| Semana SantaPara vivir la Pascua del año 2010 Cuando en la Vigilia Pascual, el próximo 3 de abril por la  noche, el sacerdote marque el año 2010 sobre el cirio, señale las cinco  llagas de Cristo y lo encienda con el fuego bendecido, entraremos una  vez más en el misterio más hondo de nuestra fe. En nuestro mundo, en el  que conviven la vida y la muerte, Cristo glorioso, muerto y resucitado,  centro de la fe, de la vida y de la liturgia, es la certeza de la  victoria de la luz sobre las tinieblas. Eso es lo que queremos  significar cuando la luz del cirio se vaya difundiendo por la asamblea  que celebra y, desde ella, por todas las realidades que necesitan de  resurrección.   Ver para creer  La celebración de la Resurrección no tendría fuerza si no  fuésemos conscientes de la muerte. Sin “ver” las muertes que nos rodean,  no podríamos “creer” de verdad en Cristo victorioso sobre la muerte y  el pecado. Nuestra fe no tendría sentido. Por eso la Cuaresma, tiempo de  preparación personal y comunitaria a la Pascua, nos permite tomar  conciencia de las fuerzas de muerte de nuestra sociedad y de nuestra  vida personal en cuarenta días de mirada atenta y creyente al corazón y a  nuestro alrededor. Ver los signos de muerte que hay en nuestro propio interior y  en el mundo no es pesimismo, sino un esfuerzo por mirarlo todo con los  ojos de Dios, que está atento al clamor de los que sufren y a lo que  destruye su proyecto de amor y salvación. Él es un Dios que ante todo  quiere nuestra plenitud, la superación del dolor y del pecado, y la  felicidad de todos sus hijos.   Convertirnos al Evangelio  La mirada que sabe descubrir los signos de muerte es capaz de  anhelar la vida y celebrar la Resurrección. Es capaz de convertirse.  El Miércoles de Cenizas, cuando iniciemos el itinerario cuaresmal de  preparación a la Pascua, se nos impondrá la ceniza en la frente, como  signo del camino de conversión. Una de las fórmulas que acompaña el  gesto dice: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Son palabras de Jesús  tomadas de Mc 1, 15, cuando inicia su predicación, proclamando la  cercanía del Reino y la necesidad de cambiar de vida. La conversión,  esfuerzo permanente de todo creyente, es  aprender a vivir según los  criterios de Dios, revelados en Jesús y en su Evangelio. Esta Cuaresma es una nueva oportunidad que el Señor le regala  a su Iglesia para cambiar de vida, de actitud, y de mente. Pero ello  sólo es posible si sabemos “ver” hacia dentro de nosotros mismos y hacia  lo que nos rodea: familia, trabajo, barrio y ciudad, país y mundo. Allí  descubriremos los signos de la cruz y los signos de la luz.  Descubriremos que Cristo sigue muriendo y resucitando, que la Pasión  continúa pero que al mismo tiempo la Resurrección ilumina toda la  historia desde la sencillez de pequeños signos de vida. Signos de la Cruz Los medios de comunicación nos muestran un país que presume  de éxito económico y de desarrollo sostenido. ¡Qué fácil y qué grato es  quedarnos arrellanados en esa visión exitosa y placentera, sobre todo  cuando percibimos en la propia experiencia que no nos falta nada, que a  pesar de la crisis que se vive a nivel mundial, poco a poco mejora la  calidad de vida y no hay grandes dolores ni problemas! La Cuaresma y la Pascua nos invitan, en cambio, a mirar ese  diagnóstico con los ojos de Dios, desde la cruz de Jesucristo. Ellos nos  permitirán ver, a la sombra de las cifras optimistas y de las  proyecciones promisorias, sin negarlas pero ampliando el ángulo de  visión, a los pobres y a los tristes que están al margen del modelo  exitoso. Y también a tantos otros sufrientes a quienes puede no  faltarles lo material, pero sí el amor. No son pocos, y aunque fuesen  dos o tres en quince millones, son nuestros hermanos. Y son los  predilectos del Señor. Si no vemos a nuestros hermanos que no tienen acceso a la  educación y a los bienes culturales; si no somos conscientes de la  creciente desigualdad que divide a nuestro país en grupos cerrados y sin  comunicación; si no reaccionamos ante la avaricia y la falta de  solidaridad, ante las descalificaciones y la dificultad de valorar al  otro; si no ponemos atajo al individualismo consumista, a la soberbia de  creernos mejores que otros, a la desconfianza mutua en todos los  ámbitos, desde el barrio hasta la política; si no condenamos los brotes  de inmoralidad que han aparecido en los casos de corrupción, de  pedofilia y de tantos otros; si no reconocemos nuestras propias  complicidades en el descuido de la naturaleza y de los recursos que son  de todos, en la contaminación de nuestro aire, de nuestros ríos, mares,  ciudades y campos; si no “vemos” todo esto y no ponemos nuestro corazón  en actitud de conversión, no podremos celebrar realmente la Pascua, la  irrupción de la vida, y nos habremos quedado en una oscuridad que el  cirio de 2010 no tendrá fuerza para iluminar. Todos estos signos de muerte nos permiten mirar el interior  de nuestro propio corazón y nuestras comunidades, y descubrir si estamos  abiertos a los demás o encerrados en nosotros mismos, si somos  manipulados por los modelos culturales dominantes o si luchamos contra  ellos. La conversión parte por la conciencia de los signos de muerte  personales y sociales.   Signos de la Luz  Para los cristianos no hay cruz sin Resurrección, no hay  muerte sin vida. Por eso la Pascua, que no es un mero hecho del pasado  de Jesús de Nazaret, sino un hecho del presente de todos nosotros,  resplandece en signos luminosos, aunque sean pequeños. Ellos nos hablan  de un Dios vivo y salvador, e interpelan nuestra coherencia con el  Evangelio al hacernos constructores de un mundo nuevo, según los  criterios de Dios. Basta elevar un poco el cirio pascual, de modo que ilumine  los rincones que normalmente no apreciamos y que no suelen hacer  noticia, y allí veremos a voluntarios en las más diversas tareas  solidarias, a jóvenes y adultos generosos que regalan su tiempo libre  para construir techos y casas, para atender niños, enfermos y  abandonados, para dar alimento, calor y un momento de amistad a los  habitantes de las veredas, puentes y calles; veremos a muchos hombres y  mujeres que buscan a Dios y se abren a la trascendencia en un mundo  esclavo de lo material y lo inmediato; veremos el desborde espontáneo de  generosidad de miles de chilenos ante las emergencias desastrosas;  veremos a tantos padres que se esfuerzan hasta el límite para que sus  hijos mejoren sus posibilidades y su calidad de vida; veremos la  capacidad festiva inagotable, aun de quienes a menudo tienen poco motivo  para festejar; veremos el lado luminoso de la globalización, la  conciencia de ser una gran familia de hermanos destinada a la  fraternidad y a la paz. ¡Veremos esto y tantos otros signos de vida! Todos ellos, presentes ya en nuestro mundo, nos llevan a  creer en un Dios que envió a su Hijo a darnos vida en abundancia. Nos  ayudan a celebrar la Pascua con sentido, creyendo en la fuerza de la  Resurrección porque somos conscientes de la fuerza de la muerte. La luz  de Cristo, que alabamos en la noche de Pascua, realmente vence las  tinieblas, las de 2010 y las de siempre, porque la historia está ahora  iluminada por la victoria de Cristo resucitado.   Pan para el camino  El itinerario cuaresmal, camino de cuarenta días, lo  recorremos ayudados por el alimento de las prácticas tradicionales de  este tiempo litúrgico: la limosna, la oración y el ayuno (Mt 6, 2.5.16).  El ayuno, que es sobriedad de vida y privación del alimento en algunos  momentos para significar con ello que el alimento verdadero no es el  material, sino la Palabra de Dios, nos ayuda a centrar la vida en lo  esencial; la limosna, que es solidaridad con el pobre y privación de lo  superfluo para acudir en auxilio de quien no tiene lo necesario para  vivir, nos abre a los hermanos y nos ayuda a luchar contra el  individualismo y el autocentramiento; y la oración que es intimidad y  diálogo con Dios, nutre nuestra fe y nos abre a las necesidades de los  pobres y sufrientes. La escucha atenta de la Palabra, pan cotidiano del creyente,  es en este tiempo de Cuaresma acoger al mismo Jesús que nos dice:  “Conviértanse y crean en el Evangelio”. El cirio de 2010 será la  celebración de un esfuerzo renovado por cumplir esa Palabra. Comisión Nacional de LiturgiaConferencia Episcopal de Chile
 
 
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