MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS

MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS (COMUNIDAD CATOLICA, APOSTOLICA Y ROMANA).

MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS ES UNA COMUNIDAD EN LA CUAL TODOS LOS MIEMBROS NOS REUNIMOS DIARIAMENTE (NOCHE Y DIA) PARA VENERAR A LA MADRE DEL REDENTOR DEL MUNDO. TE INVITAMOS A COMPARTIR CON NOSOTROS LAS GRANDEZAS QUE SOLO ELLA NOS SABE DAR. MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS. RUEGA POR NOSOTROS. AMEN. EN EL SIGUIENTE LINK PODRAS CONOCER MAS SOBRE NUESTRA COMUNIDAD; http://mariamedianera.ning.com

martes, 9 de febrero de 2010

CUARESMA CAMINO HACIA LA PASCUA

Cantos para el Tiempo de Cuaresma

Sobre la Pasión del Señor:

- Brazos rígidos y yertos

Escucharlo en:
Midi
Real Audio
- La Cruz
- Abiertos los brazos Escucharlo en:
Real Audio
Penitenciales:

- Por el dolor creyente

Escucharlo en:
Midi
Real Audio
- Kyrie de la Reconciliación
- Kyrie
- A ti levanto mis ojos
- Perdón, Señor (Salmo 50)
- Perdón, ¡oh Dios mío!
- Dame tu perdón
- Inquieto miro hacia Ti Escucharlo en:
Midi
- Aquí estoy Señor
Sobre la caridad: - Cántico de la Caridad
- Os doy un mandato nuevo
Himnos:

- Dónde está muerte tu victoria

Escucharlo en:
Midi
- Pueblo nuevo Escucharlo en:
Midi
- Señor mío y Dios mío
- Danos fuerza, Señor
- Porque anochece ya Escucharlo en:
Midi
- Danos un corazón
- Con el Señor


1. POR EL DOLOR CREYENTE

1. Por el dolor creyente que / brota del pecado,
por no haberte querido / de todo corazón,
por haberte, Dios mío, / tantas veces negado,
con súplicas te pido / de rodillas perdón.

CONCÉDEME UN ALMA / LAVADA POR TU AGUA,
UN CORAZÓN TAN PURO / COMO EL QUE TRASPASADO
ME HA RECONCILIADO / Y DADO EL AMOR.

2. Por haberte perdido, / por no haberte encontrado,
porque es como un desierto / nevado mi oración,
porque es como una hiedra / sobre el árbol cortado
el recuerdo que brota / cargado de ilusión.

3. Porque es como la hiedra, / permite que te abrace,
primero amargamente, / lleno de amor después,
y que a ti, viejo tronco, / poco a poco me enlace,
y que mi vieja sombra / se derrame a tus pies.


2. PUEBLO NUEVO

1. Delante de tus ojos ya no enrojeceremos
a causa del antiguo pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde de corazón sincero.

VEN, SEÑOR, Y DESTIERRA DE TU PUEBLO EL TEMOR.
GUÍANOS POR LAS SENDAS DE LA RECONCILIACIÓN.

2. En medio de los pueblos nos guardas como un resto,
para cantar tus obras y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva para los cielos nuevos,
sacerdotal estirpe según tu Hijo Jesús.

3. Caerán los opresores y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio serán tus herederos.
Señalarás entonces el día del regreso
para los que comían su pan en el destierro.

4. ¡Exulten mis entrañas! ¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor, que es justo, revoca sus decretos:
la salvación se anuncia donde acechó el infierno,
porque el Señor habita en medio de su pueblo.


3. PORQUE ANOCHECE YA

1. Porque anochece ya y se nubla el camino,
porque temo perder las huellas que he seguido,
no me dejes tan solo y quédate conmigo.

NO ME OCULTES TU ROSTRO, SEÑOR,
ILUMINA MI POBRE CORAZÓN;
NO ME DEJES CAER EN TENTACIÓN
HAZ QUE REINE EN MI ALMA EL AMOR
PORQUE DE BARRO SOY YO. (2 veces)

2. Porque he sido rebelde, dejando tus caminos;
porque escogí yo solo la muerte y el abismo:
perdóname, Señor, y quédate conmigo.

3. Porque ardo en sed de Ti y en hambre de tu trigo,
ven, siéntate a mi mesa, dígnate ser mi amigo,
que aprisa cae la noche. Quédate ya conmigo.


4. CON EL SEÑOR

PERDIDO ESTUVO MI CORAZÓN
SIN ENCONTRAR EL CAMINO EN LOS CAMINOS,
SOLO YO TRISTE ANDUVE SIN TI,
SIN LA ESPERANZA, SIN LA VERDAD. (2 veces)

Estaba ciego, no te veía,
no había luz aunque era mediodía.
Sin el Señor, sin el amor
la vida es muerte, y la muerte temor.

DESCUBRÍ QUE EN MENTIRA VIVÍ,
QUE SI VIVÍA, PORQUE TÚ ME AMABAS,
QUE NO PODÍA COMPRENDERLO TODO,
QUE SÓLO TÚ ERES LA VERDAD. (2 veces)

Y ahora contigo, en el camino,
sé que es difício, yo no lo olvido.
Señor, Tú sabes que aún soy débil
Tú eres mi fuerza, con tu gracia viviré.


5. SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO

QUE ANSÍE YO SIEMPRE TU ROSTRO CON ARDOR,
DAME FUERZAS PARA LA BÚSQUEDA SEÑOR,
TÚ QUE HICISTE QUE TE ENCONTRARA,
TÚ QUE ME HAS DADO ESPERANZAS DE CONOCERTE MEJOR.

1. Señor y Dios mío,
mi única esperanza,
óyeme para que no sucumba
al desaliento y deje de buscarte.

2. Ante Ti estoy
firme y débil, Señor.
Sáname de todos mis pecados
y confirma mi firmeza.

3. La paz, Señor, ya llegó a mi corazón;
no he sido yo, ha sido tu bondad
la que sin mirar mis pecados
me dio tu gracia y con ella tu paz.


6. ABIERTOS LOS BRAZOS

1. Abiertos los brazos pegados al árbol
la sangre corría de Dios que moría,
sentía apretarse el dolor como dardo
clavado en la cruz y su amor que crecía.

Vinagre le dieron y dulce miraba,
desprecio mostraban y amor devolvía,
sus ropas jugaban, la vida les daba,
inerte pendía y ya nada lo ataba.

AL VERLO CLAVADO Y EN GOZO DOLIENTE,
QUEBRADO EN TODO, ENTERO EN LA ESENCIA.
LA MADRE VIVÍA AFLICCIÓN IMPALPABLE,
REGADA POR RÍOS DE VIDA Y PRESENCIA.

2. El día lloraba la escena imposible,
Jesús ofreciendo su vida en rescate
por todos aquellos que son miserables,
los hombres que habían dejado a su Padre.

La hora ha llegado y la muerte con ella,
el Señor ya se muere, la vida se aleja,
pero la esperanza ya brota con fuerza,
la luz infinita brilla en las tinieblas.

SI TÚ POR VENTURA MIL CRUCES RECIBES,
ALABA ESA SUERTE DE MALES BENDITOS.
TE ACERCAN A AQUEL QUE HABITÓ ENTRE LOS HOMBRES,
AQUEL QUE MURIÓ POR LLEVARNOS AL CIELO.

EN LA CRUZ DE MADERA JESÚS NOS RECUERDA
SU ESTAR CON NOSOTROS, PERPETUA TERNURA.
ESTARÁS CON NOSOTROS ASÍ HAYAN TORMENTAS,
SEÑOR DE LAS FIDELIDADES ETERNAS.


7. LA CRUZ

1. Levanta el rostro, hermano, y descubre
Jesús está en la Cruz para salvarte,
que es el mismo Dios, que todo lo entregó,
muriendo en la Cruz, Él te reconcilió.

MÍRALO EN LA CRUZ SUFRIR,
MARÍA ESTÁ AL PIE DE LA CRUZ,
ACÓGELA EN TU PROPIO CORAZÓN.
ÉL COMO MADRE TE LA DA,
APRENDE SU FIDELIDAD
LO MISMO EN LA ALEGRÍA Y EL DOLOR.

2. Si es que tú padeces sufrimientos,
si tienes tú heridas que curar,
muéstrale al Señor tu pobre situación
pues Él te sanará y reconciliará.

3. Si a veces tú te crees de los sabios
y no ves tu locura y necedad,
en Él encontrarás a la misma Verdad
en quien toda mentira al suelo caerá.

4. Aviva el corazón, hermano mío,
conquista en el Señor tu libertad;
carga con Él tu cruz y así descubrirás
lo hermosa y sublime que es tu vocación.


8. BRAZOS RÍGIDOS Y YERTOS

1. Brazos rígidos y yertos
por dos clavos traspasados,
que aquí estáis por mis pecados
para recibirme abiertos,
para esperarme clavados.

Cuerpo llagado de amores,
yo te adoro, yo te sigo,
yo, Señor de los señores,
quiero partir tus dolores,
subiendo a la cruz contigo.

UNA CRUZ ESTA VACÍA ESPERANDO AL LLAMADO
¿QUIÉN VENDRÁ A PONER SU ALMA,
SU CORAZÓN TRASPASADO?
¿QUIÉN MI VOZ HA ESCUCHADO?

2. Quiero en la vida seguirte
y por sus caminos irte
alabando y bendiciendo,
y bendecirte sufriendo,
y muriendo bendecirte.

Que no ame la poquedad
de cosas que van y vienen;
que adore la austeridad
de estos sentires que tienen
sabores de eternidad.

3. Que sienta una dulce herida
de ansia de amor desmedida;
que ame tu ciencia y tu luz;
que vaya, en fin, por la vida
como Tú estás en la cruz:

de sangre los pies cubiertos,
llagadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos
y los dos brazos abiertos
para todos mis hermanos.


9. PERDÓN, SEÑOR (Salmo 50)

PERDÓN, SEÑOR, PERDÓN.

1. Misericordia, mi Dios, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa.

2. Lava del todo mi delito
y limpia todo mi pecado.

3. Reconozco mi culpa, Señor,
tengo siempre presente mi pecado.

4. Contra Ti, contra Ti sólo pequé,
cometí la maldad que Tú aborreces.

5. Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.

6. Enseñaré a los malvados tus caminos,
volverán a Ti los pecadores.

7. Líbrame de la sangre, mi Dios,
y cantará mi lengua tu justicia.

8. Abrirás mis labios, Señor,
y mi boca cantará tus alabanzas.


10. DANOS FUERZA, SEÑOR

DANOS FUERZA, SEÑOR, PARA EL COMBATE,
REVÍSTENOS CON ARMAS DE LA LUZ
EN NUESTRA LUCHA CONTRA LOS PRINCIPADOS
Y DESPUÉS DE TRIUNFAR MANTÉNNOS FIRMES SEÑOR.

1. Con el celo por el Evangelio,
ceñida la verdad a tu cintura,
con la justicia como coraza.
¡En pie, en pie, pues cristiano!

2. Tomad el yelmo de la salvación,
la espada del Espíritu de Dios,
embrazando el escudo de la fe.
¡En pie, en pie, pues cristiano!

3. Perseverantes luchando como hermanos,
siempre unidos orando y trabajando,
en comunión con todos los santos.
Cúbrenos María con tu manto.

4. A pesar de nuestras miserias,
levantémonos sigamos adelante,
con paciencia, esperanza y ardor,
Cristo ya venció por nosotros.

DANOS FUERZA, SEÑOR, PARA EL COMBATE,
REVÍSTENOS CON ARMAS DE LA LUZ
EN NUESTRA LUCHA CONTRA LOS PRINCIPADOS
Y DESPUÉS DE TRIUNFAR MANTÉNNOS FIRMES SEÑOR. (2 veces)


11. OS DOY UN MANDATO NUEVO

S: Os doy un mandato nuevo.

T: Os doy un mandato nuevo.

S: Que os améis mutuamente como yo os he amado,
dice el Señor.

T: Que os améis mutuamente como yo os he amado,
dice el Señor.

S: La señal por la que el mundo
distinguirá a los cristianos
ha de ser si nos amamos
como Cristo nos amó.

T: Ha de ser si nos amamos
como Cristo nos amó.

S: Si el Señor, vuestro Maestro,
os ha lavado los pies,
sus discípulos seréis
siguiendo su mismo ejemplo.

T: Sus discípulos seréis
siguiendo su mismo ejemplo.


12. CÁNTICO DE LA CARIDAD

1. Bendigamos al Señor,
que nos une en caridad
y nos nutre con su amor
en el Pan de la unidad.
¡OH PADRE NUESTRO!

2. Conservemos la unidad
que el Maestro nos mandó.
Donde hay guerra que haya paz,
donde hay odio que haya amor.
¡OH PADRE NUESTRO!

3. El Señor nos ordenó
devolver el bien por mal,
ser testigos de su amor,
perdonando de verdad.
¡OH PADRE NUESTRO!

4. Al que vive en el dolor
y al que sufre soledad
entreguemos nuestro amor
y consuelo fraternal.
¡OH PADRE NUESTRO!

5. El Señor que nos llamó
a vivir en unidad
nos congregue con su Amor
en feliz eternidad.
¡OH PADRE NUESTRO!


13. DANOS UN CORAZÓN

¡DANOS UN CORAZÓN GRANDE PARA AMAR!
¡DANOS UN CORAZÓN FUERTE PARA LUCHAR!

1. Hombres nuevos, forjando en el mundo
la esperada Cultura del Amor;
hombres nuevos que viven entregados
a María, la Madre del Señor.

2. Hombres nuevos, llevando el Evangelio,
anunciando a Cristo Salvador;
hombres de nuevos, trayendo la esperanza
a los pueblos sedientos de amor.

3. Hombres nuevos, hijos de María,
hermanados en una misma fe;
hombres nuevos, profetas de la Iglesia,
peregrinos viviendo la verdad.

4. Hombres nuevos que buscan en la vida
conformarse con Cristo Redentor;
hombres nuevos que viven la existencia
n justicia, en paz y en libertad.

5. Hombres nuevos, en torno a María
congregamos a la humanidad,
para dar eterna gloria al Padre,
en Jesús, por los siglos. Amén.


14. INQUIETO MIRO HACIA TI

1. Inquieto miro hacia Ti. TEN PIEDAD, SEÑOR.
¿Quién en la angustia es fiel a Ti? TEN PIEDAD, SEÑOR.

DANOS VIDA, LÍBRANOS DEL PECADO, POR TU GRACIA, TEN PIEDAD, SEÑOR.

2. Camino por la oscuridad...
¿Quién en el mundo da la luz? ...

3. Mis pasos llevan al error...
¿Qué faro guía a la verdad? ...

4. La dicha busco en todo ser...
Respondes sólo Tú, Señor...


15. DAME TU PERDÓN

1. Ten piedad, Dios mío, dame tu perdón.
Soy un peregrino, soy un pecador.
Vengo arrepentido. Ten piedad, Señor,
vuelve a mí tus ojos con amor.

2. Lejos de tu casa, de tu bendición,
malgasté mi vida en la perdición.
Roto y pobre vengo, ten piedad, Señor,
vuelve a mí tus ojos con amor.

3. A tus puertas llamo, sé que me abrirás.
Con los pecadores muestras tu bondad.
A salvarnos vienes, ten piedad, Señor,
vuelve a mí tus ojos con amor.


16. PERDÓN, OH DIOS MÍO

PERDÓN, OH DIOS MÍO,
PERDÓN, INDULGENCIA,
PERDÓN Y CLEMENCIA,
PERDÓN Y PIEDAD. (2 veces)

1. Pequé contra mi hermano,
pequé contra Ti,
mil veces me pesa,
SEÑOR, TEN PIEDAD. (2 veces)

2. Sincero prometo,
oh Dios de clemencia,
vivir tu presencia
Y SER FIEL A TI. (2 veces)

3. Mi herencia he perdido,
merezco el destierro.
Perdón, Padre eterno,
PERDÓN Y PIEDAD. (2 veces)

4. Por mí en el madero
a tu Hijo entregaste;
su Madre me diste
CON TODA BONDAD. (2 veces)


17. AQUÍ ESTOY, SEÑOR

AQUÍ ESTOY, SEÑOR, / PARA CUMPLIR TU PLAN.

1. Salí de tu casa, / Señor, salí de mi casa;
anduve vacío sin Ti, / perdí la esperanza,
Y UNA NOCHE LLORÉ, / ENTRANDO EN MI MISMO. (2 veces)

2. Camino de vuelta, Señor, / pensé en tus palabras:
la oveja perdida, el pastor, / el pan de tu casa.
Y A MI ME VOLVIÓ, / VOLVIÓ LA ESPERANZA. (2 veces)

3. Tu casa mi casa será, / oh Padre clemente,
banquete reconciliador, / vestido de gracia
Y UNA TÚNICA NUEVA / PARA LA PASCUA. (2 veces)


18. KYRIE

Ten piedad, Señor, ten piedad soy pecador, ten piedad. (2 veces)

Y de mí, Cristo, apiádate, contra Ti yo pequé. (2 veces)

Ten piedad, Señor, ten piedad, soy pecador, ten piedad. (2 veces)



19. KYRIE DE LA RECONCILIACIÓN

1. Señor, si tu Amor rechacé
y por caminos del mal me perdí,
¡PIEDAD, SEÑOR! ¡PIEDAD, SEÑOR!

2. Señor, si en la mentira viví
y me alejé de mí mismo y de Ti,
¡PIEDAD, SEÑOR! ¡PIEDAD, SEÑOR!

3. Señor, si a mi hermano olvidé
y no lo amé ni le abrí el corazón,
¡PIEDAD, SEÑOR! ¡PIEDAD, SEÑOR!

4. Señor, si maltraté la creación
no la usé a la luz de tu Plan,
¡PIEDAD, SEÑOR! ¡PIEDAD, SEÑOR!


20. A TI LEVANTO MIS OJOS (Salmo 122)

A TI LEVANTO MIS OJOS,
A TI QUE HABITAS EN EL CIELO;
A TI LEVANTO MIS OJOS,
PORQUE ESPERO TU MISERICORDIA.

1. Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,
así están nuestros ojos en el Señor,
esperando su misericordia.

2. Como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos en el Señor
esperando su misericordia.

3. Misericordia, Señor, misericordia,
ue estamos saciados de burlas;
misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios.

4. Nuestras almas están saciadas
del sarcasmo de los satisfechos;
nuestras almas están saciadas
del desprecio de los orgullosos.

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA CUARESMA 2010 (AUTOR: S.S. BENEDICTO XVI/FUENTE: VATICAN INFORMATION SERVICE).

Autor: S.S. Benedicto XVI | Fuente: Vatican Information Service
Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2010
"La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo"
Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2010
Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2010
Se ha publicado hoy el Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2010. El texto, fechado el 30 de octubre de 2009, lleva por título la siguiente afirmación de San Pablo en su Carta a los Romanos: "La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo". Sigue el documento íntegro en su versión española:

"Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo (cf. Rm 3,21-22).

Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra "justicia", que en el lenguaje común implica "dar a cada uno lo suyo" - "dare cuique suum", según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste "lo suyo" que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia "distributiva" no proporciona al ser humano todo "lo suyo" que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si "la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios" (De Civitate Dei, XIX, 21).

"El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: "Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene "de fuera", para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar -advierte Jesús- es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: "Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre" (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?

En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que "levanta del polvo al desvalido" (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en "escuchar el clamor" de su pueblo y "ha bajado para librarle de la mano de los egipcios" (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un "éxodo" más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?

El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: "Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).

¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la "propiciación" tenga lugar en la "sangre" de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la "maldición" que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la "bendición" que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de "lo suyo"? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.

Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo "mío", para darme gratuitamente lo "suyo". Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia "más grande", que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.

Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica".

LA SALVACION EN CRISTO, FUNDAMENTO DE LA JUSTICIA HUMANA (AUTOR/FUENTE: VIS).



Autor: . | Fuente: VIS
La salvación en Cristo, fundamento de la justicia humana
Esta mañana, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede, se presentó el Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2010, que este año se titula: "La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo"
CIUDAD DEL VATICANO, 4 FEB 2010


Intervinieron en la presentación el cardenal Paul Josef Cordes, presidente del Pontificio Consejo "Cor Unum", Hans-Gert Pöttering, ex Presidente del Parlamento europeo y Presidente de la Fundación Konrad Adenauer y monseñor Giampietro Dal Toso, subsecretario del mismo dicasterio.

Comentando el mensaje, Pöttering señaló que "el Santo Padre indica que una forma radical secularizada de justicia distributiva separada de la fe en Dios se convierte en ideológica. Como político -dijo-, me gustaría añadir: Hemos experimentado hasta dónde puede llegar esta idea en un sistema socialista decaído".

"Solidaridad o caridad implica la responsabilidad de defender y proteger -continuó- la dignidad universal de todo ser humano en todo el mundo y en todas las circunstancias. Si queremos preservar la libertad e incrementar la justicia, tenemos que situar el valor de la fraternidad o solidaridad en el centro de nuestro pensamiento político".

Tras recordar las palabras de Pablo VI: "El desarrollo es el nuevo nombre de la paz", afirmó que "es necesario dar un paso más y decir: "La solidaridad es el nuevo nombre de la paz". Al afirmarlo, volvemos a situar la libertad y la igualdad en un equilibrio apropiado con la solidaridad".

"El Santo Padre -terminó- ha indicado dos conclusiones esenciales acerca del sentido cristiano de la justicia: abandonar la autosuficiencia y aceptar nuestra misión con humildad. Esta es la brújula para toda política comprometida con la responsabilidad cristiana, no solo en el período de Cuaresma 2010, sino también en este siglo XXI, con la tarea enorme que nos espera de forjar la globalización".

Por su parte, el cardenal Cordes dijo que "no sin motivo, resuena por todas partes en el mundo la llamada a la justicia. El mundo de la política y la convivencia de los pueblos piden en todos los lugares esta relación entre las diversas fuerzas sociales. Este es el ámbito de la justicia" que "se pisotea con la violencia, con la opresión de la libertad y con la falta de respeto de la dignidad humana, con malas leyes y con la violación de los derechos, con la explotación y con sueldos de hambre".

"Hay, por tanto, factores sociales que deben corregirse; y en esa lucha no hay que olvidar que la Iglesia cuenta con méritos", afirmó el purpurado, recordando que "a ejemplo de Jesús ya los primeros cristianos se hicieron cargo de las necesidades de las personas" y "más tarde en la Edad Media, (...) con la "Tregua Dei", los hombres de la Iglesia ponían a seguro los bienes de la gente sencilla frente a la nobleza y la invitaban a manifestaciones de masa que con el grito "Pax, Pax, Pax", fomentaban el deseo entusiasta de una convivencia pacífica".

También "en la época moderna, cuando los Estados europeos convirtieron a otros países y continentes en colonias suyas, sometiéndolos a menudo a una explotación salvaje, misioneros cristianos y religiosas no solo llevaron la fe a los habitantes de aquellas tierras, sino que les enseñaron un estilo y una calidad de vida".

Pero "los que analizan con precisión la aportación de la Iglesia en favor de un entendimiento pacífico entre los pueblos se dan cuenta enseguida de que el problema de una convivencia justa no puede resolverse solo con intervenciones mundanas. (...) Como el Papa enseña también, nosotros tenemos que ir más allá de la forma común de concebir la antropología para llegar a una visión completa del ser humano: así el concepto de justicia revela todo su contenido".

"El mal viene de dentro, del corazón del ser humano, como dice el Señor en el Evangelio. William Shakespeare y George Bernanos lo cuentan en sus obras. (...) Stalin en Ucrania y Hitler en Auschwitz no tenían escrúpulos en dar rienda suelta a su maldad. (...) La experiencia del mal nos enseña que sería ingenuo confiar solamente en la justicia humana, que interviene desde fuera en las estructuras y en los comportamientos. El corazón del ser humano tiene que curarse".

El presidente del Pontificio Consejo "Cor Unum" recordó que "como cada año, el Mensaje Cuaresmal exhorta a toda la humanidad de nuestro tiempo a cumplir buenas acciones", pero "la Palabra del Papa es ante todo un desafío a nuestra voluntad para que se fíe de Dios y crea en Él. (...) En nuestros días la vida ordinaria no nos lleva a Dios; su ausencia caracteriza nuestra experiencia cotidiana. Una vez más descubrimos que el Evangelio no está en sintonía con el consenso burgués y por eso hay que proclamarlo siempre de nuevo"•.

"En la última parte de su Mensaje, el Papa resalta la salvación en Cristo como el fundamento de la justicia humana", concluyó el purpurado. "Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar porque pone en evidencia que no es un ser autárquico, porque necesita de Otro para ser plenamente sí mismo. Convertirse a Cristo, al Evangelio, significa, en el fondo, esto".

EL AYUNO, DON TOTAL DE UNO MISMO A DIOS (AUTOR: S.S. BENEDICTO XVI/FUENTE: CATHOLIC.NET).

Autor: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net
El ayuno, don total de uno mismo a Dios
"En mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, este año deseo reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno." Benedicto XVI
El ayuno,  don total de uno mismo a Dios
El ayuno, don total de uno mismo a Dios



¡Queridos hermanos y hermanas!


Al comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor: la oración, el ayuno y la limosna, para disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, hacer experiencia del poder de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, "ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos" (Pregón pascual).

En mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno. En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el Evangelio: "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre" (Mt 4,1-2). Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley (cfr. Ex 34, 8), o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cfr. 1R 19,8), Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador.

Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento. Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: "De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio" (Gn 2, 16-17). Comentando la orden divina, San Basilio observa que "el ayuno ya existía en el paraíso", y "la primera orden en este sentido fue dada a Adán". Por lo tanto, concluye: "El ‘no debes comer´ es, pues, la ley del ayuno y de la abstinencia" (cfr. Sermo de jejunio: PG 31, 163, 98). Puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor. Es lo que hizo Esdras antes de su viaje de vuelta desde el exilio a la Tierra Prometida, invitando al pueblo reunido a ayunar "para humillarnos ! dijo ! delante de nuestro Dios" (8,21). El Todopoderoso escuchó su oración y aseguró su favor y su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: "A ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos" (3,9). También en esa ocasión Dios vio sus obras y les perdonó.

En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que "ve en lo secreto y te recompensará" (Mt 6,18). Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los 40 días pasados en el desierto, que "no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el "alimento verdadero", que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34). Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de "no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal", con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.

La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2Co 6,5). También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del "viejo Adán" y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: "El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica" (Sermo 43: PL 52, 320, 332).

En nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una "terapia" para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. En la Constitución apostólica Pænitemini de 1966, el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a no "vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos" (cfr. Cap. I). La Cuaresma podría ser una buena ocasión para retomar las normas contenidas en la citada Constitución apostólica, valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio (cfr. Mt 22,34-40).

La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. San Agustín, que conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía "retorcidísima y enredadísima complicación de nudos" (Confesiones, II, 10.18), en su tratado La utilidad del ayuno, escribía: "Yo sufro, es verdad, para que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura" (Sermo 400, 3, 3: PL 40, 708). Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.

Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en guardia: "Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?" (3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre (cfr. encíclica Deus caritas est, 15). Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales (cfr. 2Co 8-9; Rm 15, 25-27), y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido (cfr. Didascalia Ap., V, 20,18). También hoy hay que redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo litúrgico cuaresmal.

Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta: "Utamur ergo parcius, / verbis, cibis et potibus, / somno, iocis et arctius / perstemus in custodia - Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención".

Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios (cfr. encíclica Veritatis Splendor, 21). Por lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical. Con esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la Cuaresma.

Que nos acompañe la Beata Virgen María, Causa nostræ laetitiæ, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en "tabernáculo viviente de Dios". Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.

Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2009

LA JUSTICIA DE DIOS SE HA MANIFESTADO POR LA FE EN JESUCRISTO (AUTOR: S.S. BENEDICTO XVI/FUENTE: CATHOLIC.NET).

Autor: S.S. Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net
La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo
Hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo "mío", para darme gratuitamente lo "suyo".
La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo
La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo


Fragmento del Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2010. Lleva por título la siguiente afirmación de San Pablo en su Carta a los Romanos: "La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo".


"Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas.

Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo (cf. Rm 3,21-22).

Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra "justicia", que en el lenguaje común implica "dar a cada uno lo suyo"(...) Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia "distributiva" no proporciona al ser humano todo "lo suyo" que le corresponde.

Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si "la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo… no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios" (De Civitate Dei, XIX, 21).

"El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: "Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre… Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7,15. 20-21).

(...)

... Para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un "éxodo" más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?

El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: "Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado… por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).

¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la "propiciación" tenga lugar en la "sangre" de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la "maldición" que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la "bendición" que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14).

Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de "lo suyo"? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo.

Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.

Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo "mío", para darme gratuitamente lo "suyo". Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia "más grande", que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.

Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica".


Te recomiendo leer el Mensaje completo para prepararnos a la Cuaresma.



EL PAPA PONE LA JUSTICIA COMO TEMA DE REFLEXION PARA LA CUARESMA 2010 (AUTOR: CARMEN ELENA VILLA/FUENTE: ZENIT).

Autor: Carmen Elena Villa | Fuente: Zenit
El Papa pone la justicia como tema de reflexión para esta Cuaresma
El mensaje de Benedicto XVI fue dado a conocer hoy por la Santa Sede
El Papa pone la justicia como tema de reflexión para esta Cuaresma
El Papa pone la justicia como tema de reflexión para esta Cuaresma
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 4 de febrero de 2010

“La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo”, Romanos 3, 21 – 22, es el tema que Benedicto XVI ha querido poner como centro de reflexión de la Cuaresma de 2010.

En el siglo III Ulpiano, conocido jurista romano, definió el termino Justicia como “Dar a cada uno lo suyo”. Pero “¿qué es lo suyo?” Es la pregunta que se hace el Santo Padre en la introducción de este texto.

Y señala que el hombre tiene una necesidad mas íntima para gozar de una existencia plena, aquello que sólo se puede conceder gratuitamente: “El hombre que vive del amor que sólo Dios puede comunicarle”.

No obstante, el Papa aclara que los bienes materiales son “útiles y necesarios” e hizo alusión al hecho de que Jesús se preocupara por “curar a los enfermos y dar de comer a la multitud que lo seguía”

¿De dónde viene la injusticia?

Benedicto XVI advierte en su mensaje el peligro que representa el hecho de identificar la raíz de la injusticia en una causa exterior. Error que con frecuencia adoptan muchas ideologías modernas. Y asegura que esa manera de pensar es “ingenua y miope”.

“La injusticia, fruto del mal”, señala el Pontífice “tiene su origen en el corazón humano”, y es ahí donde “se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal”.

“El hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo”. Algo que le hace sentir “una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse sobre sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos”. Ese algo es “el egoísmo” que nace como consecuencia de “la culpa original”.

Así, el Papa hace referencia al Génesis, que claramente explica cómo Adán y Eva “sustituyeron la lógica de confiar en el Amor por la sospecha y la competición”, lo que les llevo a experimentar “un sentimiento de inquietud y de incertidumbre”.

Justicia plena

Benedicto XVI explica el término hebreo sedaquad, que significa “aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel” y que lleva al hombre a vivir la “equidad con el prójimo”.

“Dios está atento al desdichado y como respuesta pide que se le escuche”. Por ello, para que el hombre sea verdaderamente justo debe “salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia”.

El Pontífice muestra que en Cristo, la justicia de Dios alcanza su plenitud. Una justicia que “viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás” sino una justicia donde el amor de Dios se abre “hasta el extremo”.

Sin embargo, se pregunta el Papa: “¿qué justicia existe donde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo?” y responde que en este punto es donde se manifiesta la “justicia divina” muy diferente a la “justicia humana” ya que las injusticias humanas fueron pagadas con un precio “verdaderamente exorbitante”: se trata de “la justicia de la cruz”.

"El hombre puede rebelarse frente a esta injusticia", advierte el Papa, pero quien acoge este don, logra más bien “salir de la ilusión de autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y amistad”.

Para que esto ocurra, es indispensable “aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente a lo “suyo”. Y mediante los sacramentos se puede alcanzar esta justicia, especialmente con “la Penitencia y la Eucaristía”.

Benedicto XVI concluye su mensaje invitando al hombre a acoger una justicia “más grande”. Se trata de la justicia del Amor que hace que el hombre se sienta “más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar” y muestra cómo esto lo lleva ser justo en todos sus actos “donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres” y donde la justicia “sea vivificada por el amor”.

MENSAJE DE CUARESMA SS BENEDICTO XVI- CUARESMA, TIEMPO DE ORACION, AYUNO Y ARREPENTIMIENTO (FUENTE: CATHOLIC.NET).

Autor: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net
Mensajes de Cuaresma SS Benedicto XVI
Cuaresma, tiempo de oración, ayuno y arrepentimiento.

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA CUARESMA 2010- "LA JUSTICIA DE DIOS SE HA MANIFESTADO POR LA FE EN JESUCRISTO"

Autor: S.S. Benedicto XVI | Fuente: Vatican Information Service
Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2010
"La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo"
Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2010
Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2010
Se ha publicado hoy el Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2010. El texto, fechado el 30 de octubre de 2009, lleva por título la siguiente afirmación de San Pablo en su Carta a los Romanos: "La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo". Sigue el documento íntegro en su versión española:

"Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo (cf. Rm 3,21-22).

Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra "justicia", que en el lenguaje común implica "dar a cada uno lo suyo" - "dare cuique suum", según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste "lo suyo" que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia "distributiva" no proporciona al ser humano todo "lo suyo" que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si "la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios" (De Civitate Dei, XIX, 21).

"El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: "Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene "de fuera", para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar -advierte Jesús- es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: "Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre" (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?

En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que "levanta del polvo al desvalido" (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en "escuchar el clamor" de su pueblo y "ha bajado para librarle de la mano de los egipcios" (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un "éxodo" más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?

El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: "Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).

¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la "propiciación" tenga lugar en la "sangre" de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la "maldición" que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la "bendición" que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de "lo suyo"? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.

Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo "mío", para darme gratuitamente lo "suyo". Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia "más grande", que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.

Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica".