunidad cristiana, evangelizador de la Buena Noticia de Cristo en medio de una sociedad que puede estar destruida. Como también el mismo campanario, con su silueta estilizada, se convierte en símbolo de la dirección trascendente que debería tener nuestra vida. El Bendicional (nn. 1142-1162) ofrece textos muy expresivos para la bendición de las campanas, motivando bien su sentido y convirtiendo el rito en una buena ocasión para entender mejor la identidad de una comunidad cristiana y sus ritmos de vida y oración.
EL CANTO
El canto expresa y realiza nuestras actitudes interiores. Tanto en la vida social como en la cúltico-religiosa, el canto no sólo expresa sino que en algún modo realiza los sentimientos interiores de alabanza, adoración, alegría, dolor, súplica. "No ha de ser considerado el canto como un cierto ornato que se añade a la oración, como algo extrínseco, sino más bien como algo que dimana de lo profundo del espíritu del que ora y alaba a Dios" (IGLH 270).
El canto hace comunidad, al expresar más validamente el carácter comunitario de la celebración, igual que sucede en la vida familiar y social como en la litúrgica.
El canto hace fiesta, crea clima más solemne y digno en la oración: "nada más festivo y más grato en las celebraciones sagradas que una asamblea que toda entera, exprese su fe y su piedad por el canto" (MS 16).
El canto es una señal de euforia. El canto tiene en la liturgia una función "ministerial": no es como en un concierto, que se canta por el canto en sí y su placer estético y artístico. Aquí el canto ayuda a que la comunidad entre más en sintonía con el misterio que celebra. A la vez que crea un clima de unión comunitaria y festiva, ayuda pedagógicamente a expresar nuestra participación en lo más profundo de la celebración. Así el canto se convierte de verdad en "sacramento", tanto de lo que nosotros sentimos y queremos decir a Dios, como de la gracia salvadora que nos viene de él.
LA CENIZA
La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Muy fácilmente adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. Muchas veces se une al "polvo" de la tierra: "en verdad soy polvo y ceniza", dice Abraham en Gén. 18,27. El Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo de Cuaresma (muchos lo entenderán mejor diciendo que es le que sigue al carnaval), realizamos el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente (fruto de la cremación de las palmas del año pasado). Se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y puerta del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación a la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.
Mientras el ministro impone la ceniza dice estas dos expresiones, alternativamente: "Arrepiéntete y cree en el Evangelio" (Cf Mc1,15) y "Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver" (Cf Gén 3,19): un signo y unas palabras que expresan muy bien nuestra caducidad, nuestra conversión y aceptación del Evangelio, o sea, la novedad de vida que Cristo cada año quiere comunicarnos en la Pascua.
EL CIRIO PASCUAL
Del latín "cereus", de cera, el producto de las abejas. Ya hablamos en la voz "candelas candelabros" sobre el uso humano y el sentido simbólico de la luz que producen los cirios, y también del uso que en la liturgia cristiana hacemos de ese simbolismo. El cirio más importante es el que se enciende en la Vigilia Pascual como símbolo de la luz de Cristo, y los cirios que se reparten entre la comunidad, para significar nuestra participación en esa misma luz. El Cirio Pascual es ya desde los primeros siglos uno de los símbolos más expresivos de la Vigilia. En medio de la oscuridad (toda la celebración se hace de noche y empieza con las luces apagadas), de una hoguera previamente preparada se enciende el Cirio, que tiene una inscripción en forma de Cruz, acompañada de la fecha y de las letras Alfa y Omega, la primera y la última del agabeto griego, para indicar que la Pascua de Cristo, principio y fin de el tiempo y de la eternidad, nos alcanza con fuerza siempre nueva en el año concreto en que vivimos. En la procesión de entrada se canta por tres veces la aclamación al Cirio: "Luz de Cristo. Demos gracias a Dios", mientras progresivamente se van encendiendo los cirios de los presentes. Luego se coloca en la columna o candelero que va a ser su soporte, y se entona en torno de él, después de incensarlo, el solemne Pregón Pascual.
Además del símbolo de la luz, se le da también el de la ofrenda:cera que se gasta en honor de Dios, esparciendo su luz: "Acepta, padre santo, el sacrificio vespertino de esta llama, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este cirio, obra de las abejas. Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios... Te rogamos que este Cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche..."
Lo que van anunciando las lecturas, oraciones y cantos, el Cirio lo dice con el lenguaje humilde pero diáfano de su llama viva. La Iglesia, la esposa, sale al encuentro de Cristo, el Esposo, con la lámpara encendida en la mano, gozándose con él en la noche victoriosa de su Pascua.
El Cirio estará encendido en todas las celebraciones durante las siete semanas de la cincuentena, al lado del ambón de la Palabra, hasta terminar el domingo de Pentecostés. Luego, durante el año, se encenderá en la celebración de los bautizos y de las exequias, el comienzo y la conclusión de la vida: un cristiano participa de la luz de Cristo a lo largo de todo su camino terreno, como garantía de su definitiva incorporación a la luz de la vida eterna.
LA COLECTA
La palabra "colecta" viene del latín "collecta, colligere", "recogida, recoger". Se aplica ante todo a la reunión de la comunidad para la Eucaristía dominical o para las asambleas "estacionales" en Cuaresma. También se llama "colecta" a la recogida de dinero o de dones en el ofertorio, a la que alude Pablo (1 Cor 16, 1-2).
Pero su uso más técnico es el referido a la "oración colecta" al principio de la Misa. Este nombre pudiera tener dos direcciones: o bien porque se pronuncia cuando ya está la comunidad reunida (oración de reunión, concluyendo el rito de entrada), o porque su finalidad es recoger y resumir las peticiones de cada uno de los presentes. También se aplica este nombre a las "oraciones sálmicas", que "sintetizan los sentimientos de los participantes" en el rezo de los salmos (Cf IGLH 112). La expresión "colligere ortationem", usual en los primeros siglos en la salmodia comunitaria, quería decir "recoger en una oración las intenciones de los que habían rezado el salmo". De ahí las "colectas sálmicas".
El Misal de Pablo VI llama "colecta" a la primera oración de la Misa y describe así su dinámica: "El sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un rato en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular sus súplicas. Entonces el sacerdote lee la oración que se suele denominar colecta, y el pueblo contesta amén" (IGMR 32). Es la primera oración importante del presidente, que de pie, con los brazos extendidos, y en nombre de la comunidad, dirige su súplica a Dios. Las de nuestro Misal son fieles al estilo claro y conciso de la liturgia romana, con una invocación a Dios, muchas veces enriquecida con la alusión al tiempo litúrgico o la fiesta celebrada para proseguir con una súplica y concluir apelando a la mediación de Cristo.
El libro que durante siglos reunía estas oraciones de la Misa o del Oficio Divino, antes de su inclusión en el libro único del Misal o del Breviario, se llamó "Colectario".
EL MOMENTO DE LA COMUNIÓN
De la palabra latina "communio", acción de unir, de asociar y participar (correspondiente a la griega "koinonía") "comunión" significa la unión de las personas, o de una comunidad, o la comunión de los Santos en una perspectiva eclesial más amplia, o la unión de cada uno con Cristo o con Dios.
Aquí la miramos desde el punto de vista eucarístico: la participación de los fieles en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Este es el momento en verdad culminante de la celebración de la Eucaristía. Después de que Cristo se nos ha dado como palabra salvadora, ahora, desde su existencia de Resucitado, se quiere hacer nuestro alimento para el camino de nuestra vida terrena y como garantía de la eterna.
La comunión tiene a la vez sentido vertical, de unión eucarística con Cristo, y horizontal, de sintonía con la comunidad eclesial. Por eso la "excomunión" significa también la exclusión de ambos aspectos. El Misal (IMGR 56) invita a una realización lo más expresiva posible de la comunión eucarística:
a. con una oración o un silencio preparatorio, por parte del presidente y de la comunidad;
b. una procesión desde los propios lugares hacia el ámbito del altar,
c. mientras se canta un canto que une a todos y les hace comprender más en profundidad el misterio que celebran,
d. la invitación oficial a acercare a la mesa del Señor: "Este es el Cordero de Dios", invitación que apunta al banquete escatológico del cielo ("dichosos los invitados a la Cena del Cordero"),
e. la mediación de la Iglesia en este gesto central (no "coge" la comunión cada uno, sino que la recibe del ministro),
f. con un diálogo que ahora ha vuelto a la expresiva sencillez de los primeros siglos ("el Cuerpo de Cristo. Amén", "la Sangre de Cristo, Amén")
g. con pan que aparezca como alimento, consagrado y partido en la misma Misa, para significar también la unidad fraterna de los que participan del mismo sacrificio de Cristo,
h. recibido en la mano o en la boca, a voluntad del fiel, allí donde los Episcopados lo hayan decidido (en España desde el 1976, en Italia desde 1989, en México desde 1978),
i. a ser posible también participando del vino, que expresa mejor que Cristo nos hace partícipes de su sacrifico pascual en la cruz y de la alegría escatológica, y
j. con unos momentos de interiorización después de la comunión. Casos especiales son el de la primera comunión, en la que los cristianos participan por primera vez plenamente de la celebración eucarística de la comunidad: no sólo en sus oraciones, lecturas y cantos, sino también en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Tiene especial sentido la Comunión llevada a los enfermos, ahora eventualmente por medio de los ministros extraordinarios de la comunión, a ser posible como prolongación de la celebración comunitaria dominical. Particular relieve merece la comunión que se recibe como viático, en punto de muerte.
Y finalmente, la comunión recibida fuera de la Misa, caso repetido sobre todo en lugares donde no pueden participar diaria ni siquiera dominicalmente de la Eucaristía completa, pero sí escuchar la palabra, orar en común y comulgar, en las condiciones que establecen el "Ritual del culto y de la comunión fuera de la Misa" (1973) y la instrucción "Inmensae cariatis" (1973). Respecto a repetir la comunión el mismo día, según el Código de Derecho Canónico (c. 917), "quien ya ha recibido la santísima Eucaristía puede de nuevo recibirla el mismo día solamente dentro de la celebración eucarística en la que participe", norma que ha recibido la interpretación oficial de que se puede hacer "una segunda vez".
COMER EL PAN:
Juntamente con el "beber", el "comer" es el gesto central de la Eucaristía cristiana. Si el Antiguo Testamento empieza con el "no coman" del Génesis, en el Nuevo Testamento escuchamos el testamento: "tomen y coman". Y si entonces la consecuencia era: "el día que comas de él, morirás", ahora la promesa es la contraria: "el que come... tiene vida eterna".
El comer, ya humanamente, tiene el valor del alimento y la reparación de las fuerzas. Pero a la vez tiene connotaciones simbólicas muy expresivas: comer como fruto del propio trabajo, comer en familia, comer con los amigos, comer en clima de fraternidad, comer con sentido de fiesta. En el contexto cristiano de la Eucaristía, el comer tiene igualmente varios sentidos. Al comer el pan, estamos convencidos de que nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo. Su palabra ("esto es mi Cuerpo") sigue eficaz y su Espíritu es el que ha dado a ese pan que hemos depositado sobre el altar su nueva realidad: ser el Cuerpo del Señor glorificado, que ha querido se nuestro alimento. Este es el primer sentido que Cristo ha querido dar a la comida eucarística: "mi carne es verdadera comida". El es el "viático", el alimento para el camino de los suyos.
También hay otros valores y gracias que Cristo expresa en el evangelio con este simbolismo de la comida: el perdón, la alegría del reencuentro, la fiesta, la plenitud y la felicidad del Reino futuro. Basta recordar la parábola del hijo pródigo, acogido en casa con una buena comida; o la de las bodas del rey; o la multiplicación de los panes y peces en el desierto, o la expresiva presencia de Jesús en comidas en casa de Zaqueo, de Mateo, del fariseo, de Lázaro. Y las comidas de Jesús con sus discípulos, tanto antes como después de la Pascua, que ellos recordarán muy a gusto. (Cf Hech 10,40).
Además, Pablo entenderá la comida como símbolo de la fraternidad eclesial. el pan de la Eucaristía, además de unirnos a Cristo, participando de su Cuerpo, es también lo que construye la comunidad: "un pan y un cuerpo somos, ya que participamos de un solo Pan" (1 Cor 10,16-17). "Comer con" por ejemplo con los cristianos procedentes del paganismo, es un signo expresivo y favorecedor de la unidad de todos en la Iglesia, sea cual sea su origen (Cf la discusión entre Pablo y Pedro en Hech 11,3 y Gál 2,12).
PARTIR EL PAN
El origen de este gesto en nuestra Eucaristía lo conocemos todos. La cena judía, sobretodo la pascual, comenzaba con un pequeño rito: el padre de familia partía el pan para repartirlo a todos, mientras pronunciaba una oración de bendición a Dios.
Este gesto expresaba la gratitud hacia Dios y a la vez el sentido familiar de solidaridad en el mismo pan. Muchos hemos conocido cómo en nuestras familias el momento de partir el pan al principio de la comida se consideraba como un pequeño pero significativo rito. Como el que se hace solemnemente cuando unos novios parten el pastel de bodas y los van repartiendo a los comensales que los acompañan.
Cristo también lo hizo en su última cena: "Tomó el pan, dijo la bendición, lo partió y se lo dio...". Más aún: fue este el gesto el que más impresionó a los discípulos de Emaús en su encuentro con Jesús Resucitado.. "Le reconocieron al partir el pan". Y fue este el rito simbólico que vino a dar nombre a toda la celebración Eucarística en la primera generación.
Primer significado de este gesto: el Cuerpo "entregado roto" de Cristo
La fracción del pan puede tener, ante todo, un sentido de cara a la Pasión de Cristo. El pan que vamos a recibir es el Cuerpo de Cristo, entregado a la muerte, el Cuerpo roto hasta la última donación, en la Cruz. En el rito bizantino hay un texto que expresa claramente esta dirección: "se rompe y se divide el Cordero de Dios, el Hijo del Padre; es partido pero no se disminuye: es comido siempre, pero no se consume, sino que a los que participan de él, los santifica".
Segundo significado: Signo de la unidad fraterna
El Misal Romano explica:
"por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles" (IGMR 48)
"el gesto de la fracción del pan que era el que servía en los tiempos apostólicos para denominar la misma Eucaristía, manifestará mejor la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos en un solo pan y de la caridad, por el hecho de que un solo pan se distribuye entre hermanos" (IGMR 283).
LOS GOLPES DE PECHO
Gesto penitencial y de humildad. Es uno de los gestos más populares al menos en cuanto a expresividad.
Así describe Jesús al publicano (Lc 18, 9-14). El fariseo oraba de pie: "no soy como los demás"... "En cambio el publicano no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador".
Cuando para el acto penitencial al inicio de nuestra Eucaristía elegimos la fórmula "Yo confieso", utilizamos también nosotros el mismo gesto cuando a las palabras "por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa" nos golpeamos el pecho con la mano.
Y es también la actitud de la muchedumbre ante el gran acontecimiento de la muerte de Cristo: "y todos los que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho..." (Lc 23,48)
ARRODILLARSE
Estar de rodillas es una actitud de humildad. Expresa arrepentimiento y penitencia. Nos recuerda a Pedro cayendo de rodillas y exclamando: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador" (Lucas 5,8). Pero el cristiano se arrodilla ante Dios precisamente porque el es Dios, el único Señor del universo. Es un signo de Adoración que da a la oración un acento muy particular. (Haga la prueba de arrodillarse, inclinar la cabeza y juntar las manos en actitud de súplica...)
Este sentido de adoración tiene hacer la genuflexión cuando entramos en la iglesia o delante del sagrario (allí donde hay una lamparita encendida para señalar que está Jesús presente en la Eucaristía).
San Pablo se refiere a esta actitud en Efesios 3,14: "Doblo mis rodillas delante del Padre de quien procede toda paternidad" y el mismo Jesús "puesto de rodillas" oró durante su agonía en Getsemaní (Mt. 26,39).
PONERSE DE PIE
Es la postura más usada en la Misa. Al orar de pie los cristianos "significamos" nuestra dignidad de hijos de Dios. Como tenemos en nosotros el Espíritu que nos hace exclamar "Abba", "nos atrevemos" a llamar a Dios "Padre" y estar de pie delante de él. Es una actitud de cariñosa confianza hacia Dios a quien vemos, sobre todo, como Padre.
Es una actitud que indica "prontitud", estar disponible, preparado para la acción. Por tanto indica decisión y voluntad para seguir al Señor. Desde el comienzo fue la actitud general de los cristianos: orar de pie, con los brazos extendidos (o levantados) y mirando hacia el oriente (a la salida del sol).
Es también señal de alegría. Durante el primer milenio, los cristianos tuvieron prohibido arrodillarse en la liturgia de los domingos, pues -como sabemos- el día del Señor conmemora la Pascua, la Resurrección de Jesús.
Así como la muerte es "estar postrado", la resurrección es un levantarse, un "volver a estar de pie". Por eso esta postura manifiesta también nuestra fe en Jesús resucitado.
EL SACERDOTE SE LAVA LAS MANOS ANTES DE LA CONSAGRACIÓN
Lo hace como gesto de purificación. El sacerdote se lava las manos para pedirle a Dios que lo purifique de sus pecados.
LAS GOTAS DE AGUA EN EL VINO
Con este signo el sacerdote le pide a Dios que una nuestras vidas a la suya. AI momento de preparar sobre el Altar el pan y el vino "el Diácono u otro ministro, pasa al sacerdote la panera con el pan que se va a consagrar; vierte el vino y unas gotas de agua en el cáliz.." (Misal Romano Nº 133). El instante en que se echa el agua se acompaña con una oración que se dice en secreto: "El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana.
San Cipriano, a mediados del siglo II, escribió sobre este gesto litúrgico, lo siguiente:
"en el agua se entiende el pueblo y en el vino se manifiesta la Sangre de Cristo. Y cuando en el cáliz se mezcla agua con el vino, el pueblo se junta a Cristo, y el pueblo de los creyentes se une y junta a Aquel en el cual creyó. La cual unión y conjunción del agua y del vino de tal modo se mezcla en el cáliz del Señor que aquella mezcla no puede separarse entre sí. Por lo que nada podrá separar de Cristo a la Iglesia (...) Si uno sólo ofrece vino, la Sangre de Cristo empieza a estar sin nosotros, y si el agua está sola el pueblo empieza a estar sin Cristo. Más cuando uno y otro se mezclan y se unen entre sí con la unión que los fusiona, entonces se lleva a cabo el sacramento espiritual y celestial" (Carta Nº 63, 13).
Dios te bendiga SMaria Milagrosa.
LOS COLORES
¿Por qué y para qué los diversos colores en la celebración litúrgica?
El color como uno de los elementos visuales más sencillo y eficaces, quiere ayudarnos a celebrar mejor nuestra fe. Su lenguaje simbólico nos ayuda a penetrar mejor en los misterios celebrados:
"La diversidad de colores en las vestiduras sagradas tiene como fin expresar con más eficacia, aún exteriormente tanto las características de los misterios de la fe que se celebran como el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico." (Misal romano - IGMR 307)
Los colores actuales de nuestra celebración:
Actualmente el Misal (IGMR) ofrece este abanico de colores en su distribución del Año Litúrgico:
a) Blanco:
Es el color privilegiado de la fiesta cristiana y el color más adecuado para celebrar:
-La Navidad y la Epifanía
-La Pascua en toda su cincuentena
-Las Fiestas de Cristo y de la Virgen, a no ser que por su cercanía al misterio de la Cruz se indique el uso del rojo. -Fiestas de ángeles y santos que no sean mártires.
-Ritual de la Unción
-Unción y el Viático
b) Rojo:
Es el color elegido para:
-La celebración del Domingo de Pasión (Ramos) y el Viernes Santo, porque remite simbólicamente a la muerte martirial de Cristo.
-En la Fiesta de Pentecostés, porque el Espíritu es fuego y vida.
-Otras celebraciones de la Pasión de Cristo, como la fiesta de la Exaltación de la Cruz.
-Las fiestas de los Apóstoles, Evangelistas y Mártires, por su cercanía ejemplar y testimonial a la Pascua de Cristo.
-La Confirmación (Ritual Nº 20) se puede celebrar con vestiduras rojas o blancas apuntando al misterio del espíritu o a la fiesta de una iniciación cristiana a la Nueva Vida.
c) Verde:
El verde como color de paz, serenidad, esperanza se utiliza para celebrar el Tiempo Ordinario del Año Litúrgico. El Tiempo ordinario son esas 34 semanas en las que no se celebra un misterio concreto de Cristo, sino el conjunto de la Historia de la salvación y sobre todo el misterio semanal del Domingo como Día del Señor.
d) Morado:
Este color que remite a la discreción, penitencia y a veces, dolor, es con el que se distingue la celebración del
-Adviento y la Cuaresma
-las celebraciones penitenciales y las exequias cristianas.
e) Negro:
Que había sido durante los siglos de la Edad Media el color del Adviento y la Cuaresma, ha quedado ahora mucho más discretamente relegado: queda sólo como facultativo en las exequias y demás celebraciones de difuntos.
f) Rosa:
El color rosa, que no había cuajado en la historia para la liturgia, queda también como posible para dos domingos que marcan el centro del Adviento y la Cuaresma: el domingo "Gaudete" (3º de Adviento) y el domingo "Laetare" (4º de Cuaresma).
g) Azul:
Con sus resonancias de cielo y lejanía es desde el siglo pasado un color privilegiado para celebrar en España la solemnidad de la Inmaculada, aunque en el misal romano no aparezca.
EL FUEGO
En nuestras celebraciones:
- Aparece en forma de lámparas y cirios encendidos durante la celebración o delante del sagrario.
Aparte del simbolismo de la luz entra aquí también esa misteriosa realidad que se llama fuego: la llama que se va consumiendo lentamente mientras alumbra, embellece, calienta, dando sentido familiar a la celebración.
- Vigilia de Pascua: Es la celebración que queda enriquecida de modo más explícito con el simbolismo del fuego. La hoguera que arde fuera de la Iglesia y de la que se va a encender el Cirio Pascual remite intensamente al triunfo de la luz sobre la tiniebla, del calor sobre el frío, de la vida sobre la muerte. De allí partirá la procesión con su festivo grito: "Luz de Cristo", y la luz se irá comunicando progresivamente a cada uno de los participantes.
El simbolismo de la luz está realmente muy aprovechado en el lenguaje festivo de la Noche Pascual. Pero en su raíz está el fuego que tiene sus direcciones propias y riquísimas.
Su simbolismo natural
El lenguaje del fuego tiene en nuestra sensibilidad humana y social, una interesante serie de sentidos.
El fuego calienta, consume, quema, ilumina, purifica, es fuente de energía. Es origen de innumerables beneficios para la humanidad, pero también destruye, castiga, asusta y mata. Es un elemento bienhechor pero a la vez peligroso. Un rayo o un incendio pueden generar calamidades enormes. Sin el fuego no podemos vivir, pero puede causarnos también la muerte. No es nada extraño que en torno a este misterioso elemento natural se haya creado todo un simbolismo:
-Para expresar la presencia misma de la divinidad, invisible pero fuerte, incontrolable, purificadora, castigadora,
-o para designar los sentimientos humanos, como la pasión, que está escondida pero que puede alcanzar una fuerza inaudita, para bien o para mal: el amor , el odio, el entusiasmo...etc.
-El fuego es también la imagen del calor familiar, el crepitar de la llama en el hogar ilumina la vida, ahuyenta el frío, da alegría y sensación de bienestar.
En la Revelación:
Para saber toda la densidad de significado que el fuego puede llegar a tener y lo que puede expresar también en nuestras celebraciones, no hay mejor medio que repasar, que de lo que él dicen el Antiguo y Nuevo Testamento.
Ante todo, el fuego sirve para expresar de algún modo lo que es imposible de expresar: la presencia misteriosa de Dios mismo en la historia humana. Recordemos el misterioso episodio de la zarza que arde sin consumirse (Ex 3). Moisés se acerca a un lugar que en seguida reconoce como sagrado, y oye la voz "Yo soy el Dios de Abraham...".
También es con el fuego con el que se simboliza el juicio de Dios, como el fuego que penetra a todo ser existente, lo pone en evidencia, lo purifica o lo castiga. (Véase: Dan. 7,10 ; Gen 19 ; Is 66,16)
EL INCIENSO
¿Qué quiere simbolizar el incienso?
Lo que el incienso quiere significar en nuestra liturgia nos lo han ido explicando los varios documentos con sus explicaciones.
El incienso crea una atmósfera agradable y festiva en torno a lo que se inciensa, a la vez que crea un aire entre misterioso y sagrado por la sutil impalpabilidad de su perfume y de su humo.
Expresa elegantemente el respeto y la reverencia hacia una persona o hacia algún símbolo de Cristo.
Pero más en profundidad indica la actitud de oración y elevación de la mente hacia Dios. Ya el Salmo 140 nos hace decir: "suba mi oración como incienso en tu presencia".
El incienso es símbolo, sobre todo, de la actitud de ofrenda y sacrificio de los creyentes hacia Dios. El incienso une de algún modo a las personas con el altar, con sus dones y sobre todo con Cristo Jesús que se ofrece en sacrificio.
¿A quiénes se inciensa?
-El Misal Romano sugiere con libertad el uso del incienso en estos momentos de la Misa:
Durante la procesión de entrada
Al comienzo de la Misa para incensar el altar
En la procesión y proclamación del evangelio
En el ofertorio, para incensar las ofrendas, el altar, el presidente y el pueblo cristiano
En la ostensión del Pan consagrado y del Cáliz después de la consagración (IGMR 235)
a) Llevar incienso en la procesión de entrada e incensar el altar que va a ser el centro de la celebración eucarística, puede indicar el respeto al lugar, a las personas y al altar, o simplemente significar el tono festivo y sagrado de la acción que empieza. Pero el Misal no da demasiado relieve a este primer gesto: siempre se ha considerado más importante la incensación del altar en el ofertorio.
b) La incensación del evangelio fue entrando a partir del siglo XI como signo de honor y respeto hacia Aquél cuyas palabras vamos a escuchar. El Misal (IGMR 33 y 35) explica por qué en el momento del evangelio se acumulan los signos de especial veneración: el lector ordenado, la postura de pie, el beso y otras muestras de honor entre las que hay que recordar el incienso.
c) El uso del incienso en el ofertorio tiene especial interés. El altar y las ofrendas de pan y vino sobre él se inciensan "para significar de este modo que la oblación de la Iglesia y su oración suben ante el trono de Dios como el incienso" (IGMR 51).
En este momento "también el sacerdote y el pueblo pueden ser incensados". Junto con el pan y el vino ofrecidos sobre el altar, y que son incensados, también el presidente se ofrece a sí mismo, y con él toda la comunidad y así se convierten ellos mismos en ofrenda y sacrificio, unidos e incorporados al sacrificio de Cristo. Son las personas, principalmente, las que vienen a ser simbolizadas como ofrenda y homenaje a Dios, con el gesto del incienso. Si nada más fuera un gesto de honor, se quedaría la asamblea sentada mientras la inciensan. En cambio, se pone de pie para indicar su actitud positiva, comprometida, de unión espiritual con las ofrendas eucarísticas.
d) En la consagración el acto de la incensación manifiesta al Señor mismo. Todas las incensaciones se dirigen a los signos sacramentales de la presencia del Señor: el altar, la cruz, el libro del evangelio, el presidente, la asamblea. Ahora se inciensa el pan y el vino consagrados, el signo central y eficaz de la auto-donación de Cristo.
LA IMPOSICIÓN DE MANOS
En el Nuevo Testamento la acción e imponer sobre la cabeza de uno las manos tiene significados distintos, según el contexto en el que se sitúe. Ante todo puede ser la bendición que uno transmite a otro, invocando sobre él la benevolencia de Dios.
Así , Jesús imponía las manos sobre los niños, orando por ellos.
La despedida de Jesús en su Ascensión , se expresa también con el mismo gesto: "alzando las manos los bendijo" (Lc 24,50).
Es una expresión que muchas veces se relaciona a la curación. Jairo pide a Jesús: "Mi hija está a punto de morir; ven impón tus manos sobre ella para que se cure y viva" (Mc 5,23).
Imponer las manos sobre la cabeza de una persona, significa en muchos otros pasajes, invocar y transmitir sobre ella el don del Espíritu Santo para una misión determinada. Así pasa con los elegidos para el ministerio de diáconos en la comunidad primera: "hicieron oración y les impusieron las manos" (Act 6,6).
Hay dos momentos en la celebración de la Eucaristía en que el gesto simbólico tiene particular énfasis.
Ante todo cuando el presidente, en la Plegaria Eucarística, invoca por primera vez al Espíritu (epíclesis), extendiendo sus manos sobre el pan y el vino: "santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu".
La Bendición Final es el segundo momento en el que el gesto de la imposición adquiere especial énfasis.
Este gesto nos habla también del don de Dios y la mediación eclesial:
Estupendo binomio: la mano y la palabra. Unas manos extendidas hacia una persona o una cosa, y unas palabras que oran o declaran. Las manos elevadas apuntando al don divino, y a la vez mantenidas sobre esta persona o cosa, expresando la aplicación o atribución del mismo don divino a estas criaturas.
La mano poderosa de Dios que bendice, que consagra, que inviste de autoridad, es representada sacramentalmente por la ,mano de un ministro de la Iglesia, extendida con humildad y confianza sobre las personas o los elementos materiales que Dios quiere santificar.
EL SALUDO DE LA PAZ
El Misal describe así el gesto de la paz: Los fieles "imploran la paz y la unidad para la Iglesia y para toda la familia humana, y se expresan mutuamente la caridad, antes de participar de un mismo pan" (IGMR 56b).
a) Se trata de la paz de Cristo: "Mi paz os dejo, mi paz os doy". El saludo y el don del Señor que se comunica a los suyos en la Eucaristía. No una paz que conquistemos nosotros con nuestro esfuerzo, sino que nos concede el Señor.
b) Un gesto de fraternidad cristiana y eucarística: Un gesto que nos hacemos unos a otros antes de atrevernos a acudir a la comunión: para recibir a Cristo nos debemos sentir hermanos y aceptarnos los unos a los otros. Todos somos miembros del mismo Cuerpo, la Iglesia de Cristo. Todos estamos invitados a la misma mesa eucarística. Darnos la paz es un gesto profundamente religioso, además de humano. Está motivado por la fe más que por la amistad: reconocemos a Cristo en el hermano al igual que lo reconocemos en el pan y el vino.
EL SACERDOTE BESA EL LIBRO DE LOS EVANGELIOS
Al hacerlo el sacerdote dice en voz baja: "Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados". Esta frase expresa el deseo de que la Palabra evangélica ejerza su fuerza salvadora perdonando nuestros pecados. Besar el Evangelio es un gesto de fe en la presencia de Cristo que se nos comunica como la Palabra verdadera.
LA SEÑAL DE LA CRUZ
No nos damos mucha cuenta, porque ya estamos acostumbrados a ver la Cruz en la Iglesia, en nuestras casas, pero la Cruz es una verdadera cátedra, desde la que Cristo nos predica siempre la gran lección del cristianismo.
La Cruz resume toda la teología sobre Dios, sobre el misterio de la salvación en Cristo, sobre la vida cristiana.
La Cruz es todo un discurso: Nos presenta a un Dios trascendente pero cercano; un Dios que ha querido vencer el mal con su propio dolor; un Cristo que es juez y Señor, pero a la vez siervo, que ha querido llegar a la entrega total de sí mismo, como imagen plástica del amor y de la condescendencia de Dios; un Cristo que en su Pascua - muerte y resurrección- ha dado al mundo la reconciliación.
Los cristianos con frecuencia hacemos con la mano la señal de la Cruz, o nos la hacen otros, como en el caso del bautismo o de las bendiciones.
Es un gesto sencillo pero lleno de significado. Esta señal de la Cruz es una verdadera confesión de fe: Dios nos ha salvado en la Cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia, de posesión: al hacer sobre nuestra personas este signo es como si dijéramos: "estoy bautizado, pertenezco a Cristo, El es mi Salvador, la cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de mi existencia cristiana...".
Los cristianos debemos reconocer a la Cruz todo su contenido para que no sea un símbolo vacío. Y entonces sí, puede ser un signo que continuamente nos alimente la fe y el estilo de vida que Cristo nos enseñó. Si entendemos la Cruz y nuestro pequeño gesto de la señal de la Cruz es consciente, estaremos continuamente reorientando nuestra vida en la dirección buena.
EL AGUA
El agua es una realidad que ya humanamente tiene muchos valores y sentidos: sacia la sed, limpia, es fuente de vida, origina la fuerza hidráulica...También nos sirve para simbolizar realidades profundas en el terreno religioso la pureza interior, sobre todo. Por eso se encuentran las abluciones o los baños sagrados en todas las culturas y religiones (a orillas del Ganges para los indios, del Nilo para los egipcios, del Jordán para los judíos).
Para los cristianos el agua sirve muy expresivamente para simbolizar lo que Cristo y su salvación son para nosotros: Cristo es el "agua viva" que sacia definitivamente nuestra sed (coloquio con la samaritana: Jn 4); el agua sirve también para describir la presencia vivificante del Espíritu (Jn 7, 37-39) y para anunciar la felicidad el cielo (Apoc 7, 17; 22, 1).
En nuestra liturgia es lógico que también se utilice este simbolismo. A veces se usa el agua sencillamente con una finalidad práctica: por ejemplo en las abluciones de las manos después de ungir con los Santos Oleos o de los vasos empleados en la Eucaristía. Otras veces un gesto que en su origen había sido "práctico" ha adquirido ahora un simbolismo: como la mezcla del agua en el vino, que en siglos pasados era necesario por la excesiva gradación del vino, y que luego adquirió el simbolismo de nuestra humanidad incorporada a la divinidad de Cristo.
Pero el agua tiene muchas veces un sentido simbólico: lavarse las manos para indicar la purificación que el sacerdote más que nadie necesita, o lavar los pies para expresar la actitud de servicio. Sobre todo el agua nos hace celebrar significativamente el Bautismo con el gesto de la inmersión en agua (bautismo significa inmersión" en griego): porque es un sacramento que nos hace sumergirnos sacramentalmente en Cristo, en su muerte y resurrección, y nos engendra a la vida nueva. La aspersión de la comunidad con agua en la Vigilia Pascual, o en el rito de entrada de la Eucaristía dominical, o el santiguarse con agua al entrar en la Iglesia, son recuerdos simbólicos del Bautismo. También el hecho de las casas (de las casas, de los objetos, de las personas) o el gesto de aspersión en las exequías se realicen con agua, quiere prolongar el simbolismo purificador y vitalizador del Bautismo..
En el rito de la Dedicación de iglesias se asperjan con agua las paredes, el altar y finalmente el pueblo cristiano: siempre con la misma intención "bautismal", que coenvuelve a las personas, al edificio y a los objetos de nuestro culto. Todo queda incorporado a la Pascua de Cristo. Otro significado del simbolismo del agua es su cualidad de apagar la sed del hombre. Sed que no es sólo material, sino que muy expresivamente puede referirse s los deseos más profundos del ser humano: la felicidad, la libertad, el amor, etc.
LAS CAMPANAS
Es muy antiguo el uso de objetos metálicos para señalar con su sonido la fiesta o la convocatoria de la comunidad. Desde el sencillo "gong" hasta la técnica evolucionada de los fundidores de campanas o los campanarios eléctricos actuales, las campanas y las campanillas se han utilizado expresivamente en la vida social y en el culto. Son instrumentos de metal, en forma de copa invertida, con un badajo libre.
Cuando los cristianos pudieron construir iglesias, a partir del siglo IV, pronto se habla de torres y campanarios adosados a las iglesias, con campanas que se convertirán rápidamente en un elemento muy expresivo para señalar las fiestas y los ritmos de la celebración cristiana. También dentro de la celebración se utilizaron las campanillas, a partir del siglo XIII, ahora bastante menos necesarias (IGMR 109 deja libre su uso) porque ya la celebración la seguimos más fácilmente, a no ser que se quieran hacer servir, no tanto para avisar de un momento -por ejemplo, la consagración sino para darle simbólicamente realce festivo, como en el Gloria de la Vigilia Pascual.
Los nombres latinos de "signum" o "tintinnabulum" se convierten más tarde, hacia el siglo VI, en el de "vasa campana", seguramente porque las primeras fundiciones derivan de la región italiana de Campania. Las campanas del campanario convocan a la comunidad cristiana, señalan las horas de la celebración (la Misa mayor), de oración (el Angelus o la oración comunitaria de un monasterio), diversos momentos de dolor (la agonía o la defunción) o de alegría (la entrada del nuevo obispo o párroco) y sobre todo con su repique gozoso anuncian las fiestas. Y así se convierten en un "signo hecho sonido" de la identidad de la comunidad cristiana, evangelizador de la Buena Noticia de Cristo en medio de una sociedad que puede estar destruida. Como también el mismo campanario, con su silueta estilizada, se convierte en símbolo de la dirección trascendente que debería tener nuestra vida. El Bendicional (nn. 1142-1162) ofrece textos muy expresivos para la bendición de las campanas, motivando bien su sentido y convirtiendo el rito en una buena ocasión para entender mejor la identidad de una comunidad cristiana y sus ritmos de vida y oración.
EL CANTO
El canto expresa y realiza nuestras actitudes interiores. Tanto en la vida social como en la cúltico-religiosa, el canto no sólo expresa sino que en algún modo realiza los sentimientos interiores de alabanza, adoración, alegría, dolor, súplica. "No ha de ser considerado el canto como un cierto ornato que se añade a la oración, como algo extrínseco, sino más bien como algo que dimana de lo profundo del espíritu del que ora y alaba a Dios" (IGLH 270).
El canto hace comunidad, al expresar más validamente el carácter comunitario de la celebración, igual que sucede en la vida familiar y social como en la litúrgica.
El canto hace fiesta, crea clima más solemne y digno en la oración: "nada más festivo y más grato en las celebraciones sagradas que una asamblea que toda entera, exprese su fe y su piedad por el canto" (MS 16).
El canto es una señal de euforia. El canto tiene en la liturgia una función "ministerial": no es como en un concierto, que se canta por el canto en sí y su placer estético y artístico. Aquí el canto ayuda a que la comunidad entre más en sintonía con el misterio que celebra. A la vez que crea un clima de unión comunitaria y festiva, ayuda pedagógicamente a expresar nuestra participación en lo más profundo de la celebración. Así el canto se convierte de verdad en "sacramento", tanto de lo que nosotros sentimos y queremos decir a Dios, como de la gracia salvadora que nos viene de él.
LA CENIZA
La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Muy fácilmente adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. Muchas veces se une al "polvo" de la tierra: "en verdad soy polvo y ceniza", dice Abraham en Gén. 18,27. El Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo de Cuaresma (muchos lo entenderán mejor diciendo que es le que sigue al carnaval), realizamos el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente (fruto de la cremación de las palmas del año pasado). Se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y puerta del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación a la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.
Mientras el ministro impone la ceniza dice estas dos expresiones, alternativamente: "Arrepiéntete y cree en el Evangelio" (Cf Mc1,15) y "Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver" (Cf Gén 3,19): un signo y unas palabras que expresan muy bien nuestra caducidad, nuestra conversión y aceptación del Evangelio, o sea, la novedad de vida que Cristo cada año quiere comunicarnos en la Pascua.
EL CIRIO PASCUAL
Del latín "cereus", de cera, el producto de las abejas. Ya hablamos en la voz "candelas candelabros" sobre el uso humano y el sentido simbólico de la luz que producen los cirios, y también del uso que en la liturgia cristiana hacemos de ese simbolismo. El cirio más importante es el que se enciende en la Vigilia Pascual como símbolo de la luz de Cristo, y los cirios que se reparten entre la comunidad, para significar nuestra participación en esa misma luz. El Cirio Pascual es ya desde los primeros siglos uno de los símbolos más expresivos de la Vigilia. En medio de la oscuridad (toda la celebración se hace de noche y empieza con las luces apagadas), de una hoguera previamente preparada se enciende el Cirio, que tiene una inscripción en forma de Cruz, acompañada de la fecha y de las letras Alfa y Omega, la primera y la última del agabeto griego, para indicar que la Pascua de Cristo, principio y fin de el tiempo y de la eternidad, nos alcanza con fuerza siempre nueva en el año concreto en que vivimos. En la procesión de entrada se canta por tres veces la aclamación al Cirio: "Luz de Cristo. Demos gracias a Dios", mientras progresivamente se van encendiendo los cirios de los presentes. Luego se coloca en la columna o candelero que va a ser su soporte, y se entona en torno de él, después de incensarlo, el solemne Pregón Pascual.
Además del símbolo de la luz, se le da también el de la ofrenda:cera que se gasta en honor de Dios, esparciendo su luz: "Acepta, padre santo, el sacrificio vespertino de esta llama, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este cirio, obra de las abejas. Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios... Te rogamos que este Cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche..."
Lo que van anunciando las lecturas, oraciones y cantos, el Cirio lo dice con el lenguaje humilde pero diáfano de su llama viva. La Iglesia, la esposa, sale al encuentro de Cristo, el Esposo, con la lámpara encendida en la mano, gozándose con él en la noche victoriosa de su Pascua.
El Cirio estará encendido en todas las celebraciones durante las siete semanas de la cincuentena, al lado del ambón de la Palabra, hasta terminar el domingo de Pentecostés. Luego, durante el año, se encenderá en la celebración de los bautizos y de las exequias, el comienzo y la conclusión de la vida: un cristiano participa de la luz de Cristo a lo largo de todo su camino terreno, como garantía de su definitiva incorporación a la luz de la vida eterna.
LA COLECTA
La palabra "colecta" viene del latín "collecta, colligere", "recogida, recoger". Se aplica ante todo a la reunión de la comunidad para la Eucaristía dominical o para las asambleas "estacionales" en Cuaresma. También se llama "colecta" a la recogida de dinero o de dones en el ofertorio, a la que alude Pablo (1 Cor 16, 1-2).
Pero su uso más técnico es el referido a la "oración colecta" al principio de la Misa. Este nombre pudiera tener dos direcciones: o bien porque se pronuncia cuando ya está la comunidad reunida (oración de reunión, concluyendo el rito de entrada), o porque su finalidad es recoger y resumir las peticiones de cada uno de los presentes. También se aplica este nombre a las "oraciones sálmicas", que "sintetizan los sentimientos de los participantes" en el rezo de los salmos (Cf IGLH 112). La expresión "colligere ortationem", usual en los primeros siglos en la salmodia comunitaria, quería decir "recoger en una oración las intenciones de los que habían rezado el salmo". De ahí las "colectas sálmicas".
El Misal de Pablo VI llama "colecta" a la primera oración de la Misa y describe así su dinámica: "El sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un rato en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular sus súplicas. Entonces el sacerdote lee la oración que se suele denominar colecta, y el pueblo contesta amén" (IGMR 32). Es la primera oración importante del presidente, que de pie, con los brazos extendidos, y en nombre de la comunidad, dirige su súplica a Dios. Las de nuestro Misal son fieles al estilo claro y conciso de la liturgia romana, con una invocación a Dios, muchas veces enriquecida con la alusión al tiempo litúrgico o la fiesta celebrada para proseguir con una súplica y concluir apelando a la mediación de Cristo.
El libro que durante siglos reunía estas oraciones de la Misa o del Oficio Divino, antes de su inclusión en el libro único del Misal o del Breviario, se llamó "Colectario".
EL MOMENTO DE LA COMUNIÓN
De la palabra latina "communio", acción de unir, de asociar y participar (correspondiente a la griega "koinonía") "comunión" significa la unión de las personas, o de una comunidad, o la comunión de los Santos en una perspectiva eclesial más amplia, o la unión de cada uno con Cristo o con Dios.
Aquí la miramos desde el punto de vista eucarístico: la participación de los fieles en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Este es el momento en verdad culminante de la celebración de la Eucaristía. Después de que Cristo se nos ha dado como palabra salvadora, ahora, desde su existencia de Resucitado, se quiere hacer nuestro alimento para el camino de nuestra vida terrena y como garantía de la eterna.
La comunión tiene a la vez sentido vertical, de unión eucarística con Cristo, y horizontal, de sintonía con la comunidad eclesial. Por eso la "excomunión" significa también la exclusión de ambos aspectos. El Misal (IMGR 56) invita a una realización lo más expresiva posible de la comunión eucarística:
a. con una oración o un silencio preparatorio, por parte del presidente y de la comunidad;
b. una procesión desde los propios lugares hacia el ámbito del altar,
c. mientras se canta un canto que une a todos y les hace comprender más en profundidad el misterio que celebran,
d. la invitación oficial a acercare a la mesa del Señor: "Este es el Cordero de Dios", invitación que apunta al banquete escatológico del cielo ("dichosos los invitados a la Cena del Cordero"),
e. la mediación de la Iglesia en este gesto central (no "coge" la comunión cada uno, sino que la recibe del ministro),
f. con un diálogo que ahora ha vuelto a la expresiva sencillez de los primeros siglos ("el Cuerpo de Cristo. Amén", "la Sangre de Cristo, Amén")
g. con pan que aparezca como alimento, consagrado y partido en la misma Misa, para significar también la unidad fraterna de los que participan del mismo sacrificio de Cristo,
h. recibido en la mano o en la boca, a voluntad del fiel, allí donde los Episcopados lo hayan decidido (en España desde el 1976, en Italia desde 1989, en México desde 1978),
i. a ser posible también participando del vino, que expresa mejor que Cristo nos hace partícipes de su sacrifico pascual en la cruz y de la alegría escatológica, y
j. con unos momentos de interiorización después de la comunión. Casos especiales son el de la primera comunión, en la que los cristianos participan por primera vez plenamente de la celebración eucarística de la comunidad: no sólo en sus oraciones, lecturas y cantos, sino también en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Tiene especial sentido la Comunión llevada a los enfermos, ahora eventualmente por medio de los ministros extraordinarios de la comunión, a ser posible como prolongación de la celebración comunitaria dominical. Particular relieve merece la comunión que se recibe como viático, en punto de muerte.
Y finalmente, la comunión recibida fuera de la Misa, caso repetido sobre todo en lugares donde no pueden participar diaria ni siquiera dominicalmente de la Eucaristía completa, pero sí escuchar la palabra, orar en común y comulgar, en las condiciones que establecen el "Ritual del culto y de la comunión fuera de la Misa" (1973) y la instrucción "Inmensae cariatis" (1973). Respecto a repetir la comunión el mismo día, según el Código de Derecho Canónico (c. 917), "quien ya ha recibido la santísima Eucaristía puede de nuevo recibirla el mismo día solamente dentro de la celebración eucarística en la que participe", norma que ha recibido la interpretación oficial de que se puede hacer "una segunda vez".
COMER EL PAN:
Juntamente con el "beber", el "comer" es el gesto central de la Eucaristía cristiana. Si el Antiguo Testamento empieza con el "no coman" del Génesis, en el Nuevo Testamento escuchamos el testamento: "tomen y coman". Y si entonces la consecuencia era: "el día que comas de él, morirás", ahora la promesa es la contraria: "el que come... tiene vida eterna".
El comer, ya humanamente, tiene el valor del alimento y la reparación de las fuerzas. Pero a la vez tiene connotaciones simbólicas muy expresivas: comer como fruto del propio trabajo, comer en familia, comer con los amigos, comer en clima de fraternidad, comer con sentido de fiesta. En el contexto cristiano de la Eucaristía, el comer tiene igualmente varios sentidos. Al comer el pan, estamos convencidos de que nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo. Su palabra ("esto es mi Cuerpo") sigue eficaz y su Espíritu es el que ha dado a ese pan que hemos depositado sobre el altar su nueva realidad: ser el Cuerpo del Señor glorificado, que ha querido se nuestro alimento. Este es el primer sentido que Cristo ha querido dar a la comida eucarística: "mi carne es verdadera comida". El es el "viático", el alimento para el camino de los suyos.
También hay otros valores y gracias que Cristo expresa en el evangelio con este simbolismo de la comida: el perdón, la alegría del reencuentro, la fiesta, la plenitud y la felicidad del Reino futuro. Basta recordar la parábola del hijo pródigo, acogido en casa con una buena comida; o la de las bodas del rey; o la multiplicación de los panes y peces en el desierto, o la expresiva presencia de Jesús en comidas en casa de Zaqueo, de Mateo, del fariseo, de Lázaro. Y las comidas de Jesús con sus discípulos, tanto antes como después de la Pascua, que ellos recordarán muy a gusto. (Cf Hech 10,40).
Además, Pablo entenderá la comida como símbolo de la fraternidad eclesial. el pan de la Eucaristía, además de unirnos a Cristo, participando de su Cuerpo, es también lo que construye la comunidad: "un pan y un cuerpo somos, ya que participamos de un solo Pan" (1 Cor 10,16-17). "Comer con" por ejemplo con los cristianos procedentes del paganismo, es un signo expresivo y favorecedor de la unidad de todos en la Iglesia, sea cual sea su origen (Cf la discusión entre Pablo y Pedro en Hech 11,3 y Gál 2,12).
PARTIR EL PAN
El origen de este gesto en nuestra Eucaristía lo conocemos todos. La cena judía, sobretodo la pascual, comenzaba con un pequeño rito: el padre de familia partía el pan para repartirlo a todos, mientras pronunciaba una oración de bendición a Dios.
Este gesto expresaba la gratitud hacia Dios y a la vez el sentido familiar de solidaridad en el mismo pan. Muchos hemos conocido cómo en nuestras familias el momento de partir el pan al principio de la comida se consideraba como un pequeño pero significativo rito. Como el que se hace solemnemente cuando unos novios parten el pastel de bodas y los van repartiendo a los comensales que los acompañan.
Cristo también lo hizo en su última cena: "Tomó el pan, dijo la bendición, lo partió y se lo dio...". Más aún: fue este el gesto el que más impresionó a los discípulos de Emaús en su encuentro con Jesús Resucitado.. "Le reconocieron al partir el pan". Y fue este el rito simbólico que vino a dar nombre a toda la celebración Eucarística en la primera generación.
Primer significado de este gesto: el Cuerpo "entregado roto" de Cristo
La fracción del pan puede tener, ante todo, un sentido de cara a la Pasión de Cristo. El pan que vamos a recibir es el Cuerpo de Cristo, entregado a la muerte, el Cuerpo roto hasta la última donación, en la Cruz. En el rito bizantino hay un texto que expresa claramente esta dirección: "se rompe y se divide el Cordero de Dios, el Hijo del Padre; es partido pero no se disminuye: es comido siempre, pero no se consume, sino que a los que participan de él, los santifica".
Segundo significado: Signo de la unidad fraterna
El Misal Romano explica:
"por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles" (IGMR 48)
"el gesto de la fracción del pan que era el que servía en los tiempos apostólicos para denominar la misma Eucaristía, manifestará mejor la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos en un solo pan y de la caridad, por el hecho de que un solo pan se distribuye entre hermanos" (IGMR 283).
LOS GOLPES DE PECHO
Gesto penitencial y de humildad. Es uno de los gestos más populares al menos en cuanto a expresividad.
Así describe Jesús al publicano (Lc 18, 9-14). El fariseo oraba de pie: "no soy como los demás"... "En cambio el publicano no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador".
Cuando para el acto penitencial al inicio de nuestra Eucaristía elegimos la fórmula "Yo confieso", utilizamos también nosotros el mismo gesto cuando a las palabras "por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa" nos golpeamos el pecho con la mano.
Y es también la actitud de la muchedumbre ante el gran acontecimiento de la muerte de Cristo: "y todos los que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho..." (Lc 23,48)
ARRODILLARSE
Estar de rodillas es una actitud de humildad. Expresa arrepentimiento y penitencia. Nos recuerda a Pedro cayendo de rodillas y exclamando: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador" (Lucas 5,8). Pero el cristiano se arrodilla ante Dios precisamente porque el es Dios, el único Señor del universo. Es un signo de Adoración que da a la oración un acento muy particular. (Haga la prueba de arrodillarse, inclinar la cabeza y juntar las manos en actitud de súplica...)
Este sentido de adoración tiene hacer la genuflexión cuando entramos en la iglesia o delante del sagrario (allí donde hay una lamparita encendida para señalar que está Jesús presente en la Eucaristía).
San Pablo se refiere a esta actitud en Efesios 3,14: "Doblo mis rodillas delante del Padre de quien procede toda paternidad" y el mismo Jesús "puesto de rodillas" oró durante su agonía en Getsemaní (Mt. 26,39).
PONERSE DE PIE
Es la postura más usada en la Misa. Al orar de pie los cristianos "significamos" nuestra dignidad de hijos de Dios. Como tenemos en nosotros el Espíritu que nos hace exclamar "Abba", "nos atrevemos" a llamar a Dios "Padre" y estar de pie delante de él. Es una actitud de cariñosa confianza hacia Dios a quien vemos, sobre todo, como Padre.
Es una actitud que indica "prontitud", estar disponible, preparado para la acción. Por tanto indica decisión y voluntad para seguir al Señor. Desde el comienzo fue la actitud general de los cristianos: orar de pie, con los brazos extendidos (o levantados) y mirando hacia el oriente (a la salida del sol).
Es también señal de alegría. Durante el primer milenio, los cristianos tuvieron prohibido arrodillarse en la liturgia de los domingos, pues -como sabemos- el día del Señor conmemora la Pascua, la Resurrección de Jesús.
Así como la muerte es "estar postrado", la resurrección es un levantarse, un "volver a estar de pie". Por eso esta postura manifiesta también nuestra fe en Jesús resucitado.
EL SACERDOTE SE LAVA LAS MANOS ANTES DE LA CONSAGRACIÓN
Lo hace como gesto de purificación. El sacerdote se lava las manos para pedirle a Dios que lo purifique de sus pecados.
LAS GOTAS DE AGUA EN EL VINO
Con este signo el sacerdote le pide a Dios que una nuestras vidas a la suya. AI momento de preparar sobre el Altar el pan y el vino "el Diácono u otro ministro, pasa al sacerdote la panera con el pan que se va a consagrar; vierte el vino y unas gotas de agua en el cáliz.." (Misal Romano Nº 133). El instante en que se echa el agua se acompaña con una oración que se dice en secreto: "El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana.
San Cipriano, a mediados del siglo II, escribió sobre este gesto litúrgico, lo siguiente:
"en el agua se entiende el pueblo y en el vino se manifiesta la Sangre de Cristo. Y cuando en el cáliz se mezcla agua con el vino, el pueblo se junta a Cristo, y el pueblo de los creyentes se une y junta a Aquel en el cual creyó. La cual unión y conjunción del agua y del vino de tal modo se mezcla en el cáliz del Señor que aquella mezcla no puede separarse entre sí. Por lo que nada podrá separar de Cristo a la Iglesia (...) Si uno sólo ofrece vino, la Sangre de Cristo empieza a estar sin nosotros, y si el agua está sola el pueblo empieza a estar sin Cristo. Más cuando uno y otro se mezclan y se unen entre sí con la unión que los fusiona, entonces se lleva a cabo el sacramento espiritual y celestial" (Carta Nº 63, 13).
Dios te bendiga SMaria Milagrosa.
LOS CATOLICOS Y LOS ANTICONCEPTIVOS
Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
Los católicos y los anticonceptivos
Gracias a Dios, es posible encontrar hogares que están abiertos a la vida, abiertos al amor, abiertos a la Iglesia, abiertos a Dios.
Muchos esposos católicos usan anticonceptivos. Al actuar así, con mayor o menor conciencia, van contra la doctrina de la Iglesia, expuesta en diversos documentos, sobre todo en la encíclica “Humanae vitae” del Papa Pablo VI (1968).
Según nos enseña la moral católica, es inmoral el uso de métodos anticonceptivos por el hecho de que alteran la naturaleza y el sentido propio del acto conyugal, un acto que debería ser expresión del amor entre los esposos abierto a la llegada de los hijos que Dios pueda enviar.
¿Por qué tantos católicos no aceptan esta enseñanza? Se pueden dar respuestas mejores o peores, según la perspectiva que se adopte para analizar esta situación.
Algunos harán un análisis en clave sociológica: en muchos países la mayoría de la población acepta como “normal” el uso de los anticonceptivos, y los católicos se ajustan y acomodan a la mentalidad dominante.
Otros hablarán de motivos económicos: los esposos, en sus primeros años de matrimonio, suelen verse apurados por la falta de dinero. Sienten la presión de tener que pagar la casa y mantener un nivel de vida “aceptable”. Por lo mismo, los dos trabajan. En esa situación, pensar en un hijo parece imposible, y se recurren a los métodos anticonceptivos “más seguros”.
Otros señalarán causas psicológicas: las parejas suelen desear unos primeros años de matrimonio sin las angustias y las responsabilidades que surgen con el nacimiento de cada hijo. O prefieren madurar y asentar la relación de pareja. O buscan vivir la belleza de los primeros meses de recién casados con más tranquilidad y sin un hijo “precoz” que altere completamente la convivencia conyugal.
Pero es importante no olvidar las causas más profundas de este hecho. La primera radica, en muchos casos, en un desconocimiento de la enseñanza católica y de los motivos de la misma. Lo cual ocurre porque los jóvenes no han recibido una catequesis completa sobre el tema, o porque nunca se les ha enseñado que el uso de anticonceptivos es pecado mortal, o porque tras haber escuchado una buena explicación han optado por rechazarla.
Por desgracia, no faltan casos de agentes pastorales o incluso sacerdotes que no enseñan la verdadera doctrina católica sobre este tema, y así confunden, desorientan y engañan a los fieles. Ante esta situación, hay que renovar la oración a Dios para que envíe a su Iglesia santos sacerdotes y para que los mismos católicos sepan distinguir lo que es buena doctrina y lo que es la opinión errónea de quien ya no vive en la verdad de la fe que debería profesar.
Otra causa profunda está en la falta de fe y de esperanza. Cuando hay fe en Cristo y en la Iglesia, cuando los corazones se ponen en las manos de Dios, la enseñanza moral de la Iglesia es vivida con seriedad, desde convicciones alegres: Dios, si pide algo, es para nuestro bien, y nos ayudará a asumir plenamente la enseñanza moral que es parte de nuestra coherencia cristiana.
Una tercera causa, muy relacionada con la anterior, se esconde en el miedo. Para algunos, la llegada del hijo es considerada como un drama, algo que crea inseguridad, problemas, vacilaciones. En cambio, quien confía, quien comprende lo maravilloso que es colaborar con el Padre en la transmisión de la vida, puede no sólo superar esos miedos, sino alegrarse profundamente cada vez que inicia un nuevo embarazo y hay que reorganizar toda la vida familiar para acoger de la mejor manera posible al recién llegado.
Las familias católicas pueden hacer mucho para educar a los niños y a los jóvenes en el auténtico espíritu cristiano que lleva a abrirse a la llegada de la vida. Gracias a Dios, es posible encontrar hogares que están abiertos a la vida, abiertos al amor, abiertos a la Iglesia, abiertos a Dios.
En esos hogares, si Dios así lo quiere, el amor de los esposos llega a ser bendecido por la llegada de hijos. Serán pocos o muchos, no importa. Lo que sí importa es que cada uno sea amado en sí mismo, y que su llegada haya sido posible porque los esposos, sin usar trampas ni anticonceptivos, con una paternidad auténticamente responsable y llena de esperanza, han sabido amarse y darse por completo entre sí.
Viven así la fecundidad esponsal que es “el fruto y el signo del amor conyugal, el testimonio vivo de la entrega plena y recíproca de los esposos” (Juan Pablo II, “Familiaris Consortio” n. 28). Esa fecundidad explica la existencia de millones y millones de hijos, que recibimos el amor de Dios desde la generosidad alegre de unos padres que se aman y que nos aman.
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Comentarios al autor: P. Fernando Pacual
CUANDO DOS SE CONVIERTEN EN TRES
Autor: Fernando Pascual y Eugenia Tamez | Fuente: Catholic.net
Cuando dos se convierten en tres
Dentro del matrimonio, se debe preparar un lugar especial para la llegada del bebe y seguir conservando la buena relación entre esposos
El amor que llevó a un hombre y a una mujer a un compromiso "para siempre" rompe lo que era un sistema de vida en el cual dominaba el "tú" y el "yo", para iniciar la vida del "nosotros", en la que el "tú" y el "yo" se viven de un modo distinto, más íntimo, más cordial, más profundo.
Conforme pasa el tiempo, todos esperan un nuevo paso en la vida del matrimonio joven: el nacimiento del primer hijo. Es un momento en el que la esposa, vibra de emoción, y contagia al esposo, quien también participa, de lo que va a ocurrir en el seno de su esposa. El "tú" y el "yo", convertido ya en un "nosotros", se abre y se enriquece ante el que ya ha llegado, ante el primer hijo, que introduce muchas novedades en la pareja hasta ahora más o menos armónica.
Desde luego, los primeros nueve meses serán un misterio compartido especialmente entre la mamá y el bebé . El papá, sin embargo, no es un satélite externo a todo lo que está ocurriendo. Sabe que este bebé es "nuestro" hijo. Sufre y siente las angustias de la esposa. Se alegra con los resultados positivos de un diagnóstico prenatal, y se preocupa cuando los médicos no se muestran especialmente optimistas. Comparte, en la medida de su amor, la aventura de una nueva vida que ya ha iniciado y que pronto podrá no sólo tocar a través de la piel de la esposa, sino ver y palpar directamente, en un abrazo de gozo y de alegría que es difícil de describir.
Toda carrera matrimonial implica esta apertura a las vidas que vienen del amor. Cada nueva concepción repite la alegría de la vida, de esa vida que nuestros padres nos dieron, de esa vida en la que tantos nos acogieron, de esa vida que también nosotros podemos dar gracias al amor que no se pone límites.
Ahora, la pareja tendrá que reservarle al nuevo miembro un espacio físico, psicológico y emocional entre ellos, además de conservar y hacer crecer su relación de esposos.
La mejor manera para enfrentar esta nueva forma de vida, es estar preparados y esperar lo inesperado. El ir aprendiendo cómo cuidar al bebé, tomar cursos juntos y leer sobre todo lo que viene, puede ahorrar muchos gritos y malentendidos provocados por el estrés que conlleva el adaptarse al cambio.
Para mantener una buena relación de pareja aquí tenemos algunas sugerencias que pueden llevar a cabo:
No dejen de dialogar
Es fácil dejar de hacerlo después de tener un día lleno de actividades, trabajo y cuidados para el bebé, sin embargo, dedíquense aunque sea unos minutos para dialogar y conocer sus expectativas, miedos, etc.
No se desesperen
Acepten que su vida ha cambiado radicalmente y no se puede llevar la misma rutina de antes, incluso como ama de casa no tengas como prioridad el tener los anaqueles de la cocina impecables, pues al ver que no tienes tiempo para ello, sólo te traerá disgustos.
Den tiempo al tiempo
Eventualmente ustedes y su bebé establecerán una rutina, lo que facilita tener más tiempo para disfrutar en pareja.
Planeen salidas juntos
Tal vez tome un poco de tiempo volver a salir solos, pero pueden empezar a planearlo y buscar quién pueda cuidarles un rato al bebé.
Lo que pueden hacer antes de volver a salir, es tener sus propias citas en casa, alguna cena romántica o simplemente rentar una película y disfrutarla con su botana favorita.
No dejen de decirse lo mucho que se aman
Ya sea con las palabras, con caricias, cartitas o detalles que le hagan ver al otro lo mucho que lo aman.
Recuerden que la relación más importante en la familia es la de los cónyuges, es la base para desarrollar las demás relaciones entre la familia.
No olviden que dentro de unos años volverán a estar solos otra vez cuando sus hijos se casen o tengan otros intereses. No esperen hasta entonces para disfrutar su relación de pareja.
Nutran su matrimonio desde hoy, cuando tienen hijos
A través de los años verán los frutos, hijos estables y autónomos y sobre todo un matrimonio amoroso y feliz.
No dejen nunca de rezar
Recuerden que Dios da la gracia necesaria para mantener la unión entre ustedes y fortalecer su amor. Cuando rezan juntos, Dios los ayudará en los momentos difíciles y los acompañará en las alegrías.
Todos queremos que el nuevo año sea un poco mejor, un poco más feliz. Lo será en la medida en que sepamos amar, abrir el corazón al otro, a la otra, a los otros que vienen. Así hemos nacido miles de millones de seres humanos. Así esperan poder vivir, con la dignidad del amor, aquellos hombres y mujeres que serán nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, y que dependen plenamente de nuestra disponibilidad en el amor. Darla no cuesta nada, y puede concedernos mucho más de lo que podamos esperar. Basta con hacer la experiencia.
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE COMO MEJORAR EL EJERCICIO DE LA AUTORIDAD CON NUESTROS HIJOS PEQUENOS
Autor: María Bilbao | Fuente: Sontushijos.org
Algunas reflexiones sobre como mejorar el ejercicio de la autoridad con nuestros hijos pequeños
La autoridad es un servicio en el desarrollo personal de los hijos y es la principal influencia externa respecto a su educación en positivo
En Educación Infantil nunca podemos olvidar la importancia que tiene la adquisición de hábitos y con cuatro años uno de los hábitos estrella es la obediencia.
Muchas veces nos preguntamos por qué desobedecen nuestros hijos. Ellos lo hacen para probar su voluntad, porque quieren autoafirmar su yo, para llamar la atención, etc.
¿En qué suelen desobedecer?
- A la hora de vestirse o desvestirse.
- Al recoger los juguetes.
- Al ir a bañarse.
- Ir a cenar.
- Irse a la cama.
Todo esto es normal, pero es importante analizar cómo reaccionamos nosotros, puesto que la obediencia de los hijos está relacionada con la forma de mandar de los padres, es decir, cómo ejercemos la autoridad sobre ellos.
Es importante recordar los puntos fundamentales para ejercer la autoridad correctamente:
• Nuestros hijos deben saber diferenciar lo que está bien de lo que está mal para que maduren responsablemente y sean capaces, más tarde, de tomar sus propias decisiones.
• La clave está en combinar exigencia con cariño.
• Ser coherentes de manera que los niños puedan conocer perfectamente las consecuencias de cumplir o no las normas del hogar.
• Ejercer la autoridad es enseñar valores positivos, es enseñar a madurar a nuestros hijos en la responsabilidad. El autoritarismo es imponer unas normas por el poder que tenemos sobre nuestros hijos sin pararnos a enseñarles a diferenciar el bien del mal. Se impone por poder no por cariño. Esta forma de actuar no ayudará a nuestros hijos a ser personas equilibradas, ya que obedecerán por temor y a la larga se revelarán sin haber conseguido hacer de nuestros hijos personas maduras y responsables.
La ausencia de autoridad de los padres, es decir, la ausencia de normas, de límites, de acciones que deben ejecutar, desconcierta a los hijos. Les hace sufrir porque desconocen el camino a seguir. Cuando el niño sabe exactamente lo que se espera de él, conoce los límites y normas que debe cumplir, cuando se le exige acompañado de cariño, el niño SE SIENTE SEGURO, tiene referencias y nosotros por tanto estamos ejerciendo bien la autoridad.
ALGUNOS CONSEJOS PARA EJERCER CORRECTAMENTE LA AUTORIDAD:
1.- Ambiente de confianza.
2.- Normas: pocas, claras y bien entendidas.
Si damos muchas órdenes, como no podemos ser obedecidos en todo, les estamos enseñando a desobedecer.
3.- No repetir las órdenes. Intervenir constantemente es la causa más habitual de pérdida de autoridad.
4.- La autoridad padre – madre se comparte, no se delega, pues es un claro síntoma de no tenerla.
5.- Escoged el momento adecuado para dar una orden, no buscar circunstancias que lo humillen.
6.- Utilizad ayudas no verbales: la distancia, el tono, la postura. Cuánto más a su altura, mejor.
7.- Habladle a solas.
8.- Poneos en su lugar… y decídselo.
9.- Mostradle la seguridad de que va a mejorar y de que el conflicto no está entre el padre y el hijo, sino entre la norma y él.
10.- No baséis la educación en premios y castigos. Es un vulgar chantaje.
11.- Reconoced vuestros propios errores. Eso también dará seguridad al niño.
La autoridad es un servicio en el desarrollo personal de los hijos y es la principal influencia externa respecto a su educación en positivo.
UNA AUTENTICA PERSPECTIVA DE FAMILIA
Autor: Jorge E. Mújica, LC | Fuente: http://www.religionenlibertad.com
Una auténtica perspectiva de familia
¿Cómo ayudarse para construirse una verdadera perspectiva de la familia y reconocer el mal que se quiere hacer pasar por bien? Una verdadera perspectiva de la familia debe ser tanto teórica como práctica; debe comprender y atender
Una obra de arte, por ejemplo una pintura, puede ser apreciada y valorada desde diferentes puntos de vista. Si nos encontráramos delante de la «Mona Lisa», ese famoso cuadro de Leonardo Da Vinci donde aparece una enigmática mujer sonriente, ¿qué nos dirían de ella un decorador, un historiador, un arqueólogo, un coleccionista o un poeta? El decorador seguramente hablaría del lugar más conveniente para colocar el cuadro; el historiador tal vez se inclinaría en hablar del contexto histórico en que se realizó la pintura; el arqueólogo se centraría en el análisis material del cuadro: dataría su origen, el tipo de pigmentos utilizados, naturaleza de la tela, etc.; el coleccionista concentraría su atención en el valor económico de la pintura y procedería a buscar el modo de adquirirla; el poeta, por último, echaría a volar su mente y corazón para tratar de penetrar los sentimientos que movieron a Leonardo a plasmar en arte hecho pintura el busto de esa mujer. Del decorador al poeta, cada uno seccionó un aspecto de la «Mona Lisa» sin quedarse con una perspectiva de conjunto; algo ciertamente útil pero no válido. Y es que para valorar una obra de arte se considera cada aspecto pero destacando el lazo de verdad indivisible que une a unos respecto a otros. Una obra de arte se valora desde una visión de conjunto.
Algo semejante viene sucediendo, y cada vez más notablemente, con la familia. Algunas visiones se reducen a estancarse en tal o cual aspecto haciéndolo aparecer como esencial, absoluto y verdadero cuando en realidad no es así. La deforman. Hay algunos que afirman que la familia, tal y como hasta ahora todavía la reconocemos, no es más que un escalón en la inmensa escalerilla de una sociedad en evolución. El hombre, según esta visión, al ir «evolucionando» con la tecnología y la ciencia, va necesitando menos de la familia hasta que llegará a un punto en que le resultará innecesaria. Otros ven a la familia como un instrumento del cual valerse para hacer esto o aquello y después desecharla o cambiarla según convenga o sea más útil (como un pincel puede servir para pintar un óleo o una acuarela pero luego, ya usado, poder tirarlo). Algunos más ven en la familia un mero producto del cual se pueden sacar muchos beneficios individuales. Todas esas visiones justifican su validez destacando su utilidad. Sin embargo no todo lo útil es válido (el pincel es útil también para picar los ojos pero no es que por ello el artista vaya andar por ahí picando los ojos de todo aquel con el que se tope).
Para desentrañar la esencia de las cosas, ir hacia una verdadera y global visión de la familia, no debería bastar la admiración de tal o cual aspecto de la «Mona Lisa» sino considerarlos todos en conjunto, evaluar su verdad, formarse un juicio: no permanecer en las ramas de los árboles sino ir a la raíz. Si interrogáramos a la naturaleza sobre la familia nos recordaría que todo ser humano tiene su origen en una. Es en ella donde todo hombre o mujer recibe las primeras nociones del bien y del mal y donde aprende a ser una persona que necesita relacionarse con otros. En la familia el hombre reconoce que es un ser social. Sin entrar en detalles, el hecho de que haya familias desunidas es algo antinatural si bien la frecuencia de saber que existen numerosos casos ha ido haciendo parecer esas situaciones como «normales».
¿Y es que una visión errada de la familia tiene sus consecuencias negativas en la vida diaria? Ciertamente. ¿Cómo ayudarse entonces para construirse una verdadera perspectiva de la familia y reconocer el mal que se quiere hacer pasar por bien? Una verdadera perspectiva de la familia debe ser tanto teórica como práctica; debe comprender y atender.
Para comprender qué es la familia y cuál es su verdadera importancia no podemos quedarnos en ideologías que resaltan mucho el aspecto emotivo y sentimental (por ejemplo con la proyección de videos e imágenes con música «enternecedora» y «atontadora» de fondo) pero que no ofrecen argumentos racionales y con un mínimo de rigor lógico para justificar lo que defienden.
Una verdadera perspectiva de la familia, en el plano de la ideas, defiende el valor de la persona y reivindica la figura del matrimonio. Una verdadera perspectiva de la familia, en el plano de la acción, suscita políticas sociales y económicas que la defiendan y promueve la participación de la sociedad civil. Una verdadera perspectiva de la familia une el diálogo ideas-acción fomentando el conocimiento de un conjunto coherente y eficaz.
Defender a la persona es defender a la familia y en consecuencia a toda la sociedad. El ser humano es un ser social: necesita a los demás y los demás le necesitan. Frente a la pretensión individualista de las ideologías que buscan hacer pasar al hombre como un ser autosuficiente, egoísta y desligado de los otros, la familia recuerda que la persona humana desde que nace lo hace en el grupo esencial que funda toda sociedad: la familia misma. Para hacerse una verdadera perspectiva de la «Mona Lisa» es necesario apreciar cada color (la persona humana). Un color necesita del otro y así todos juntos (en familia) dan el toque de belleza al conjunto (sociedad). Ningún color podría decirle a otro que no es necesario; es gracias a la diversidad de colores que se experimenta cierto atractivo hacia la pintura. Si todo el cuadro fuese verde, ¿lo apreciaríamos del mismo modo?
La familia, además, está indisolublemente unida a la realidad del único matrimonio posible: el de un hombre con una mujer. En el matrimonio, hombre y mujer encuentran su papel de cara a la sociedad y ese papel es a la vez transmitido a los hijos. El hecho de que cada vez con mayor frecuencia se hable de «otras formas de matrimonio» o de uniones equiparadas a éste, no es más que la confirmación de una incorrecta visión de la familia y la carencia de bases racionales sólidas que amparen como válida, lícita y justa, no únicamente útil, la unión entre personas del mismo sexo. La misma naturaleza nos lo dice: de la unión de un hombre y una mujer se da origen a nuevas vidas; de la unión entre personas del mismo sexo no. O lo que es lo mismo: uno más una igual a matrimonio; uno más uno igual a dos. Reconocer la relación intrínseca matrimonio-familia es reconocer la relación del pintor con su pintura.
Considerar de modo racional dos aspectos a valorar cuando hablamos del matrimonio (el valor de la persona y del matrimonio) serían insuficientes si no fuéramos al plano de las acciones. Las dos acciones más importantes dependen de dos instituciones: el Estado y la sociedad civil.
El Estado debe fomentar políticas sociales y económicas que faciliten el surgimiento de más y más familias. El hecho de que, de modo general, cada vez menos se casen y, de entre los casados, las familias no sean numerosas, parece ser una respuesta lógica a casas pequeñas, salarios bajos, faltas de prestaciones para la mujer embaraza… Y es que con salarios bajos y precios tan elevados no es que den muchas ganas de tener demasiados hijos, ¿cómo mantenerlos después? Además, las casas o departamentos que se construyen ahora son tan pequeños, tan reducidos, que de tener un hijo más, ¿dónde meterlo? Por si fuera poco, para las mujeres que trabajan su embarazo puede conllevar, injusta e ilícitamente, el despido. Una sana política económica o social debe tener al hombre al centro; si no es así podrá aparentar que sí lo tiene cuando en realidad no sucede. Cuando, por ejemplo, se quiere luchar contra la pobreza, no se debe ir al individuo sino a la familia. La pobreza debe ser interpretada desde la familia pues no es un hombre pobre y sin empleo sino una familia pobre y sin alimentos. Ciertamente, ni con esto último ni con todo lo anterior, nos colocamos ante hechos consumados imposibles de cambiar. Se puede mejorar y mucho. De ahí que sea importante, al momento de ejercer el derecho al voto, conocer las iniciativas y programas de tal partido o tal candidato en materia familiar. Tener buenas políticas sociales y económicas es como si el Estado aplicara programas que ayudasen a los artistas a obtener los medios necesarios para producir sus pinturas y fomentase la aparición de medios educativos y culturales (libros, video, revistas, etc.) que ayudasen a los que no alcanzan aún a apreciar el arte, a hacerlo.
La sociedad civil también tiene su papel. Delante se le pone un reto. Es ella misma la que debe fortalecer espacios que hagan ver la belleza de la familia. Si bien es verdad que las denuncias suelen ser necesarias pues con ellas se manifiesta el desacuerdo frente a los ataques sistemáticos, no es que sólo la denuncia y la confrontación basten; es verdad, despiertan a más de uno y le hacen recapacitar, pero ¡hay que hacer notar la belleza de la familia! Nada más eficaz. Hacer ver la belleza de la familia es salir en familia al parque, a comer, a la Iglesia; hacer ver la belleza de la familia es dialogar, compartir las experiencias al final de la jornada, es escuchar al otro; hacer ver la belleza de la familia es ocuparse del otro, donarse en el servicio hacia el otro, es comprender al otro; hacer ver la belleza es transmitir los valores de la amistad, de la atención, de la cercanía, de la confianza, del respeto; ¡hacer ver la belleza de la familia está al alcance de toda persona creativa y con un mínimo de espíritu de iniciativa!
Ciertamente en este empeño juegan un papel importante los medios de comunicación. Los medios son los vehículos masivos por los que se puede seguir atacando a la familia o por los que se le puede reivindicar. La programación anti-familia es fácil de reconocer (novelas, programas, «realitys shows», entrevistas, películas, etc.); y si sabemos que más bien daña, ¿entonces para que verla? Entretiene, sí, pero sin irlo percibiendo puede ir logrando que se entre en comunión con las ideas que lleva en el fondo. Además hay una amplia gama de programación que nos da la posibilidad de elegir cosas de provecho. Si sabemos que el alcohol perjudica, entonces para qué tomarlo; si sabemos que el agua natural nos beneficia, entonces habrá que beberla.
El diálogo entre las ideas que comprenden los fundamentos de la familia y la acción que atiende sus necesidades debería conllevar a un efecto: una rearticulación de los derechos humanos. Y es que si de verdad el hombre está en el centro (ya dijimos que no es lo mismo tener a la persona -abierta a los otros- que al individuo -cerrado a los demás-, dos visiones del mismo hombre, una verdadera, la otra no) todo apuntará a que la institución familiar debe reconocerse jurídicamente, con leyes, protegerse y defenderla. La familia no es el resultado de un consenso de opiniones ni nace a partir de decretos de un Estado. Ni los grupos ni el Estado deben suplir los deberes de la familia y sí promoverla y apoyarla. El Estado tiene razón de ser gracias a la familia.
La «Mona Lisa» es una obra de arte considerada patrimonio de la humanidad y por eso se conserva con las mayores atenciones y cuidados en una de las mejores salas de exposición del museo del Louvre en París. La familia también es una obra de arte, ¿en qué lugar la estamos colocando o dejando que la coloquen en la gran sala del mundo?.
CINCO REGLAS DE ORO PARA TRATAR A LOS ADOLESCENTES
Autor: Mayra Novelo
Cinco reglas de oro para tratar a los adolescentes
El breve documento trata de cinco reglas sencillas, basadas en la experiencia cotidiana de muchas familias, que pueden ayudar en la comunicación con hijos adolescentes.
Muchos padres se quejan al llegar la adolescencia de la dificultad de comunicación con sus hijos. En esa época de la vida no basta que queramos comunicarnos, es necesario que ellos también lo deseen. La comunicación positiva es un intercambio de sentimientos, hay padres que se limitan al simple interrogatorio, lo que da lugar a respuestas - si las hay - monosilábicas.
Reglas que favorecen la comunicación y relación con ellos...
1.- Darles oportunidad de ser responsables, delegándole responsabilidades.
Para eso tienen que saber que se confía en ellos y les consideramos capaces. La mejor forma de que aprendan lecciones es enseñarlas a otros, por eso es tan eficaz el que se haga responsable, por ejemplo, del cuidado de un hermano pequeño, en ausencia de sus padres o el que le explique una materia en la que necesita ayuda.
También en múltiples gestiones personales que pueden hacer por sí mismo en lugar de los padres.
2.- Haga que el adolescente participe de las discusiones, alegrías y preocupaciones de la familia.
Cuántas veces se oye esta queja por parte de los chavales: ¡Es que en mi casa no me cuentan nada! ¡Me entero por otras personas y me cae fatal!
A veces, por miedo a que no sufran no les comunicamos una adversidad familiar, hablamos entre nosotros y nos callamos cuando entra en la habitación: un problema económico, la enfermedad de un pariente cercano, etc.
Ante esta postura, el adolescente puede imaginarse que algo terrible está pasando, incluso exagerar en su cabeza dada a la fantasía las circunstancias, y lo que es peor, creer que son demasiado insignificantes como para que sus padres les tengan confianza.
Se les debe informar para que se involucren, colaborando - si pueden hacer algo - o rezando para que el problema se solucione.
Estas muestras de confianza nunca caen en saco roto, pues al comunicárselas los consideramos personas dignas de nuestra confianza, y ellos se considerarán adultos y dignos de la confianza de sus padres.
3.- De aquí se podría deducir otra regla Comuniquemos a nuestros hijos cómo nos sentimos.
Escuchar a los hijos sus opiniones, sentimientos, alegrías y dificultades constituye sólo un aspecto de la comunicación. También tenemos el derecho y la libertad para expresarles nuestros propios sentimientos y ser oídos: alegrías, cansancio, una buena o mala jornada laboral, etc.
Esta dualidad en la comunicación es imprescindible para lograr la confianza del adolescente porque constituye el verdadero diálogo.
No vamos a perder nuestro prestigio como padres cuando nuestros hijos aprendan a vernos como personas que se cansan y tienen buenos o malos momentos; es más es con esa persona con las que querrán comunicarse no con el padre o la madre ideal o perfectos porque sencillamente no existe.
La obediencia está muy relacionada con el cariño y el cariño se fomenta con el conocimiento real de una persona. Un adolescente que quiere a sus padres puede desobedecerles, pero se sentirá muy mal al hacerlo, el cariño a sus padres hará que él mismo se proponga rectificar.
4.- Otra regla importante es No dejar de exigirles en el plano moral y social.
Ante una mentira manifiesta, el hurto - coger dinero sin permiso - la incorrección ante otras personas de sus modales o faltas de respeto a algún miembro familiar - incluido el propio servicio - no deben ser nunca pasadas por alto.
No basta pedir perdón, a veces creen solucionado el problema, sino compensar con un detalle su falta.
En este tipo de conducta ser inflexibles, porque el adolescente necesita de esta exigencia, si ante una conducta de este tipo la pasamos por alto la traducirá como indiferencia o que no nos importa.
5.- La formación de un frente unido.
En todas las edades, pero aún más en la adolescencia, es importante el hecho de que los hijos vean que padre y madre van en la misma línea de exigencia.
Es importante la formación de un frente unido para la batalla, sobre todo en las cuestiones que consideréis importante que obedezcan, y eso os toca a vosotros decidirlo a lo mejor con papel y lápiz.
Estas normas de obligado cumplimiento hay que delimitarlas bien para no quemarse ni gastar cartuchos en balde.
Para un adolescente unos pantalones vaqueros gastados y un jersey puede ser su vestidura más usual y querida, conforme al grupo con el que se relaciona, otro tanto sucede con el pelo. Una actitud impositiva o sancionadora en estos casos puede ser contraproducente. Lo que no equivale a aceptar tales cosas. Se debe exigir limpieza, eso sí creo que es importante.
Las normas en las que tenemos que exigir obediencia debe ir, en mi opinión, hacia temas más transcendentales como por ejemplo, la hora de llegada a casa, el no ir a dormir a casa de los amigos, etc., eso tenéis que decidirlo entre padre y madre y tratarlo muy claramente con el hijo.
En estas cosas si es muy necesario el frente unido que antes comentaba No nos encontremos en la situación en la que uno tenga que ser "el malo" mientras que el otro sea siempre "el bueno".
Los hijos aprenden muy pronto la divisa "divide y vencerás"; También saben distinguir muy bien cual de las partes, ese día, está agotado y -al no tener ganas de pelea tiende por el camino más fácil, que es ceder a su petición- con lo cual a la opinión contraria la pone en una situación conflictiva.
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